Por María Sol Borja
Han pasado más de 60 años desde que Paul Sobol sobrevivió al campo de concentración más terrorífico de la historia de la humanidad, Auschwitz, y cuenta su historia con una lucidez que podría resultar ajena a una persona de 86 años.
Paul nació en París, el 26 de junio de 1926. Su padre, Romain, es polaco y su madre, Marie, rusa. Es el segundo de cuatro hermanos: Bernard, Betsy y David. Es una familia judía por herencia, pero no practican la religión. Romain es miembro del Partido Socialista. Paul recuerda haberlo acompañado a una manifestación contra la Guerra Civil española. Romain trabaja como curtidor de pieles.
Su infancia transcurre como la de cualquier niño belga. Paul tiene siete años en 1933, cuando Hitler toma el poder en Alemania. Poco a poco el nazismo se expande por Europa, hasta que el 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. La Segunda Guerra Mundial estalla. Poco después, Paul de 14 años vive el primer gran golpe de su vida: su hermano Bernard, su ídolo, muere de peritonitis a los 18 años. Dos meses después, Alemania invade Bélgica. Romain Sobol se une a la resistencia distribuyendo periódicos clandestinos en contra del nazismo.
Romain decide que es momento de que Paul aprenda el oficio de curtidor de pieles, pero Paul prefiere pasar su tiempo dibujando. Sin saberlo, esa afición le salvaría la vida.
En la época empiezan las primeras leyes antijudías: se les prohíbe ejercer profesiones como médicos o abogados, y son forzados a inscribirse en la Asociación de Judíos en Bélgica. A partir de entonces se les obliga a llevar una J en su cédula de ciudadanía y la estrella de David cosida sobre la ropa, para que sean fácilmente identificables. Cuando Paul la empieza a usar tiene 16 años.
En agosto de 1942, la policía de Bélgica colabora para la detención de tres mil judíos belgas. Paul está empezando su segundo año de la Escuela de Artes y Oficios. El director convoca a su oficina a todos los alumnos judíos y les pide que no vayan al día siguiente: los nazis van a hacer redadas en las escuelas. Romain Sobol decide que es momento de esconderse para salvar a su familia.
Robert Sachs es el nuevo nombre de Paul Sobol en la clandestinidad, pero él se hace llamar Pol Bob. Toda la familia se traslada a otro barrio; un amigo logra conseguir dos cuartos sobre un taller de limpieza de ropa.
Paul duerme en una cama plegable. Su mamá tiene miedo de salir, pues posee un fuerte acento extranjero y se queda la mayor parte del tiempo en casa junto a David, de 12 años, mientras Romain, que habla perfectamente flamenco y alemán, continúa trabajando para mantener a la familia.
Paul encuentra un complejo deportivo donde pasa todo el día practicando deportes. Es en esa época conoce nuevos amigos y procura vivir la vida como un joven de 16 años. Entre esos jóvenes está Nelly, de la misma edad de Paul, de una familia muy católica. Paul está enamorado de ella, pero no le puede revelar su verdadera identidad porque pondría en peligro a toda su familia.
El 6 de junio de 1944 es el Día D, el Desembarque de los Aliados en Normandía. Parece que finalmente la guerra va a terminar. Sin embargo, una semana después, hacia las 11 y 15 de la noche, la Gestapo fuerza la puerta de la casa en la que se esconde la familia Sobol. Fueron denunciados. En su perfecto alemán Romain Sobol pregunta de qué se les acusa. Simplemente de ser judíos. El oficial a cargo reúne a los tres hombres de la casa y amenazándolos con el rifle les obliga a bajarse los pantalones y enseñarles el pene. “Ven, todos son iguales, sucios Juden, mentirosos”.
A empujones y amenazas, la familia Sobol es llevada a Malines, el centro belga de concentración de judíos. Allí, los registran con su verdadera identidad, les obligan a entregar todas las pertenencias de valor y les anuncian que serán deportados a Alemania. Paul piensa en Nelly. Sin explicarse cómo, llegan dos encargos para Paul de parte de su amada. En uno de esos hay una pequeña foto de ella. Paul la dobla en ocho pedazos y la guarda como un tesoro. Durante su estancia en Malines, la familia Sobol se llena de esperanza. Los americanos están cada vez más cerca de Bélgica. Sin embargo, estas se desvanecen cuando el 31 de julio, un mes y medio después de su llegada al campo, el convoy número 26 sale de Malines hacia el este con más de 800 personas, entre ellas, la familia Sobol. Ese sería el último transporte de prisioneros deportados a los campos de concentración antes de la liberación de Bruselas.
Cerca de 60 personas viajan en el mismo vagón que Paul. En una esquina hay una especie de balde donde los viajeros hacen sus necesidades. Cuando todos están instalados, el tren va hacia el este. Nadie sabe qué pasará. Paul mira la foto de Nelly. Toma un lápiz y sobre un pedazo de papel higiénico le escribe contándole su traslado y, con la esperanza de verla pronto, anota la dirección de la joven y tira el mensaje por un agujero, confiando en que alguien lo encuentre y se lo dé. Milagrosamente, el papel llegaría a su destino.
Sin agua y sin comida, pasan tres días y tres noches hasta llegar a Polonia donde se abren las puertas: están en el campo del terror. Hay una plataforma en la que se hace la selección de prisioneros. Paul habla flamenco y, por su parecido al alemán, logra entender los gritos de los soldados: “Schnell, schnell”, “rápido, rápido”. La selección consiste en separar a los hombres de un lado, las mujeres del otro. Ahí Paul ve las primeras acciones violentas. Un hombre no quiere ser separado de su mujer e hijos. Un soldado de las SS se acerca y lo golpea. Paul no entiende qué pasa. Su madre y su hermana quedan al otro lado, junto a las mujeres. Paul quiere decirles adiós, pero no puede. En pocos segundos las pierde de vista. Todos los hombres vuelven a ser puestos en dos columnas. Paul, su padre y su hermano David quedan en el lado derecho. A la izquierda es la fila de enfermos, viejos, discapacitados. “Schnell, schnell!” Los conducen a un edificio y les dan la orden de desvestirse. Al entrar Paul ve a los prisioneros con su uniforme gris a rayas azules. Sin darse cuenta y sin explicaciones, uno de esos prisioneros se encarga de raparles la cabeza y el pubis. Les pasan luego un cepillo con detergente por todo el cuerpo, en otra habitación cae agua del techo. Siguen pasando rápidamente hasta un cuarto donde están soldados SS y más prisioneros con un registro en el que anotan los datos de los recién llegados. Uno de los prisioneros junto al soldado SS toma el brazo izquierdo de Paul y le tatúa un número. Paul ya no es Paul, es B-3635. En la mano derecha, Paul esconde la pequeña foto de Nelly. Todo pasa tan rápidamente que no logra entender qué sucede. Junto a los otros prisioneros, se incorpora nuevamente a la fila. Corren. Les entregan unos uniformes. A gritos les dicen: “Jude Untermenschen”. Paul mira a su alrededor tratando de ver un rostro conocido, pero desnudos y sin identidad, todos se ven igual. Una vez vestidos, caminan durante dos o tres kilómetros. Es de noche pero Paul logra distinguir dos filas de alambre de púas, cada cierto espacio hay rótulos blancos con un dibujo de una calavera en rojo. Los cables son de alta tensión. Llegan a un portal, en la parte superior del portal dice: “Arbeit macht frei”. Tras los prisioneros, se cierra el portón.
El papá de Paul habla varios idiomas, por lo que puede comunicarse con otros prisioneros. Así, se entera que están en Auschwitz, y que esa habitación en la que les ubicaron es el bloque de cuarentena, la reserva de prisioneros para cuando otros mueren. Le explican que la primera selección que se hace era la de la noche anterior. Romain pregunta qué sucede con aquellos que fueron puestos en la derecha. El prisionero le explica, entre dientes, que ellos se escapan por la chimenea. Ni Paul ni Romain entienden que se refiere a las cámaras de gas y los hornos crematorios, que les está diciendo que la única forma de salir de Auschwitz es como ceniza. Paul recuerda entonces los camiones blancos con el logotipo de la Cruz Roja que estaban cerca de la plataforma de selección. Los alemanes informan que hay epidemias en el campo, que hay que darse una ducha, que los viajeros que estén enfermos pueden subir en el camión. Entiende entonces que en realidad los camiones eran una trampa para evitar el pánico.
Todos los de la fila izquierda, mujeres, niños, ancianos, enfermos, son conducidos a una habitación grande, en la que les pedían colgar la ropa en un gancho y recordar el número en el que dejaban sus pertenencias, para que cuando salieran de la ducha, pudieran recogerlas. Confiados, todos se desnudaban, y entraban a la habitación. En el techo había una especie de tubería, con agujeros, por donde, pensaban ellos, saldría el agua para desinfectarlos. Lo único que salía por ahí era gas, Zyklon B. En 20 minutos todos morían. Había entonces un comando especial, Sonderkommando, que estaba encargado de abrir las puertas, mover los cadáveres, cortar el pelo, quitar los dientes de oro y llevar los cuerpos a los hornos crematorios. Las cenizas eran luego usadas para abono o eran lanzadas en el río Vístula. Eso era Auschwitz: la fábrica de la muerte. Pero entonces, pocos lo sabían. Paul pronto se dio cuenta de que los prisioneros solo valían como herramienta de trabajo. Arbeti Macht Frei. Solo si trabajas, sobrevives; si trabajas, puedes comer; en la mañana te sirven una especie de agua caliente que llaman café, al mediodía es un litro de una especie de caldo de col, una sopa melosa, con alguna papa que nada por ahí. En la noche comerás 250 gramos de un pan pegajoso con un pedazo de salchicha y margarina. Eso es todo.
Para salir de la cuarentena, y sobrevivir, Paul miente en su oficio y se ofrece como carpintero, así llega a un subsuelo donde está el comando al servicio de las SS, cuyos soldados viven con sus familias en casas en las afueras del campo. El capo del comando es un ucraniano llamado Igor que usa el trabajo de los prisioneros a su favor. Un polaco fabrica cajas para los cigarros que luego serán intercambiadas con los civiles que trabajan en Birkenau. Paul se da cuenta de que no va a poder engañarlos porque no sabe fabricar nada, y entonces se acuerda de su habilidad para el dibujo, toma una caja y empieza a pintar sobre la tapa. El capo, pensando que Paul sabotea el trabajo, se le acerca con un gran mazo, dispuesto a golpearlo, pero cuando ve el dibujo, se detiene. Sabe que, así, las cajas ganarán valor. Paul se convierte en una herramienta útil para Igor, al capo le conviene mantenerlo con vida. Entonces empieza a darle una papa extra en la sopa, pan y cigarrillos. Estos últimos son la moneda de intercambio en el campo. Además, tiene un oficio al abrigo de los climas extremos. Cada 15 días se encuentra con su padre y eso le da fuerza. De vez en cuando mira la foto de Nelly y piensa en que debe sobrevivir para ir a buscarla.
En ese ritmo de vida tan duro, Paul mira a jóvenes de su edad, lanzarse desde las barracas hacia los alambres electrificados para suicidarse. Entonces Paul confirma lo que ya pensaba antes de la guerra: Dios no existe. Un dios jamás podría permitir que sucedan horrores como los que viven millones de personas en Auschwitz.
Se acerca el invierno. Cada cierto tiempo hay selección de judíos y miles son enviados a las cámaras de gas. Cada vez se escuchan más rumores sobre el fin de la guerra. Llega enero. Los rusos avanzan por todos los frentes. Se escuchan los cañones a lo lejos. Auschwitz debe ser evacuado. Las temperaturas son de 25 y 30 grados bajo cero. Inicia la llamada Caminata de la muerte. Los prisioneros salen en plena noche hacia la carretera. Para Paul es el inicio de un camino hacia el infierno. A los lados quedan los cadáveres de los que no resisten. Al tercer día de caminata, llegan al campo de Gross-Rosen, en el occidente polaco, a 200 kilómetros de Auschwitz. Les dan un poco de pan y se marchan nuevamente en un tren de mercadería. El frío sigue cobrando vidas. Paul solo piensa en sobrevivir una hora, un día. La muerte ya no le afecta, es algo banal. Cinco o seis días después se abren las puertas del vagón, llegaron al campo de Dachau, en Alemania. Se entera que Auschwitz fue liberado por los rusos nueve días después de su salida, 7 500 prisioneros fueron encontrados con vida. A principios de febrero, se entera que Bélgica fue liberada en su totalidad. Cada vez que piensa en Nelly mira su foto. Hay otra deportación. Llega a un subcampo de Dachau, donde se construyen armas. A Paul le da disentería y va a parar a la enfermería. A su alrededor el olor a muerte y podredumbre es intenso. A pesar de las condiciones, logra sobrevivir.
Llega abril y hay una nueva deportación, durante el trayecto hay un bombardeo de los aliados y, en medio del desorden, varios prisioneros, entre ellos, Paul, logran escapar. Escucha los disparos tras de sí, mientras corre lo más rápido que puede. Llegan a una granja, junto con Jean, otro prisionero, y se esconden. Tras ellos, entran los soldados, sin encontrar nada, se van. A lo lejos, escuchan el ruido del tren que se vuelve a poner en marcha. El dueño de la granja sale y los encuentra intentando huir. Les apunta con un fusil de caza. Logran escapar de milagro. Buscan refugio en una iglesia y encuentran a unos soldados franceses, prisioneros de guerra que los ayudan a cambiar sus uniformes de presos por los de soldados. El 1 de mayo, cumpleaños de Nelly, la ciudad es liberada por soldados norteamericanos.
El regreso a casa toma un par de semanas. En Bruselas lo aloja un amigo que vive frente a librería de los padres de Nelly. Cuando Paul llega, mira a través de la ventana y la ve allí, tan cerca de él. Ya no tiene que mirarla en la foto, la tiene a una calle de distancia. Paul siente que vuelve a vivir.
Su retorno a la normalidad va de a poco. Espera en vano el regreso de su familia. Solo Betsy sobrevive a Auschwitz. Pasan décadas sin que Paul sepa de sus padres y su hermano. Sabe que ya no puede seguir esperando y una vez más su habilidad para dibujar le permite encontrar trabajo en el ámbito de la publicidad. Se muda a una pieza en el mismo barrio de Nelly. Va reconstruyendo su vida. No falta quien le ayude. Quiere ofrecerle un futuro a Nelly, los padres de ella no están seguros de la vida que le espera a su hija junto a un hombre sin dinero, sin profesión, sin familia, pero Paul persiste, pues de algún modo, Nelly salvó su vida al darle un motivo para vivir mientras estuvo en Auschwitz. Paul, que no cree en Dios, se convierte al catolicismo para casarse con su amada Niní.
Paul demoró mucho en contar su historia. La cobijó de un profundo silencio durante más de 50 años, hasta que regresó a Auschwitz en un viaje con profesores de secundaria. Desde entonces da testimonios para estudiantes secundarios, habla para la prensa, cuenta su experiencia y da un mensaje de vida, de amor, de esperanza… No olvida ni perdona, pero tampoco piensa mucho en eso, eso es el pasado.
Años después se enteró cómo murió su familia. Su madre no sobrevivió al tifus que contrajo en Bergen Belsen. Su padre Romain y su hermano David marcharon en la Caminata de la muerte, Romain fue dirigido hacia Checoslovaquia, mientras que Paul hacia Alemania. Romain murió de hambre en la celda en la que fue encerrado junto a otro prisionero por intentar escapar, mientras que David subió a un camión que los alemanes pusieron a disposición de los prisioneros extenuados. Todos fueron asesinados.
Estuvo casado con Nelly más de 64 años, hasta que ella murió en marzo de este año. De su historia común le quedan sus hijos Alain y Francine, y tres nietos.