Por Salvador Izquierdo
La vi cuando se estrenó, en una pequeña sala de cine independiente sobre Main St. en Vancouver, Canadá. Nunca he tenido empacho en abandonar las experiencias artísticas que no me satisfacen o de las que ya tuve suficiente (dejar libros, salirme de conciertos…), y estuve a punto de hacer esto tras la primera escena y media de esta película de Paolo Sorrentino: la de un grupo de turistas japoneses visitando la ciudad eterna (uno saca su cámara para tomar una foto, se desploma y muere); y la de la fiesta de cumpleaños 65 de Jep Gambardella, el protagonista del filme. Todo me parecía tan vacío, tan pretencioso, tan poco interesante. Pero no me salí. Y fue la decisión correcta. Terminé fascinado, extasiado ante una experiencia musical, irrepetible (la versión teatral incluía algunas escenas que ya no aparecen en la versión que circula ahora en plataformas de streaming).
Lo que me disgustó, en un inicio, fue lo gratuito de todo. Hasta ahora no me explico mucho o no me interesa tanto la escena inicial de los turistas japoneses (nunca se retoma el hilo del muerto); en cambio, la de la fiesta se vuelve crucial para pensar esta película y todo lo que ofrece.
La grande bellezza está organizada por episodios. Es lineal pero, sobre todo, episódica, cada escena es un mundo propio, ajena a las demás, compartida pero no determinante, es una película descentralizada. Por eso mismo es un filme sobre la caminata, las andanzas de una especie de flaneur-otro, aniñado, un hombre del siglo XX atrapado a principios del siglo XXI. Me gustan las historias en las que alguien camina, mira con detenimiento sus alrededores, se encuentra con una persona, luego con otra y ya.

La grande bellezza también tiene que ver con la memoria, con la nostalgia, con el paso del tiempo y la búsqueda inalcanzable de los momentos perdidos. Tiene que ser difícil vivir en Roma porque constantemente te debes estar comparando con otros tiempos vividos por esa misma ciudad. Vives rodeado de suvenires que ha dejado el paso del tiempo (las ruinas romanas o las escenas de La Dolce Vita de Fellini, por ejemplo), y no puedes reapropiártelos y seguir con tu vida nomás. La ciudad es como un constante recordatorio de que no vas a poder cambiar nada mientras estés ahí.
Jep escribió una novela pero ya no es novelista. Conoció un amor intenso en su juventud pero ya no es joven. Buscó la gran belleza, confiado de que la encontraría, pero no fue así. ¿Qué le queda entonces? Joder. Reírse un rato con los amigos cercanos. Caminar. Farrear. Las escenas de fiestas son las mejores, las más reveladoras. En varias instancias, las personas sobre la pista de baile empiezan a hacer el famoso trencito. Son una maravilla, medita Jep, “porque no van a ninguna parte”.

Datos curiosos
- La película empieza con un epígrafe del Viaje al final de la noche, de Louis-Ferdinand Céline: “Nuestro viaje es puramente imaginativo, esa es su fortaleza”.
- El actor Toni Servillo y el director Paolo Sorrentino son de Nápoles y actualmente colaboran en una nueva producción.
- La grande bellezza (2013) ganó varios premios, entre ellos el Óscar a mejor película extranjera.
- Costó 9,2 millones de euros y recaudó veinticuatro.