¡Pobre Adán y pobre Eva!

Por Anamaría Correa Crespo.

@anamacorrea75

Ilustración: María José Mesías.

Edición 448 – septiembre 2019.

Firma---Ana-María

¡Ay, Adán y Eva! ¡En qué tremendo rollo nos metieron! A ver… pero aguanten. ¿Quién mismo nos metió en este quilombo de la caída del paraíso y el pecado original? Adán y Eva, obvio.

Mmm… Perdonen anticipadamente si son fieles creyentes de la historia bíblica, pero yo vengo a plantearles algunas especulaciones sobre la vida y (des)aciertos de estos dos grandes de la historia.

Según nos cuentan las Escrituras, Adán fue la creación original de Dios, hecho a su imagen y semejanza, para que habitara en el jardín del edén, libre de toda tristeza o mal por los siglos de los siglos, amén. Como Adán pasaba sus días en soledad (aunque realmente no estoy segura de que conociera qué era la soledad, dado que esta parece ser un sentimiento propio del pospecado), Dios decidió darle una compañera, Eva, salida de su propia costilla y causante de la metida de pata cósmica.

¡Qué felicidad! Ya estaban Adán y Eva en plena desnudez y sin bochorno alguno. Para todo esto, tengamos muy en claro que ni Adán ni Eva escogieron vivir en el paraíso, fueron arrojados allí por la piedad de Dios, quien, además, les advirtió que podían hacer del paraíso lo que quisieran, dominar a todas las criaturas que allí vivieran, hacer un festín dionisiaco si es que esa fuese su voluntad, en fin; con la excepción de probar del fruto del árbol del bien y del mal. ¡Que estaba terminantemente prohibido!

¡Ayayay, el castigo que se les vendría si les agarraba la curiosidad! ¡Ahí van a ver, carajo, los desobedientes quedan fuera! O algo así debió de pensar Dios cuando hizo esa adver-tencia. Lo extraño del caso es que Dios mismo había colocado el árbol del bien y del mal en el jardín, tan vistoso como atractivo. Además, existe un personaje adicional que llama mucho la atención: la serpiente tentadora.

¿Cómo rayos llegó la serpiente al jardín del edén, si todo lo de allí era parte de la creación de Dios? A ver, aguanta, ¿me estás diciendo que la tentación, el mal, el demonio, eran parte de la escena idílica porque Dios así lo quiso?

Así parece… Pero no se asusten de mi escrito hereje. Solo reflexionen unos segundos para ver si estoy haciendo preguntas adecuadas o si yo misma estoy tentada por el demonio maligno para escribir estas letras escandalosas.

Un símil malísimo se me viene a la cabeza: yo Anamaría, madre de una adolescente, compro en el bajo mundo unos gramos de cocaína, los dejo en la mesa de la sala de mi casa y me pongo bravísima para advertir a mi hija que, si se le ocurre tan solo poner las yemas de sus dedos sobre la droga, será expulsada para siempre del hogar. Ella curiosa, e inquisidora, obviamente va tras el objeto prohibido. Es parte de la naturaleza humana, ¿o no? Quizá la naturaleza humana, inteligente, cuestionadora e inquieta estuvo ahí desde siempre, era parte de la llama divina original. ¿Original, dijiste? ¡Sí!

¿Puedo culpar a mi hija de su desobediencia? ¿La expulsaría para siempre de la casa por hacerlo? ¿La castigaría con todas las tristezas y tribulaciones del mundo? Y si mi hija me cuestionara, ¿no me gustaría que lo hiciera, porque sabría que heredó la razón que la hace ser crítica y no una sumisa que acepta lo que sea? Mientras me odian por hacer estas preguntas, y cuestionar el pegado original, les digo: ¡pobre Adán y pobre Eva, cargando desde tiempos inmemoriales con la culpa de una creación un tanto defectuosa!

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