El grito de victoria

India
La India se convirtió en el cuarto país en alcanzar la Luna y el primero en llegar al polo sur del satélite natural. Fotografía: Shutterstock.

La India ya es el país más poblado del mundo, la quinta mayor economía y hasta llegó a la Luna…

Narendra Modi estaba exultante, eufórico. “Este es el grito de victoria de una nueva India”, proclamó una y otra vez, jubiloso, a lo largo de esa tarde triunfal, mientras en las cancillerías de las grandes capitales eran analizadas de urgencia las consecuencias geopolíticas y estratégicas de lo ocurrido aquel día. En efecto, un módulo espacial indio, el ‘Chandrayaan-3’, se había posado con precisión y suavidad en el polo sur de la Luna, una región misteriosa e inexplorada a donde nunca había llegado un artefacto de construcción humana. El alborozo del primer ministro estaba más que justificado.

Era el 23 de agosto de 2023 y, con ese alunizaje, la India estaba avisándole al mundo que había dejado de ser una potencia tecnológica de segunda fila, que corría muy por detrás de los Estados Unidos, China y Europa Occidental. “Este es —aseguró Modi— un prodigio de ingeniería que sólo está al alcance de un gran país”. Un gran país que cuatro meses antes, a finales de abril, se convirtió en el más poblado del planeta, con 1.425,7 millones de habitantes y un promedio de 86.000 nacimientos por día, superando por primera vez a China, cuya población tiende a contraerse.

Pero, ¿para qué sirve ese “prodigio de ingeniería”? El módulo indio contiene un vehículo que explorará el polo sur de la Luna, un lugar inhóspito caracterizado por un cráter al que los científicos llaman “de impacto masivo”, con un diámetro de 2.500 kilómetros y hasta ocho kilómetros de profundidad, donde jamás llega la luz del sol, por lo que reina una obscuridad impenetrable y las temperaturas bajan hasta a 248 grados bajo cero. Un frío atroz que, sin embargo, es la clave de la importancia de esa región: allí podrían haberse acumulado cantidades enormes de hielo.

Con el hielo, la conquista de Marte (y de otros lugares del Sistema Solar) se facilitaría espectacularmente. Y es que los costos mayores de todo viaje espacial son los de sacar la nave de la gravedad de la Tierra. Despegando de la Luna, donde no hay atmósfera y la gravedad es mínima, todo sería más fácil. Faltaría el combustible. Y el hielo del polo sur lunar podría suministrarlo, porque el agua podría ser descompuesta en oxígeno e hidrógeno, dos combustibles poderosos. La ciencia daría un salto asombroso. Y, para el país que lo logre, el éxito económico y estratégico sería incomparable.

“La década de la India”

Convertido en el país más poblado del mundo y con su ciencia y su tecnología avanzando a pasos de gigante, la India aspira a ser también un protagonista estelar de la política internacional. “Nos corresponde un lugar relevante en el escenario mundial”, según proclama Modi. Y tiene una economía que respalda esa ambición: su crecimiento fue del 6,8 por ciento en 2022, cerraría 2023 con el 5,9 y llegaría a 6,3 en 2024. De acuerdo con el Fondo Monetario, la India es “uno de los puntos brillantes de la economía global”, en capacidad de seguir sacando de la pobreza a millones de personas cada año.

Pero su mercado laboral sigue siendo un punto débil. Con una edad promedio de su población de 29,1 años, la India deberá crear setenta millones de empleos —con salarios dignos— en los próximos diez años para afianzar su condición de economía impulsada por el consumo (ya es, con 67,5 por ciento de su producto bruto, la segunda del mundo, tras la estadounidense). Y si bien su tasa de desempleo es de 7,7 por ciento, la economía india aún es mayoritariamente informal y agrícola, además de que su participación en el mercado mundial todavía es exigua, con el 2,1 de las exportaciones globales.

Pero tanto por el tamaño inmenso de su mercado como por su todavía conveniente estructura de costos, la India tiene un potencial de crecimiento económico que podría hacer de los próximos diez años “su década”. Hacia allá apunta el gobierno de Modi con su política de equilibrio entre las dos superpotencias: recibe un tratamiento muy favorable de los Estados Unidos, que percibe a la India como un contrapeso frente al poder creciente de China, al mismo tiempo que participa con China (y con Rusia, Brasil y Sudáfrica) en los BRICS, un grupo en plena expansión y cada día más antioccidental.

Dos realidades

A pesar de la imagen que en general se tiene de la India como el país de la miseria más lacerante, de las ciudades caóticas y sobrepobladas donde viven “los más pobres entre los pobres”, de los niveles más crudos de analfabetismo e insalubridad y de los cientos de miles de vacas deambulando sin dueño entre legiones de niños famélicos, hay otros datos que también constituyen la realidad de la India. Como, por ejemplo, que no hay ningún país con tantos centros de investigación tecnológica, en los que cada año un millón de jóvenes obtienen licenciaturas vinculadas con carreras de tecnología.

Es por eso que cada vez más empresas estadounidenses, británicas, canadienses y australianas tienen sus call centers en la India, donde medio millón de personas incluso imitan el acento del país respectivo para que los clientes se sientan cómodos. Y legiones de ingenieros diseñan y mantienen, desde sus bases en Nueva Delhi, Bangalore, Pune, Hyderabad o cualquier otra ciudad india, los sistemas de software de empresas ubicadas al otro lado del planeta. Y, también desde la India, cada día más médicos diagnostican por telemedicina a pacientes de cientos de hospitales en todos los continentes.

No siempre fue así. Después de su independencia de la Corona Británica, en 1947, la India, a pesar de haber adoptado un sistema democrático parlamentario, se resistió a ser un país capitalista y, llena de idealismo, trató de crear un modelo mixto, a medio camino entre el capitalismo y el socialismo. Sus resultados fueron tan magros que en 1970 dos tercios de su población vivían con menos de un dólar por día. Eran los años en los que los niveles de vida en los terribles suburbios de Calcuta estaban por debajo de los del África Subsahariana. El giro hacia el mercado cambió la situación con rapidez.

A pesar de su progreso acelerado de las últimas décadas, aún en la India conviven dos países: Bharat Varsh, la tierra milenaria, básicamente rural y pobre, donde subsisten siete lenguas principales y más de veinte mil dialectos, a la que todavía no han llegado la modernidad ni el progreso, y la India del siglo XXI, capitalista y urbana, que habla inglés, tiene sus propios Hollywood y Silicon Valley y cuyos niveles de vida se asemejan a los de Nueva York, París y Berlín. Y, a pesar de los arrebatos populistas de Narendra Modi, la India es un país de derechos y libertades, la mayor democracia del mundo con la más grande clase media.

Misteriosa y fascinante

Pero la India es mucho más que los datos básicos de su población, su progreso, su tecnología, su democracia y sus tensiones entre la modernidad y la tradición. La India es, acaso, el país más variado, contradictorio, misterioso y fascinante, en el que confluyen desde las cimas inhóspitas del legendario Paso de Khyber hasta las plantaciones de té de Assam, desde las hogueras de la ciudad santa de Benarés hasta los bazares siempre repletos de Puna y desde las ardientes llanuras del Decán hasta las miserables chabolas de Calcuta, la abigarrada ciudad hoy llamada Kolkata.

Su historia tiene unos treinta y cinco siglos, desde que los arios procedentes del Irán llegaron al valle del Indo, y desde que, diez siglos más tarde, Buda creó una escuela de pensamiento que dominó esa región del mundo por al menos 1.200 años. El primer imperio indio fue fundado 273 años antes de Cristo, medio siglo después de que Alejandro Magno conquistara buena parte de esos territorios. Más tarde se sucedieron una serie de reinos e imperios, hasta que en el año 711 los árabes empezaron sus incursiones, que culminaron recién en 1398, cuando Tamerlán capturó y destruyó Delhi.

Ya en la Era de los Navegantes, Vasco da Gama abrió en 1498 la ruta de la India, lo que facilitó que de 1526 a 1858 los emperadores mongoles reinaran a sus anchas. Sin embargo, en 1600 los ingleses habían desembarcado en la India e iniciado una implantación colonial que duraría hasta 1947. Pero para entonces, concretamente en 1869, había nacido el hombre que, con una estrategia asombrosa de ayuno y silencio, terminaría derrotando al Imperio Británico, el mayor que había conocido el mundo: Mohandas Karamchand Gandhi.

Colonia, independencia

Gandhi junto a Lady y Lord Mountbatten, último virrey de la India.
Gandhi junto a Lady y Lord Mountbatten, último virrey de la India.

El Imperio Británico en la India estaba llamado a “durar por toda la eternidad”. Eso fue lo que, el 1° de enero de 1877, proclamó la asamblea de maharajás reunida en una llanura de los alrededores de Nueva Delhi, el día y a la hora en los que, a la distancia, en Londres, la reina Victoria era proclamada emperatriz de la India. Pero ya en el siglo XX y después de dos guerras mundiales, la descolonización se volvió, en todo el planeta, un imperativo urgente. Los grandes imperios se desintegraron uno tras otro. Y en 1947 lord Louis Mountbatten fue designado virrey de la India para ponerle fin a la eternidad…

Pero los para entonces 400 millones de indios estaban hondamente divididos: sus 300 millones de hindúes tenían con los 100 millones de musulmanes un antagonismo inmemorial. Y es que mientras el Islam se apoya en una sola persona, el profeta Mahoma, y en un texto concreto, el Corán, el hinduismo es una religión sin fundador, aunque revelada, sin dogma, sin liturgia y sin iglesia. Y a la fractura religiosa se sumaba otra, incluso más severa: la división social, nacida del sistema hindú de las castas, con un concepto adicional, el de la reencarnación, que profundizaba aún más el abismo.

Para los hindúes, el karma, es decir el balance entre el bien y el mal acumulado durante todas las existencias mortales, determina si, en la siguiente encarnación, un alma asciende o desciende en el sistema de castas. La pertenencia a una casta baja es, entonces, una sanción moral merecida. Para los musulmanes, para quienes el Islam es una fraternidad privilegiada de creyentes, el sistema de castas les resultaba intolerable. Y los parias del hinduismo terminaron pasándose por oleadas a la fe de Mahoma. Y en vísperas de la independencia las tensiones entre las dos congregaciones se exacerbaron.

“¡Salgan de la India…!”

En medio de la disputa entre los dos pueblos, un profeta ascético y semidesnudo, el ‘Mahatma’ Gandhi, intensificó las campañas hindúes de desobediencia civil mediante una estrategia insólita de ayuno y silencio que fue minando la resistencia de los ingleses, que nunca encontraron la forma de enfrentar al líder de la no violencia, quien reclamaba, sin exaltarse, “salgan de la India”. Entre los musulmanes, entretanto, su líder, Mohammed Alí Jinnah, un hombre elegante, sobrio, educado y elocuente, planteaba la creación de su propio Estado, distinto del hindú, su “país de los puros”, su “Pakistán”.

Con la Marcha de la Sal, el ‘Mahatma’ Gandhi inició un movimiento de desobediencia civil que sería el punto de inflexión para la india.

El 15 de agosto de 1947, al cabo de unos esfuerzos pacientes y estériles de Mountbatten por evitar la partición, dos países surgieron de lo que había sido el Imperio Británico en la India. Gandhi fue asesinado en enero de 1948. Jinnah murió de tuberculosis ocho meses después. La India y el Pakistán se quedaron sin sus inspiradores. La rivalidad entre los dos países se convirtió, con los años, en una enemistad abierta que causó dos guerras, que aún persiste y que hizo que indios y pakistaníes se dotaran de armas atómicas y tejieran redes de alianzas internacionales que los sostuvieran.

Hoy la India, 76 años después de su independencia, es el país más poblado del mundo, con la quinta mayor economía y un ritmo ascendente que pronto la pondrá en el tercer lugar, aunque por su renta per cápita todavía está lejos de los países avanzados. También está rezagada por su infraestructura insuficiente y desconfiable. Pero ya llegó a la Luna, lo que refleja la enormidad de sus aspiraciones, al mismo tiempo que su equidistancia de las dos superpotencias (a pesar de sus rivalidades con China y Rusia) la ubica en una posición singular en el escenario político internacional.

Y es que si bien la India alentó siempre un orden mundial multilateral (Jawaharlal Nehru, su primer gobernante, fue uno de los creadores del Movimiento no Alineado, en 1955), hoy mantiene nexos sólidos y variados con los Estados Unidos, lo que no termina de empatar con su simultánea militancia en los BRICS, el grupo al que Rusia y China están convirtiendo en su fuerte de avanzada para su confrontación con el Occidente, incluida la desdolarización del comercio internacional. ¿La India se resignará a que su política exterior esté atada a los dictados chinos? ¿Hasta dónde será capaz de llegar? ¿O el mundo debe alistarse para otro “grito de victoria de una nueva India…”? Pronto se sabrá.

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