Llegó a la televisión tras un casting inesperado, pero se le convirtió en un vicio. Decidió demostrar que no es solo un envase, un rostro de TV. Ahora, tras su paso por el Parlamento Andino, se cuestiona sobre su edad: ¿Los canales buscan solamente belleza y juventud?

El sol es apenas un leve fulgor.
Son casi las cuatro de la tarde y las calles de Quito aún son ardorosas, pero en este departamento el sol entra tan timorato que es apenas un leve fulgor.
Entre el comedor y la puerta de entrada, hay un mueble antiguo, tipo bargueño, de esos que tienen un montón de cajones diminutos y eran el escondite perfecto para tesoros y secretos. Este es verde oliva y tiene detalles dorados. Hay veintitrés cajoncitos.
—¿Guardas algo en esos cajones?
—Sí, sí. Un montón de cosas. Las típicas tonterías: el foco, las facturas. Es buenísimo tener veintitrés cajones, aunque ya ni siquiera sé lo que tienen muchos de ellos.
Sobre la mesa del comedor hay frascos de vitaminas, un servilletero con una servilleta, un termo a medio llenar con algo que parece jugo de mora, una botella de vidrio de agua mineral, un florero amarillo —sin flores—, un salero… Sentada a la mesa habla Patricia Terán. En realidad hablan, una por una, todas las versiones de Patricia Terán: la niña que pasaba cabalgando en el campo, la joven profesora de inglés, la que nunca planeó ser presentadora de televisión, la locutora de radio, la mujer que le dijo no a Kevin Costner, la madre, la política, la parlamentaria andina. Y también habla la Patricia Terán que dos semanas antes fue sometida a una cirugía de columna, está en plena recuperación y, por eso, me recibe en ropa de casa y babuchas.
El bargueño no es la única antigüedad. Están también un mueble hindú lleno de fotografías familiares, un costurero chino tallado e incrustado en nácar, una banca china que ocupa gran parte de la sala.
—¿Te gusta la cultura oriental o es coincidencia?
—Mmm… coincidencia. Es el estilo el que me gusta. Antes, cuando tenía un poco más de tiempo y posibilidades económicas, me encantaba pasar por los almacenes de antigüedades: en La Mariscal, en San Antonio de Ibarra. Puede parecer que hay muchas cosas, pero es que hay algunas de las que no me quiero deshacer.
—¿Hace cuánto vives en este departamento?
—Hace cinco años.
—¿Y dices que esos muebles vienen de varios trasteos?
—De todos los trasteos. Quizá el más nuevo tenga quince años y el más antiguo unos treinta años conmigo.
Le digo que busqué en Internet su edad exacta, pero que no la encontré. Y se la pregunto: “¿Si se puede saber?”. Ella me dice, dudosa: “Ah, chuta, qué curiosidad” y se ríe a carcajadas. Pero enseguida me contesta: “Sí, claro, no me causa ningún acholo ni vergüenza: tengo 59”. Toma su cigarrillo electrónico y le da una pitada, tal como hará con vehemencia a lo largo de toda esta conversación.
***
Nació en Argentina porque su madre —argentina de origen italiano— quiso que naciera allá. Pero eso fue una mera circunstancia, porque, cuando cumplió un año, ella, su madre y su hermana mayor volvieron al Ecuador, donde su padre —ecuatoriano— se había quedado administrando la hacienda familiar. Y nunca más se fueron.
Hasta hoy, diez años después de la muerte de sus padres, ella se pregunta cómo fue que se juntaron. La madre, una diva amante de la moda y el glamur; el padre, un jipi capaz de dormirse bajo un árbol o armar paneles solares con sus propias manos. En todo caso ellos —el agua y el aceite— murieron juntos y ambos conviven aún en su hija, que es tan eléctricamente apasionada como su madre y una aventurera a la que le da lo mismo viajar en avión que en burro, como su padre. Pero todo comenzó al final de la década de 1940, en una pequeña ciudad argentina llamada Casilda…
—¿Qué sabes de su historia de amor?
—Mucho, porque he sido muy curiosa. Mi papá se fue a Argentina a estudiar Agronomía. Llegó a Casilda porque ahí estaba el colegio de Agricultura más importante de Argentina. Casilda es una ciudad pequeña junto a Rosario. Y mi mamá vivía ahí. Nació ahí.
—¿Te contaron cómo fue su encuentro?
—Según me dijo mi mamá, que era superapasionada, ella estaba en su casa una tarde de verano, con un calor terrible, le vio pasar a mi papá y casi se desmaya. Mi mamá era la reina del drama; me dijo que le vio y que le dio algo. Se le revolucionaron todas las hormonas, dijo: “Este es el amor de mi vida”.

—¿Y se le acercó ahí mismo?
—No, pero parece que en un baile les presentaron.
—¿Cuánto tiempo fueron novios?
—Como un año. Él llegó un día y le dijo: “Nos casamos”. Mi papá era medio volado. La cosa es que, antes de casarse, mis Nonos (así les decía a sus abuelos maternos) querían saber quién era mi papá; entonces, mandaron una carta y se encargaron de hacer todo el espionaje con mis abuelos paternos. Tengo las cartas. Tengo, sobre todo, la respuesta de mi abuela paterna defendiendo a su hijo, diciendo que eran una familia decente, todo eso.
Patricia sacará más tarde una caja de cartón blanca con figuras celestes. Me mostrará sobres antiguos con papeles amarillentos escritos a mano. No encontrará la carta que buscaba, pero sí muchas otras. Unas de su padre para su madre fechadas en México, otra en la que su tía les cuenta sobre la muerte de su abuelo en Argentina. Todas escritas con caligrafías hermosas, ortografías perfectas, en tinta azul. Ella ojeará todo, lo olerá y sonreirá fascinada.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos de tu niñez?
—La hacienda que tenía mi papá en Ibarra, cerca de Yahuarcocha, en la montaña. Cuando era muy chiquita, allá iba toda mi familia en las vacaciones de colegio. El camino era empedrado y mi papá tenía un carro tipo jeep marca Austin. Era largo y mi papá adaptaba la parte de atrás: poníamos una especie de sleeping y a dormir todo el camino.
—¿Y cuáles eran tus aficiones en tu adolescencia?
—La naturaleza, el campo. Eso me jalaba. Todas las vacaciones, metida en la hacienda. Y cuando era adolescente ya iban los amigos, y los primos, y los amigos de los primos. Pasábamos bomba, no quería saber nada de regresar a Quito. Recuerdo haberme levantado a las cinco o seis de la mañana para ir al potrero a buscar mi caballo para montar a pelo.
***
A Patricia Terán se la reconocerá principalmente por su trabajo como presentadora de televisión, por sus veinte años en Teleamazonas. Pero pocos saben que su primer trabajo fue a los quince, como dependiente en una boutique llamada Tauro. Luego estudió Lingüística en la Universidad Católica y se convirtió en profesora de inglés: primero en el colegio Martim Cereré, luego en el Isaac Newton y, finalmente, en el Americano. Cuando se graduó empezó a estudiar Marketing, pero justo en ese momento, sin jamás haberlo buscado, la televisión irrumpió en su vida, implacable como cascada.
—Me llamaron de Ecuavisa; un amigo, Raúl Andrade, que era gerente. Me dijo: “Ven a hacer un casting, échame una mano”. Me hizo el casting Alfonso Espinosa de los Monteros. Y entré al noticiero del domingo, con el Mono López, con el Andrés. Yo tenía veintitrés.
—Y aceptaste.
—Sí: en la mañana daba clases, en la tarde iba a hacer prácticas de marketing en una empresa que se llamaba Beecham y en la noche me iba a estudiar en el Junior College. Y los domingos comencé a trabajar en Ecuavisa. Pregúntame a qué hora tuve tiempo de respirar. En eso, cuando todo estaba espectacular, voy y meto la pata. Me quedo embarazada.
—¿Ya te habías casado?
—No… todavía, no. Ja, ja, ja. Es la verdad, mis hijos saben, no es nada del otro mundo. Decidí seguir en el noticiero del domingo, dejar de estudiar y de dar clases en el Americano, y me quedé a tiempo completo en Beecham. Me casé a los veinticuatro, di a luz a Martín a los veinticinco.
—¿Y qué hiciste?
—Decidí dejar el noticiero.
—Entonces, ¿cuánto tiempo estuviste fuera de la televisión antes de empezar a trabajar en Teleamazonas?
—Entré a Teleamazonas cuando mi hija Manuela tenía un año y medio, ellos se llevan tres años. Quiere decir que estuve cuatro años y medio fuera de la televisión.
—Has dicho que se vuelve un vicio la televisión.

—Se te va metiendo. Se va volviendo más agradable. En Teleamazonas hice todos los programas: de variedades, noticieros. Esa fue mi escuela en verdad. Salí de Teleamazonas y entré a RTS, al noticiero de la mañana. Estuve muy poco porque me tentaron para el programa Así Somos de Ecuavisa. Ese fue un error, duré un mes, casi me muero. Era una cosa tan fea. Tenías que pelearte en cámaras. Qué pérdida de tiempo, a veces no solo tenías que defender tu postura, sino armar la polémica. No era mi onda, no por el canal, sino por el programa. En todo ese tiempo hice también radio. Estuve en radio Colón, luego en FM Mundo. Ahora estoy en radio Platinum.
—En una entrevista con María Mercedes Cuesta mencionaste que tu salida de Teleamazonas fue decisión unilateral del canal y que eso te afectó mucho.
—Fue muy duro. Yo estaba en el noticiero de la mañana con el Bernardo Abad, el de mayor rating en Teleamazonas. Nos iba superbién. De pronto, vienen y me dicen: “Oye, hasta aquí nomás”. Sin un argumento, sin nada. ¿Qué pasó? No lo sé. De pronto, me reemplazó una chica que antes no les gustaba y después, oh, sorpresa, ella ahí. O sea, rarísimo. Muy extraño. Sí me golpeó bastante.
—Estuviste en Gama también. Durante el correísmo.
—Estuve en Gama y fue una época compleja. Yo necesitaba la plata para sobrevivir, mis hijos estaban en la universidad. Pero Glas estaba en su apogeo como vicepresidente y ese es un canal incautado. ¡Qué martirio! Ese noticiero parecía un espacio político contratado por Jorge Glas: Glas se fue a tomar un helado, Glas inauguró la represa de no sé cuánto. Hubo un momento en que dije: “Hasta aquí, me iré a comer un arroz con huevo, pero no puedo vender la conciencia”. Fue el último día.
—Y la última vez que estuviste en televisión.
—Sí, fue la última vez.
***
El sol se vuelve cada vez más ligero y le pregunto si extraña la televisión. “Mucho”, me responde, aunque, a veces, también le trajo problemas: “Mi ex decía que parecía la Verónica Castro ecuatoriana, que no podía salir a la calle conmigo, porque todos me miraban. Él se ponía mal; yo no pensaba que era una estrellita o la última Coca-Cola del desierto, pero me gustaba”. Lo que no le gustó fue cuando le inventaron un romance: “Con alguien que había visto dos veces. Eso llegó a oídos de mi hijo; un compañero le dijo que su mamá era no sé qué y el Martín ¡pum!, puñetazo, se rompió el dedo”.
El 18 de mayo terminó su período como parlamentaria andina. Dice que le encantaría volver a la televisión, pero enseguida aclara que lo ve como una irrealidad. “¿Por qué?”, pregunto. “Porque tengo mis años, hay personas mucho más jóvenes que yo”.
—Hay dos frases tuyas que anoté. Sobre tu trabajo en radio, dijiste: “Pienso que ahí no hay espacio para las divas, lo importante es cómo eres, qué tienes en el cerebro y en tu corazón”. En la otra dices que cuando llegabas a tu casa, luego de la televisión, te sacabas una máscara y dejabas de aparentar.
—Claro, la televisión es muy demandante. Por eso, yo decía que en la radio no hay espacio para las divas, puedes estar hecha pedazos, desmaquillada, pero ahí eres tú, es lo que tienes aquí (señala su cabeza) o la entrevista que puedes hacer. En la televisión puedes estar maquillada, peinada, pero solo leer un prompter. Ahí puedes ser una simple figurita, una foto.
—¿Alguna vez te sentiste una foto, como acabas de decir?
—No. Pero sí me lo planteé al iniciar mi vida en la televisión. Cuando me llamó este amigo para hacer el casting dije: “Yo no sirvo para ser una persona con papel de idiota”.
—¿Cuánto crees que pesó tu belleza en tu carrera?
—Mira, clarísimo: es tu carta de presentación. Pero hay que preguntarse cuánto tiempo estás en ese medio, eso muestra que tienes algo más que un rostro, un envase bonito.
—Hace un rato dijiste que ya tienes tus años. ¿De verdad, sientes que eso pesa?
—Chuta, no quiero parecer pesada ni arrogante, pero siento que todavía hay esa tendencia a buscar imagen más que contenido. Y juventud. Que no es el caso de Ecuavisa. Teresa Arboleda y yo somos contemporáneas, y Teresa sigue ahí. Ni hablar de Alfonso Espinosa. Es algo que no han hecho otros canales.
—¿Y tú sientes ahora que esa es una limitante para ti?
—Podría ser. Me hicieron una propuesta para ver si después de mi operación vuelvo a la tele, a dar noticias, pero lo estoy analizando. Todavía no sé qué voy a hacer.
***

Cuando le pregunto si su ingreso a la política fue tan inesperado como su casting de televisión, me da un tajante no. Me explica que, antes de ser parlamentaria andina, ya le habían llamado desde León Febres Cordero hasta Álvaro Noboa. “No una, sino cuatro, cinco, seis propuestas. Siempre que había elecciones me preguntaban si quería ser candidata”. Nunca había aceptado porque se sentía bien con lo que hacía. Pero en 2016, luego de una entrevista radial que le hizo a Doménica Tabacci, entonces vicealcaldesa de Guayaquil, ella la volvió a tentar: “Yo llevé a Doménica a trabajar a Teleamazonas, ella entró por mí. Y cuando se acabó esa entrevista, me dijo: ‘Amiga, tú me llevaste a trabajar en Teleamazonas, ahora yo quiero llevarte a trabajar con nosotros, en el Partido Social Cristiano (PSC), ¿te interesa?’”.
—¿Por qué aceptaste esta vez? ¿Qué cambió?
—Que ya no estaba en televisión. Además, justo antes de eso, los cien asambleístas correístas aprobaron las enmiendas constitucionales, que me parecieron un atropello. Tenía tal indignación con Correa, por todo lo que hacía con los medios de comunicación, por esa represión. Me sentí agredida a título personal. Cuando Doménica me dijo: “¿Quieres venir?”, yo le dije: “Mañana mismo”.
—¿Desde el principio te nominaron para parlamentaria andina?
—No. Incluso, se suponía que Nebot iba a ser el candidato presidencial, no Cynthia. Después fue cambiando de parecer. Yo le tenía una admiración especial a Jaime Nebot.
—¿De antes o de ese momento?
—De antes y entonces más, porque lo empecé a conocer.
—¿Participabas en reuniones donde estuvo Nebot?
—Claro. Y no solo reuniones, sino a título personal, conversábamos, es un hombre brillante. Cuando me hicieron la propuesta dije: “Claro, con mucho gusto”. No se sabía a dónde iba hasta dos días antes de la inscripción. Había la opción de la Asamblea o el Parlamento Andino. Finalmente, Paola Vintimilla fue a la Asamblea y yo al Parlamento. Y dije: “Me parece bien, voy a tener cuatro años para aprender y luego sí me voy a la Asamblea”. Ese era el plan, desde el inicio.
—¿Y qué pasó, por qué no estás ahora en la Asamblea?
—Me enteré de que para ser candidata a la Asamblea tenía que renunciar al Parlamento Andino. El procurador, Íñigo Salvador, confirmó que debía renunciar.
—¿Y tú no querías renunciar?
—No podía, porque no tenía plata. Era quedarme seis u ocho meses sin trabajar. ¿Cómo hacía yo para sobrevivir? Entonces, pedí que me dieran un trabajo en el partido, a mí no me importaba servir cafés. Pero me dijeron que, por la pandemia, no podían. Entonces, dije: “Ok, ustedes no tienen obligación conmigo, había un acuerdo, pero las circunstancias son distintas, entiendo, ya no puedo ser candidata”. ¿Qué es lo que me molesta? Que otras personas fueron candidatas, sin renunciar, yéndose contra la ley, acogiéndose a un pronunciamiento del procurador de 2012. ¡Una vergüenza!
—Pero, si el CNE les inscribió, ¿por qué no te inscribiste tú también?
—¡Porque no! (En sus palabras, por primera vez, hay indignación). Yo no puedo hacer eso. Mira: por todo lo que tú haces mal, tarde o temprano, la vida te pasa factura. Yo también pude haber hecho trampa, pero no. Y el PSC no fue consecuente y me desafilié. Por eso me fui.
—¿Prefieres la política o la televisión?
—Las quiero por igual. Tengo mi corazón partido, ja, ja, ja.
***
Cuando una charla llega a la política, es momento de cambiar de tema, virar hacia una página mejor. Más aún si la levedad del sol va cediendo ante el ocaso. Le recuerdo a Patricia Terán su entrevista con María Mercedes Cuesta: ella le pregunta sobre aquella vez en la que conoció a Kevin Costner y lo dejó tan flechado que la invitó a ir a Acapulco con él. Y, como en una conversación de amigas confidentes, Patricia le confiesa que le dijo que no. En esa entrevista Patricia ríe nerviosa, como ríe nerviosa ahora que se lo menciono.
—¿Alguna vez te arrepentiste de no irte a la playa con Kevin Costner?
—Ja, ja, ja, ja. Esa sí fue una de las anécdotas de mi vida. ¿Si me arrepentí? Millones de veces. O sea, a ver, ¡qué heavy, oye! Imagínate, él me vio a lo lejos, le gusté, se me acercó, conversamos y me dijo: “Vamos a Acapulco” y yo dije: “Hijuemadre, ¿qué hago?”. Lo que me produjo temor fue cuando tenía que darle la respuesta, después de que le había hecho la entrevista personal a él, que fue un desastre porque el tipo me pasó coqueteando. Entonces, lo vi en el corredor, rodeado de mujeres que le mimaban y me dije: “Yo me voy a Acapulco con este man, pierdo la cabeza y, después, ni siquiera se va a acordar de cómo me llamaba. En cambio, por lo menos se va a acordar de que hubo alguien que le dijo no”. Ja, ja, ja, ja.
—¿Cómo ha sido tu vida amorosa después del divorcio?
—Muy mala. He tenido altibajos. Soy una persona recta, pero lastimosamente no he tenido la misma respuesta de las personas con las que he estado, que han sido dos. Yo creo en la fidelidad y el compromiso. Pero en mi generación, los hombres eran mucho más machistas y pensaban “qué chévere estar con la man de la tele, pero al mismo tiempo quiero estar con una y con otra”; eso no funciona para mí.
—¿Qué tan fanática eres de las cirugías estéticas?
—No soy una fanática, pero sí creo que ayudan.
—¿Cuántas te has hecho?
—Me hice, hace muchísimos años, la abdominoplastia, porque cuando una da a luz… A mí me gusta hacer ejercicio, nado, tengo unos abdominales de envidia, de veinte. Entonces, no es que me hago lipos a cada rato, pero, sí, me hice una abdominoplastia. Por aquí también me arreglé (señala su pecho). Y, sí, a veces me pongo bótox, ¿por qué no? Mira, tengo mis arrugas y estoy orgullosa pero, si te puedes mantener un poco…
Le pregunto por qué cosas le gustaría que la recordaran y ella piensa un momento. Ensaya respuestas, que van desde que quisiera que la vieran como una persona honesta, hasta alguien con sonrisa agradable. Pero, finalmente, encuentra una: “Se trata de dejar lo mejor de ti. Yo tengo hijos y esos hijos tendrán hijos. A mí me encantaría pensar que esos hijos y esos nietos puedan decir sin vergüenza ‘esa fue mi mamá’ o ‘esa fue mi abuela’”. Inevitablemente, lo último que veo al salir es lo primero que vi al llegar: el bargueño verde oliva de veintitrés cajoncitos. Luego viene un pasillo para salir del edificio. Empieza a caer la tarde en la ciudad.