Un coronel ruso salvó al mundo de un holocausto nuclear

El 26 de septiembre de 1983 el planeta Tierra pudo haber sido presa del holocausto nuclear.
Muy pocos conocen al hombre que lo impidió: un coronel ruso.

Fotografía: Alamy Photo Stock

Fue reconocido, tímidamente, por su acto, pero murió tal como vivió: casi en el anonimato. La decisión que tomó, la noche del 26 de septiembre de 1983, salvó al mundo del cataclismo nuclear en momentos en los que la desaparecida Unión Soviética, su país —desintegrado pocos años después, en 1991—, disputaba la hegemonía global con Estados Unidos. Era uno de los cismas de la denominada Guerra Fría, que enfrentaba al bloque occidental, pro libre mercado y derechos individuales, con el socialismo del Este con economías planificadas, reconocimiento de derechos colectivos en medio de regímenes autoritarios.

Si Stanislav Petrov, un coronel ruso, no tomaba esa decisión, decenas de misiles con ojivas nucleares (solo en el primer ataque) iban a cruzar los cielos de Europa, el océano Atlántico e impactar en la Costa Este de la unión americana. De inmediato, desde el país atacado, una reacción similar o más furibunda debía golpear a las principales ciudades soviéticas. Millones habrían perecido instantáneamente. Otros lo habrían hecho en muy corto tiempo, desahuciados por la enorme cantidad de radiación que iban a absorber sus cuerpos.

Un planeta bipolar

En septiembre de 1983 el Ecuador era gobernado por el democratacristiano chimboracense Osvaldo Hurtado, quien debía entregar el poder en algo menos de un año. El Gobierno enfrentaba una crisis económica y de credibilidad luego de que terminara el boom petrolero de los años setenta. Era evidenciada, sobre todo, por un legislador socialcristiano, guayaquileño de nacimiento: León Febres Cordero. Meses después iba a ser elegido en las urnas.

América del Sur empezaba, lentamente, a dejar regímenes dictatoriales. Meses después, también en Argentina, el cruento Gobierno militar que torturó, asesinó y desapareció a miles de personas, permitió al fin elecciones, en las que se impondría el radical Raúl Alfonsín. Sin embargo, continuaban los totalitarismos castrenses de Chile, Brasil y Uruguay.

En Estados Unidos era presidente el exactor de Hollywood Ronald Reagan, del Partido Republicano. En territorio soviético transcurría el breve período del exjefe de Inteligencia (la KGB) Yuri Andrópov. Las tensiones entre ambas potencias estaban crispadas y las provocaciones se multiplicaban en la Guerra Fría, el duelo a muerte por la hegemonía global que comenzó una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

En ese septiembre un avión de pasajeros de la empresa Korean Air ingresó en el cielo soviético y fue derribado por naves de combate locales. En la tragedia perecieron 269 personas. Aquel día, en el desierto estadounidense de Nevada, a decenas de metros bajo tierra, se detonaba la bomba número 997 de las 1129 que el Gobierno estadounidense ordenó entre 1945 y 1992: la Chancellor, de 143 kilotones de potencia (un kilotón equivale a mil toneladas métricas de explosivos liberados al mismo tiempo). La URSS realizaba pruebas similares en territorios igualmente alejados, como la región de Siberia. En ese mismo contexto detonó 715 armas de ese talante.

Orfandad y milicia

El cineasta danés Peter Anthony retrató a Stanislav Petrov en el filme El hombre que salvó al mundo (2008). El realizador logró contactar al exmilitar en Moscú. Vivía en el olvido, en un pequeño departamento. Con una pensión equivalente a unos doscientos dólares, en la actualidad, que le alcanzaba para malvivir.

El filme, que combina dramatizaciones del momento cumbre de Petrov y evidencia su vida décadas después, apenas se ha difundido a escala global, allende curiosos que exploran Internet (puede encontrarse en plataformas de video gratuitas). Es la principal evidencia acerca del excoronel del Ejército Rojo. Cuenta cómo se desarrolló la jornada del lunes 26 de septiembre de 1983.

Petrov era oriundo de la lejana Vladivostok, un puerto ruso en el océano Pacífico, ubicado a más de nueve mil kilómetros de Moscú, cercano a las fronteras con China y con Corea del Norte. Nació en 1939. Su padre, Yevgraf, fue aviador durante la Segunda Guerra Mundial; su madre fue enfermera. No existen registros, al menos en el mundo occidental, de los detalles de su niñez y de su adolescencia. En el filme se muestra reacio a hablar de su vida personal, sobre todo de su madre. Ahí señala que ella lo obligó a unirse al ejército y a dejar el lejano Oriente ruso cuando cumplió la mayoría de edad.

Hizo carrera en la milicia soviética, sobre todo, durante los años setenta. Llegó al grado de coronel. Se casó y tuvo dos hijos: Dmitri y Yelena. Tenía 44 años el momento en que se enfrentó con el dilema que tenía que ver con el destino de la humanidad.

Aquel 26 de septiembre estaba franco. Era uno de los oficiales a cargo del centro de mando de la inteligencia militar soviética, el búnker Serpoj-15, en la zona de Moscú. Se trataba de un cuartel de operaciones del Ejército Rojo para monitorear, a través de una red de satélites, la actividad de sus pares estadounidenses en materia de misiles y de movilidad de sus fuerzas militares. Tenía la capacidad de detectar con facilidad los desplazamientos del enemigo, con el fin de que, en el caso de que efectivamente sucedieran, organizar una defensa y respuesta inmediatas.

Ese día el encargado del mando, un alto oficial que compartía funciones con Petrov, no pudo asistir y se lo comunicó a sus superiores. El reemplazo era el propio Stanislav, quien lo hizo a regañadientes. Se alistó, se puso su uniforme y se dirigió a la base.

Stanislav con su hijo Dimitri en 1999.
Stanislav Petrov, un oficial soviético en plena Guerra Fría, se negó a creer a su sistema informático, que anunciaba un ataque de misiles estadounidenses contra la URSS. Falleció en 2017 en su apartamento de Frázino cerca de Moscú a los 77 años.

Ya en su puesto de trabajo, cerca de la medianoche, las computadoras registraron un dato terrorífico, reportado por los satélites: un misil nuclear despegaba de una base norteamericana en Dakota del Norte con dirección a territorio soviético. Un minuto después salió otro. Continuó de la misma forma por cuatro minutos más. Los técnicos miraban angustiados a Petrov, quien debía reportar la alerta temprana al alto mando, el cual a su vez debía alistar la respuesta del Estado socialista. La adrenalina del momento hacía que los subordinados de Petrov llegaran al paroxismo y le exigieran actuar. Gritaban. Él pedía paciencia.

Media docena de misiles no correspondía a un patrón de un ataque nuclear estadounidense, que los soviéticos conocían muy bien en razón de la información que les proveían sus servicios de inteligencia. Esperaban decenas. Algo no estaba bien y Petrov lo sabía. Si se detenía la secuencia, tenía que ser en razón de que existía una irregularidad en el sistema de monitoreo satelital. No se registraron más alertas. La calma volvió a la base. La teoría del coronel se ratificó en los hechos. La temida pesadilla nuclear nunca empezó, por lo menos en ese momento.

Petrov no tuvo más premio, al terminar la jornada, que volver a su casa para encontrarse con su esposa e hijos. Para el establecimiento militar y político de la ex potencia obrera no había vueltas que dar: el coronel no cumplió ni informó debidamente del llamado Incidente de Otoño. Fue degradado y su carrera militar se detuvo.

Asustando a De Niro y Costner

El relato de Petrov se plasmó en la gran pantalla gracias a un realizador independiente, el danés Anthony. La trama del filme va de Moscú a la Costa Este estadounidense, donde un arisco ruso, acompañado de una joven de su país encargada de cuidarlo, se presentó en distintos círculos de la metrópoli. En la sede las Naciones Unidas, en Nueva York, recibió un homenaje en uno de los salones, frente a un puñado de personas.

Una de sus peticiones era conocer a sus actores favoritos de Hollywood: Robert de Niro y Kevin Costner. Al primero lo ubicó en una reunión social, donde apenas compartió minutos con él. Con el segundo tuvo una conversación, reflejada en el documental. “¿Qué hubiera sucedido si informaba al alto mando soviético del ataque estadounidense?”, preguntó el famoso. “Solo en el primer ataque, más de doscientos misiles nucleares habrían destruido las principales ciudades del este de su país”, respondió el excoronel.

Petrov volvió a Rusia. Hizo las paces con su madre. Eventualmente, iba a eventos públicos no masivos donde era objeto de homenajes. Seguía viviendo de su modesta pensión. Finalmente, falleció el 19 de mayo de 2017 en Friázino, en las afueras de Moscú.

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