“Quizás Dios me ha hecho un pintor para gente que aún no nace”, confiesa Vincent Van Gogh en este filme de 2018. Y tiene toda la razón. A pesar de su inmensa fama actual, durante su atormentada vida, Van Gogh nunca fue apreciado —excepto, quizás, por Paul Gauguin—, y sus pinturas eran consideradas como productos de segunda clase.
Esa poca empatía de la gente hacia Van Gogh, esa pobreza material en la que vivía durante sus últimos años, forman una de las premisas de esta bella película dirigida por Julian Schnabel y protagonizada por Willem Dafoe.

Otra corresponde a la delgada línea existente entre los momentos de profunda perturbación mental del pintor, y otros de gran lucidez. En esa tensión, que se evidencia en sus estancias en Arles, en una clínica para pacientes con enfermedades mentales en San Remy, ambas en el sur de Francia, y en Auvers, cerca de París, durante los dos últimos años de su vida, está el sustento del filme.
Schnabel, pintor y artista visual en su propia medida, y que ha retratado, como cineasta, a otros artistas intrincados como Basquiat, Reinaldo Arenas y Lou Reed, cuenta la historia de una manera contenida, poniendo énfasis en la interacción de Van Gogh con su hermano Theo, que es su protector y sustento, y sobre todo con Gauguin, a quien profesa una inmensa admiración.
Al mismo tiempo, vemos a Van Gogh en largas escenas en soledad, luchando cuerpo a cuerpo consigo mismo y con sus lienzos y tratando de hacer sentido de su propia existencia. Para ello, el talento actoral de Willem Dafoe es sustantivo. Dafoe conduce al personaje con maestría, y es capaz de registrar con igual credibilidad los momentos de mayor desventura que aquellos de paz y ternura.
El director y su guionista —Jean-Claude Carrière que escribió, entre muchas otras, varias cintas de Luis Buñuel— siguen la biografía escrita por Naifeh y White Smith, que desmiente el supuesto suicidio del pintor holandés, señalando que fue muerto accidentalmente por un par de adolescentes que jugaban con una pistola. Posteriores investigaciones tienden a dar la razón a la versión de la muerte accidental.
Sea como fuere, En la puerta de la eternidad se suma vigorosamente a una larga lista de películas que han retratado a Vincent Van Gogh, de muy diferentes formas. En 1956 Kirk Douglas encarnó al pintor y Anthony Quinn a Gauguin en Sed de vivir. Martin Scorsese —en una de sus raras apariciones como actor— personificó a Van Gogh en un capítulo de la famosa película Sueños (1989), dirigida por Kurosawa.
Robert Altman, el gran director norteamericano, contó la historia de los hermanos en Vincent y Theo (1990). El francés Maurice Pialat también lo abordó en 1991. Y los británicos Kobiela y Welchman realizaron una insólita animación al estilo pictórico de Van Gogh, llamada Loving Vincent (2017).
Fue una vida tan extraordinaria que se ha convertido en una de las más potentes leyendas del arte. Y Schnabel y Dafoe han contribuido notablemente en esa circunstancia.