Por Milagros Aguirre.
Ilustración: ADN Montalvo E.
Edición 439 – diciembre 2018.
En las redes sociales aparecen varios artículos y videos pseudocientíficos en los que se invita a los lectores a alejarse de personas tóxicas para ser feliz. Consejos como “aléjate de personas complicadas, mejora tu salud”, se comparten y viralizan y se vuelven certeza en tiempos de la posverdad. Llaman “gente tóxica” a quien se queja, asume el papel de víctima, es pesimista (sobre todo eso, pesimistas que se quejan de la situación del país, del mundo, de la familia), es envidiosa, solo habla de sus problemas o critica. Pues… me rebelo contra esos consejos y postulados, que vienen a ser fórmulas para una falsa felicidad en la que aquel que pasa de todo, que mira a otro lado, que todo le es indiferente, es feliz.
Lo siento. Me parecen personas tóxicas justamente quienes quieren ser felices a cuenta de ignorar a los demás, que prefieren abstraerse de los problemas familiares, del país y del mundo, que no son capaces de extender la mano a quien pueda tener problemas y se encargan de juzgar sin más. Tachar a una persona de tóxica en lugar de preguntarse por qué está triste o deprimida o malhumorada, por qué es violentada o humillada, me parece mucho más tóxico. Tachar a alguien de tóxico porque le afecta el mundo o se preocupa de la realidad nacional, económica, social y política, cuestiona y critica es más tóxico. Marginar a quien puede resultar incómodo no es sino reflejo de la intolerancia en que vivimos.
De acuerdo a esos consejos, en lugar de ayudar a una amiga o a un familiar en problemas, empujándole, por ejemplo, a asistir a terapia para combatir la depresión, resulta que hay que darle la espalda porque es tóxica. De acuerdo a esos consejos, quien no ha tenido un buen día pasará inmediatamente a la lista de personas que no se deben ver, una especie de lista negra. De acuerdo a esos consejos no escucharemos a quien tenga algo que decir al respecto de la situación económica, política o social del país. De acuerdo a esos consejos no habrá quién dé la mano, por ejemplo, a los migrantes venezolanos porque no nos habremos enterado de que existen. Ciegos, sordos y mudos… pero aparentemente felices, sin nada “tóxico”, porque eso hace daño a la salud.
No comparto y rechazo esos consejos que nos dicen que la felicidad es básicamente abstraerse del mundo, ignorar a aquel que tiene problemas y sonreír. De acuerdo a ellos, la felicidad es una especie de trance egoísta donde solo importa el Yo. Falacias. Por supuesto, todos tenemos nuestras propias toxinas, nuestros días de alegría y nuestros días de tristeza, momentos de envidia o de generosidad, risa y llanto, de críticas y alabanzas. De eso estamos hechos los seres humanos.
Nada más tóxico que el individualismo, ese que se plantea estar bien pasando por encima del resto o ignorando sus problemas y realidades,
sin calzarse los zapatos del otro.