Sansón o las rayas del tigre

“Dame fuerza y templanza, alivio y perdón”. Sansón cuentala historia de un boxeador retirado que sale de la cárcel. 

Una vez libre, encuentra en su soledad una nueva condena. Esta historia comienza con una plegaria.

Now I’m back on my feet,
just a man and his will to survive.
Survivor
“Dame fuerza y templanza, alivio y perdón”.

De niño, Pável Quevedo escuchaba las peleas de boxeo junto a su abuelo. El hombre, ya entrado en años, ponía la radio “a toda madre” y reaccionaba con saltos y gritos a la voz granulada del narrador. Su nieto recuerda cuánto lo cautivaba verlo y cómo esa voz lo sumergía también en el combate: “Imagínate seguir una pelea solo mediante la narración. Empiezas a imaginar los cuerpos, los puños, el baile del boxeador”.

Quevedo inició su carrera de director con el documental La Tola Box (2014). En Sansón, su primer largometraje de ficción, retoma el universo del boxeo a través de Baldomero, un hombre que ha perdido su fuerza e intenta —desesperadamente— reintegrarse a un mundo que lo rechaza.

Desde una estética cercana al documental, Sansón nos lleva al centro de Quito, pero no al blanco uniforme de sus cúpulas sino, más bien, al collage de texturas y sonidos de su gente. El humo de los autos, las paredes rayadas, el comercio informal, el acordeón que retumba en cada esquina. Aquello que vemos los quiteños cuando paseamos por sus calles empinadas y, día a día, hacemos nuestro.

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Tráiler oficial.

—¿Por qué mostrar este Quito popular?

—Pável Quevedo (PQ): El centro me encanta, es uno de los lugares más auténticos de la ciudad. De los más poderosos y vivos, con una enorme diversidad, una especie de barroquismo sonoro y visual impresionante. Es un Quito que dice mucho quiénes somos, que habla de nuestra identidad. Quisimos crear el universo narrativo a partir de esas características; no irnos a la postal turística. La idea era contar la vida que transcurre ahí; todo lo que significa la cotidianidad. La ciudad está planteada como un personaje más; casi un personaje fantasma, que es muy potente y está presente no con planos descriptivos, sino más bien desde el punto de vista, bastante cerrado, del personaje.

Wolframio Sinué da vida a Baldomero, un exboxeador que tiene que aprender a vivir tras salir de prisión y tiene que reconectarse consigo mismo y con el nuevo mundo que encuentra fuera de las rejas. Fotografías: Cortesía Sansón la Película.

—Lucía Romero (LR): Desde la producción, era importante plantear un diseño que respetara el espacio. Hubo que tomar decisiones respecto a la manera de moverse en el centro de forma más sigilosa, tener un equipo de cámara más pequeño, buscar las maneras de rodar cuando había demasiada gente y no usar extras; movernos en el centro, que es tan estrecho, de maneras que no fueran invasivas. Cuando quieres moverte así, toca pensar alternativas para crear ese respeto, porque las condiciones de producción terminan reflejadas en la imagen.

—En tus películas vemos un interés profundo por abordar el boxeo desde la cultura popular del Centro Histórico, donde es parte de esas costumbres que van desapareciendo con los años o dejan de visibilizarse. ¿Cómo surge tu cercanía con ese deporte?

Canal Medios Públicos

—PQ: El boxeo es uno de los universos poéticos más hermosos para contar una historia. Tiene una profundidad de personajes increíble, porque en general son historias de superación. Es difícil ver a boxeadores que vengan de familias pudientes o de clase media-alta. Son historias de lucha.

Hubo un tiempo en que el boxeo en el Ecuador era un deporte de oro. Llenaba la Plaza de Toros, el coliseo Julio César Hidalgo. Cuadras que ardían de gente y de emoción. Ahora, el boxeo sigue siendo importante a nivel olímpico, pero ya no es tan popular como antes. Todos esos factores, más el contexto del centro, delinearon el personaje de Baldomero, que es un poco antiguo; justamente un personaje de esa época, de los que cada vez hay menos en Quito. Por otro lado, el boxeo también tiene una relación muy profunda con el cine, desde los inicios. Ves los cortos de Buster Keaton, de Charles Chaplin…

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Baldomero es interpretado por el actor ecuatoriano Wolframio Sinué —Proof of Life, The Dancer Upstairs, La reina de indias y el conquistador—. El conflicto en Sansón parte de que el protagonista, en un enfrentamiento amistoso, pierde el control, rebasa el límite entre la disciplina y la violencia y asesina a puño limpio a su compañero. A partir del evento fatal, la figura del boxeador exitoso se derrumba en el caos interno de quien solo puede canalizar la ira y la frustración a través de la violencia.

Amelia, interpretada por Carla Calasanz, es una cantante de tecnocumbia que se presenta en un karaoke del Centro Histórico de Quito. Amelia se convierte en la compañera de Baldomero.

—¿Cómo te acercaste a esta pérdida de equilibro cuerpo mente para darle vida a Baldomero?

—Wolframio Sinué (WS): Era una oportunidad cheveraza para acercarme físicamente al personaje. Yo había hecho antes artes marciales, desde muy pelado hacía chi kung, que consiste en llegar a los límites. Ese tipo de trabajo para mí es fundamental; como actor, descubrí que era un camino para romper con ideas preconcebidas. Empiezas a ir más allá, a darte cuenta de que hay cosas que no se ven a simple vista.

La historia nos sumerge en las entrañas del expenal García Moreno, en un breve vistazo de lo que puede ser el encierro: ventanas enanas con barrotes, pasillos estrechos y penumbra. Luego, nuestro Sansón se deja cortar la cabellera y sale en libertad. Una libertad aparente. La fuerza que le es arrebatada no es física, sino interior. Carga con el dolor de saber que ciertos errores no pueden deshacerse.

Como exconvicto lleva, además, la marca de quien será perpetuamente juzgado. Un sino en donde la voluntad del cambio se anula ante la mirada indiferente e incrédula de los otros, un círculo vicioso que recae en el error. La sociedad que no lo admite de vuelta lo deshumaniza y todo acto, sin importar su gravedad o vileza, pasa a ser solo “una raya más al tigre”.

Es así que Sansón abarca temas íntimos, como la exploración de las prisiones personales, y asuntos tan complejos como la situación de los sistemas carcelarios y la utopía improbable de la reinserción social.

—Es muy simbólico que la fuerza que se le quite a este Sansón no sea física, sino más bien emocional. ¿Cómo surgió esta analogía con el relato bíblico?

—PQ: Cuando empecé a escribir el guion tenía una sinopsis, que era muy distinta a lo que terminó siendo la peli, y ya tenía el nombre Sansón de entrada. Se quedó y cada vez fue resignificándose. Empezó a tener cierta poética en la película. Es la pérdida de fuerza no solo física sino espiritual, mental, después de un evento traumático como es el estar preso. También estar preso es un símbolo de estas cárceles emocionales, de formación religiosa, de todo tipo.

—A Baldomero no lo vemos en la cárcel, pero evidentemente la cárcel marca un quiebre en su mundo interno, sobre todo por el estigma que carga después. ¿Cómo conectan esa inquietud con los motines que han ocurrido este año en las cárceles nacionales y los debates que esta situación ha desatado?

—PQ: La peli no habla directamente de conflicto carcelario. No narramos la situación que se vive en una prisión, pero sí vemos a una persona que es consecuencia de eso, de todo este sistema penitenciario fallido que no solo es un problema en el Ecuador. Para mí lo sistemas penitenciarios de todo el mundo están mal planteados, no regeneran a las personas. A partir de Sansón, percibimos esas falencias. Por otro lado, la cárcel como un lugar físico donde encierran a un montón de personas es este espacio donde te sales de tu libertad. Imagínate, veinte o treinta personas encerradas en un solo lugar donde tienen que dormir unos sobre otros; eso es tenaz. Es eso: cómo la cárcel te destruye como persona y quiebra tu identidad.

Lucía Romero, productora del largometraje de ficción Sansón.

—WS: Me atraen mucho ese tipo de vivencias extremas; como actor, aprendes a desplazarte entre esas realidades, entiendes a estos personajes desde su mundo interno y ya no los juzgas. Baldomero me permite hacer una investigación sensorial intensa, en la que me cuestiono también muchas cosas reales que pasan las personas privadas de la libertad (PPL). ¿Qué está pasando en este sistema, que no está funcionando? Para mí esa es la clave en la película; aunque no se habla de eso, lo deja resonando. Toda obra de arte te toca algo, te cuestiona y te propone no respuestas, sino preguntas. La gente sale cuestionándose cosas que a veces prefiere olvidar. Me parece fundamental poder hablar de eso y darle el chance al público de preguntarse: ¿es posible reconstruirse? Es lo que le pasa a Baldomero: quizás no sabe cómo todavía, pero es obvio que eso de alguna manera ya le da una luz. Creo que eso es algo lindo de la película: la esperanza.

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