PETE, EL AVENTURERO

Por Pablo Cuvi

Fotos archivo Pete Oxford

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Pete Oxford es un inglés de ojos azules, piel curtida y sonrisa fácil, que asoma de vez en cuando por la revista con algún nuevo libro de fotos o un reportaje de su último viaje a lugares tan exóticos o extravagantes como Bután, Okavango, la península de Kamchatka o el corazón del Yasuní.

Nació en el sur de Inglaterra, en Torquay, el pueblo de Agatha Christie, pero escapó a tiempo de sus muchas novelas de asesinatos, porque su papá era militar y los trasladaban a Singapur, Alemania y otros sitios. Aunque sus raíces están en el condado de Devon, donde viven su mamá y dos hermanas, él se afincó en el Ecuador desde 1985. Afincarse es un decir porque viaja la mayor parte del año, aunque siempre vuelve a su espectacular apartamento de La Floresta. Quito lo ata como la propaganda de Hunter: “si se va, viene”, aunque Pete es exactamente lo opuesto de un hunter; es un protector de los animales y la naturaleza que se volvió guía naturalista de alto nivel y fotógrafo sobre la marcha, apoyado siempre por su compañera de años, la sudafricana Reneé Bisch, quien cambió el mundo del design neoyorkino por la vida aventurera.

Observando a un colibrí que revolotea feliz en el balcón de su apartamento, le mando una pregunta cuya respuesta salta a ojos vista.

—¿Te gusta la vida que llevas?

—¡Me encanta! Yo diseñé esta vida, no es cosa de suerte. Desde que tenía cinco años sabía que quería viajar y estar con animales. Entonces fui a la universidad en Gales a estudiar Zoología y Zoología Marina y luego encontré la forma de combinar estos dos gustos míos con la fotografía.

¿Cuáles eran tus planes al salir de la universidad?

—Antes de graduarme, dijeron que los biólogos no tenían posibilidades de empleo. La única apertura era en acuacultura. (Entonces se especializó en el manejo del laboratorio para langostas marinas con pinzas y empezó a trabajar en un proyecto experimental del Ministerio de Pesca).

¿Cómo pasas de ahí a trabajar en una camaronera en el Ecuador?

—Estaba totalmente decepcionado con Inglaterra en general, quería salir. Escribía cartas a muchos países y me contestó un amigo que había estado en la universidad conmigo y trabajaba en el Ecuador, en camarones, diciendo: ‘Pete, tengo un trabajo para ti’. Llegué en dos semanas y resultó que la carta no era una respuesta sino una coincidencia. Me dije ‘es el destino’. Fui a un laboratorio de semillas en Punta Blanca.

Era la época de auge del camarón, a mediados de los años ochenta, ¿no?

—Sí, éramos un grupo de unos 30 extranjeros con los que arrancó la industria. Pero apenas pude me fui a Galápagos. Había visto los documentales de David Attenborough, famoso en Inglaterra, y Galápagos no era físicamente posible para mí, pero cuando llegué a la costa ecuatoriana estaba ahí, al otro lado del horizonte. (Con Graham Watkins, un amigo, consiguieron el apoyo de Kanodros y siguieron un curso de guías para Galápagos.) Luego de unos años de guías, Graham fue director de la Estación Científica Charles Darwin y yo me incliné por la fotografía.

¿Cómo era el ambiente de Puerto Ayora en el año 87?

—Para mucha gente era como los años dorados. Había muy pocos vehículos. Todo el mundo andaba en bicicleta y era súper tranquilo. La gente estaba ahí porque quería estar en Galápagos. Eso ha cambiado porque ahora es mucho más comercial, la gente va más pensando en plata que en la naturaleza. El turismo desarrolla muchos oficios.

¿Qué tal era el trabajo de guía?

—¡Lindísimo! Navegué en el Galápagos Explorer el primer año y luego fui free-lance. (Los guías se reunían, intercambiaban información sobre los animales y los sitios, investigaban por su cuenta, eran como esponjas. Y los turistas eran gentes más interesadas en la ecología porque era más difícil y caro viajar. Pero también se farreaba duro. Luego de tres años, otra vez le entró la gana de ver mundo). Me fui ‘a dedo’ desde Galápagos, en un velero de 33 pies de largo, chiquitito, con otros tres que estaban haciendo un viaje largo alrededor del mundo. Para cruzar un océano, a un velero le gusta coger un tripulante extra, porque hay más trabajo y así pueden descansar. Entonces fui como el extra, éramos tres hombres y una mujer.

¿Qué tal fue ese viaje?

—Es una de las cosas más lindas que he hecho en mi vida, 21 días de navegación por el Pacífico sin ver tierra. Al final llegamos a Fatu Hiva que está en medio de las islas Marquesas, es tan impresionante, entras en la bahía de las Vírgenes y es lindísimo. Botamos el ancla, estábamos enrollando la vela y un tipo salió de la playa en una canoa de madera con un flotador y vino hacia nosotros a remo y sin decir nada en absoluto subió un saco pesado, le puso en la proa de nuestro velero y regresó a la playa. El saco estaba lleno de toronjas, fue un regalo de bienvenida, nada más.

Había unas cien personas viviendo en la isla y justo fue dos semanas antes de la celebración de la Toma de la Bastilla, que es el 14 de julio. Estaban practicando los bailes y todo; las mujeres, como en una película, andaban con esas faldas de hierba, ¡fantástico, es como un paraíso! A mí me tenían tocando el tambor, cogiendo el ritmo con ellos. Una abuela nos prestó a la nieta de 12 años para guiarnos por toda la isla, para ayudarnos en cualquier cosa. Su función también era coger flores cada día y hacer con un hilo un collar de flores para ponernos como corona en la cabeza, también un hibiscus detrás de la oreja, tuvimos que andar así por toda la isla. Ahí, la forma de ser rico es: lo más generoso que eres, lo más rico que eres. No puedes pasar una puerta ni una familia, en la que alguien no te dé algo.

¿Y ustedes qué entregaban?

—No dimos nada, solamente saludábamos. De ahí pasé tres meses en Australia, otro de mis sueños porque había visto un documental en Inglaterra de un tipo que estaba cogiendo cocodrilos en Australia. Dije: “Chuta, quiero hacer eso también”.

¿Para qué los cogían?

—Para estudios científicos, cogimos cientos de cocodrilos para marcarles. También recogíamos los huevos que ponen en la arena al lado de los billabongs.

¿Qué son los billabongs?

—Es el nombre australiano para una laguna pequeña. Tenía que irme como 200 kilómetros por el puro monte pasando un día. Visitaba todos los billabongs y buscaba todos los nidos. Regresaba con los huevos al centro de estudio y los incubábamos. Había que marcarlos, pesarlos, fue un estudio científico. De ahí fui a India para ver los cocodrilos al sur de Madrás; luego a Zimbabue donde hice mucha captura de antílopes corriendo detrás de ellos, para trasladarlos y repoblar otros parques.

¿Con redes?

—Pusimos una red grande y yo tenía que estar camuflado, agachado dentro de la trampa. El rato que pasaba un antílope tenía que salir corriendo y saltar encima para que no pueda escapar, fue súper chistoso, cogimos cientos de antílopes también, esa fue una buena época. Navegando, navegando, llegué a las Malvinas, las Falkland, trabajé cuatro meses como científico en los barcos pesqueros de España, Taiwán, Japón.

Hay una vida salvaje muy interesante en las Malvinas, ¿no?

—Me encanta, es uno de mis lugares favoritos del mundo a nivel de fauna: pingüinos, albatros y todo eso, es sumamente interesante.

Y aislado como Galápagos.

—Te agachas para tomar las fotos de los pingüinos, imposible pero chistoso al mismo tiempo porque te saltan, vienen en manadas, es como una pared de 20 pingüinos curiosos tratando de mirarte: ¿qué es esa cosa rara que está en mi colonia?

Una ciudad de hielo

(Terminada la vuelta al mundo volvió a trabajar como guía en la Amazonía, en el albergue llamado La Selva en el río Napo. Allí conoció a Reneé que estaba de turista. Ella abandonó su trabajo de diseñadora del jet set en Nueva York, y empezaron a viajar y vivir juntos).

—Fuimos a construir Sacha Lodge, que era de Benny Ammeter.

¿El mismo de la Casa del Suizo que está por Misahualli?

—Sí. Yo ya estaba interesado en tomar fotos pero no tenía recursos. René dijo que bueno, “si vamos a estar juntos y quieres hacer eso tienes que tomar fotos”. Ella realmente me empujó a comprar una Nikon FM2 con un lente de 300 mm. Entonces nos contrató una empresa internacional para trabajar como guías y empezamos a viajar por todo el mundo y empecé a tomar fotos con los osos polares. Era una empresa de ecoaventura y estuvimos en la Antártida, el Ártico, India, por todo lado.

¿La Antártida, cómo es?

—Yo tengo dos lugares favoritos en el mundo realmente, uno es Botswana y otro es la Antártida, porque es tan prístina todavía la claridad de la luz, el hielo, los animales mismos, los pingüinos, las focas leopardos, las ballenas. Cuando vas en rompehielos y sales en helicóptero, y llegas a las colonias de los pingüinos emperadores, es como una ciudad porque los icebergs están dentro del mar congelado, no sobre rocas ni terreno ni tierra ni nada, y caminas por los icebergs dentro de este mar congelado.

Una ciudad de hielo.

—Como una ciudad: la gente son los pingüinos y los edificios son los icebergs. A veces son colonias muy grandes de pingüinos emperadores. Yo era el expedition leader, encargado de todo, tenía que diseñar el rumbo y el itinerario, trabajando bien pegado al capitán.

—Para alguien que quiera hacer un tour de esos, ¿cuánto tiempo toma y cuánto cuesta más o menos?

—Ahora es totalmente diferente porque hay tantos barcos, el costo varía bastante…

—¿Unos diez mil dólares?

—Mucho menos porque hay barcos grandes de 300, 400 personas, pero solamente pueden bajar cien a la vez. El problema es que pasan mucho tiempo a bordo esperando que regresen, pero pagan menos.

(En Botswana, entre Sudáfrica y Zimbabue, queda Okavango, ese delta fabuloso que termina en la arena y que Pete ha visitado como 50 veces).

—¿Qué hay en Okavango?

—Es África en un estado primordial todavía. Es muy exclusivo, andas en Botswana en los Land Rovers abiertos sin ventanas ni techo ni nada.

—¿No es peligroso con los animales?

—No, pero no puedes pisar fuera del Land Rover sin peligro, me entiendes, porque hay leones. Si tenemos que ir a orinar fuera del Land Rover durante la mañana, hay que chequear bien alrededor, en los arbustos.

—¿Por qué los leones no atacan al jeep?

—Porque el jeep nunca ha atacado a los leones, nunca les han quitado su presa ni los ha molestado. Entonces ven al Land Rover como un rinoceronte, pero no es un peligro, hemos tenido muchos leones que se han frotado en el Land Rover mismo.

—¿Alguna vez has estado en peligro de muerte?

—Una vez se nos vino encima una manada de 60 elefantes, en la frontera con Namibia. Allí les persiguen los cazadores furtivos. Cruzaron el río y empezaron a correr contra nuestro jeep, que estaba en una arena suave. Escapamos con las justas.

—¿Cuál es el tercer sitio fantástico?

—Yasuní, en un orden de magnitud más fascinante todavía que Galápagos, porque siempre hay cosas que son nuevas, siempre está lleno de sorpresas, la complejidad del ecosistema es impresionante, piensas ¿cómo se reúne todo, tantos animales? Galápagos es bastante fácil de entender cómo funciona el ecosistema, cómo interacciona una cosa con la otra; en Yasuní es casi imposible, dicen que hay más de cien mil especies de insectos en una hectárea, es demasiado.

—¿Estás haciendo un libro de fotos sobre eso?

—Queremos mostrar lo fascinante que es uno de los puntos más biodiversos en el planeta, para un naturalista no hay lugar mejor en ese sentido. Trabajamos con la Estación de Biodiversidad Tiputini, de la Universidad San Francisco. Ellos nos hospedaron a Reneé y a mí. Desde allí caminábamos por todas las trochas y las primatólogas también nos ayudaron.

—¿Primatólogas?

—Tres mujeres primatólogas que están estudiando a los monos. Ahí tienen algunos investigadores que son vinculados a la estación y otros internacionales. Hice varios escondites y me pasé días enteros esperando a los animales para tomarles fotos en saladeros, por ejemplo, donde los mamíferos vienen a comer arcilla, que está llena de minerales.

Quiero explicar lo que he visto

—¿Siempre vuelves a Quito, esta es tu base?

—El Ecuador siempre ha sido mi hogar desde el 85. No tengo, como muchos extranjeros, un departamento en mi país de origen, en Inglaterra, no tengo nada en ningún otro país, mis cosas están aquí.

—¿Crees que mientras sea un negocio, mientras haya dinero de por medio, la naturaleza está amenazada?

—Sabemos cómo es la codicia del ser humano, llega a cualquier lado del mundo. Cuando hay negocio alguien va a aprovechar y eso es lo que me da mucha pena en Yasuní, por ejemplo, porque se sabe que hay madereros ilegales, dicen los peruanos que los árboles cortados ilegalmente están llegando por los ríos a Perú. Lo que deben entender los ecuatorianos es que cualquier árbol, animal o planta del Yasuní pertenece a todos los ecuatorianos. Tienen que reaccionar porque hay gente cortando sus árboles para hacerse ricos a costa de los ecuatorianos, y además, a mi costo, porque Yasuní pertenece a la Biósfera, el Ecuador ya es signatario de la Unesco y Yasuní es un sitio designado como un World Heritage Site, entonces me pertenece a mí también. Hay mucha migración dentro de la Biosfera, la vía Auca está totalmente dañada.

—¿Cuál es la vía Auca?

—La que va al corazón de la Biosfera, no al parque nacional pero sí a Yasuní Biosfera; está llegando más y más gente, se está asentando, cortando todo, haciendo sus chacras. Pero siguen viviendo una vida bastante, pobre porque no hay manera de hacerse rico al sembrar en un bosque húmedo tropical, el terreno es pobre, no da. Yo quiero explicar lo que he visto porque he estado trabajando en el terreno. También sobrevolé el otro día en helicóptero por la vía Maxus y sí están colonizando dentro del parque, están limpiando, cazando.

—Desde que conociste la Amazonía, ¿qué ha cambiado en los últimos veinte y pico de años?

—Cuando bajé a Limoncocha, en el 87, era casi como un paraíso, había muchos caimanes negros, era selva todavía, pero ahora que bajas por el Napo es full botes, deslizadores de petroleras con el aire acondicionado y gabarras grandes, ya no hay delfines en la bocana del Indillana, ya no hay la cuchareta rosada ni los curasaws que venían a beber en la orilla, eran grandes como una pava pero los han cazado. Yo tengo ahijados ahí y sabía visitarles en Pilchicocha, vivían en el filo del río, ahora ya están cuatro líneas adentro.

—¿Qué contabas en tu libro de 1997: Amazonas, imágenes?

—Explicaba lo que estaba pasando en esa época, fue justo cuando estaban construyendo la vía Maxus. Yo trataba de dar importancia a preservar, a no usar carreteras para la industria petrolera, porque puedes sacar petróleo como hacen en el océano, ponen tubos submarinos y se bombea, pero dicen los petroleros que es más costoso. Revisaba el libro el otro día después de años y todo lo que dije se cumplió, es triste.

—Tienes también un libro sobre los chagras. ¿Cómo así te metiste con los chagras que no son parte de la ecología?

—No, pero también me encanta tomar fotos de todo lo que es cultura y tribus indígenas. He ido mucho a China, India, Mongolia, buscando precisamente culturas diferentes. En el Ecuador, aunque no es un grupo étnico distinto, es una cultura bastante fuerte la chagra, gente común y corriente que tiene su trabajo en los pueblos, pero cada que un dueño de hacienda necesita que vengan para coger los toros en los rodeos, esos manes enseguida se cambian y ya no son trabajadores de almacenes, ya son chagras, tienen en la sangre ese orgullo de ser chagras. Son tan generosos, es lindísimo estar con ellos.

—¿Cómo ves el futuro del planeta por la contaminación y el problema del agua, qué va a pasar?

—Por suerte no tengo hijos, porque creo que va a seguir empeorando. Una de las cosas más problemática es el estado de los océanos, es impresionante cómo hemos tratado tan mal los océanos.

—Son unas capas gigantescas de desperdicios y plásticos en el mar, cientos de kilómetros cuadrados donde no entra la luz y afecta todo, ¿no?

—Sí, es impresionante. Se forman remolinos inmensos. Cualquier persona que bota un plástico al río no piensa más en ese plástico, pero el plástico sigue… si me voy abajo a Tumbaco o Cumbayá es horroroso ese río y la gente sigue botando cosas. Eso va a Perú, y más allá, a Brasil, y luego llega al océano y se acumula en ese remolino de plástico.

(Hablamos del calentamiento global y del papel que desempeñan los grandes países. Le planteo mi inquietud por la actitud de los poderosos chinos frente a la naturaleza y ese capitalismo medio salvaje que practican).

Fui muchas veces a China y visitamos muchos mercados medicinales, cada pueblo tiene uno y cada ciudad tiene varios. Ahí se pueden comprar sacos de sacos de hormigas, sacos de culebras, de estrellas de mar, de pepinos de mar.

—O sea que literalmente saquean la naturaleza.

—Es impresionante. Había sacos de carapachos de las tortugas. Cada cosa por toneladas, pero eso viene de todo el mundo. Por ejemplo, en Galápagos sacan los pepinos de mar que van a los mercados asiáticos. Dicen que los chinos comen todo lo que tiene patas, menos la mesa, y es verdad. Como están creciendo y tienen más y más plata, van a explotar demasiado los recursos naturales.

—¿Cuál es tu trabajo en estas giras?

—Soy fundador del International League of Conservation Photographers. Nos juntamos más de 50 fotógrafos de naturaleza, los mejores de National Geographic, los más famosos, y yo, que no me cuento tanto. Registramos imágenes para conservar, hemos logrado la formación de varios parques nacionales en África, por ejemplo. Aquí, en el Ecuador, mi fin es mostrar la belleza y la importancia de lo que tenemos.

—¿Cuándo dejarás de viajar?

—No pienso dejar de viajar. Voy a seguir explorando, aunque después los viajes sean más cortos o menos duros, pero seguiré topándome con culturas nuevas y animales nuevos, buscando historias para contar.

—A propósito de historias, ¿qué piensas de tu paisana Agatha Christie?

(Ríe). Qué pena que no haya vendido tantos libros como ella.

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