
Dice William Faulkner que “para escribir es imprescindible que hayan arraigado en la conciencia las grandes verdades fundamentales… los que no saben hablar del orgullo, del honor, del dolor, son escritores sin trascendencia y su obra morirá con ellos o antes que ellos”.
En la literatura española del siglo XXI ha faltado eso, la determinación para escribir una gran novela sobre las grandes verdades. Y eso es Patria, del vasco Fernando Aramburu, un libro sobre la grandeza del ser humano y su caída en la abyección del crimen y la violencia.
Tal monumento se construye con materiales sencillos, con las vidas y experiencias de la gente común de un pueblo vasco, en las cercanías de San Sebastián, durante los llamados “años de plomo”, la terrible época de la violencia separatista desencadenada por la agrupación terrorista ETA, y la respuesta del aparato represivo del Estado español.
Dos familias vascas de origen popular; la una permanece en la modestia proletaria, la otra se ha acomodado con un negocio de transporte. Amigos íntimos de juventud, el devenir de la violencia terminará situándolos en orillas opuestas. Asesinatos, extorsiones, acoso, las tácticas a las que recurren los terroristas son imaginativas y perversas. Enfrentadas con ellas el dolor, el miedo y hasta la vergüenza de las víctimas.
En los años duros del terrorismo de ETA dos familias de un pequeño pueblo vasco, que han sido amigas toda la vida, terminan enfrentadas por la pasión política que desata el crimen. Sigue décadas de un silencio tal vez irreconciliable.
Derrota literaria de ETA
Novela de dimensiones, centenares de personajes aparecen iluminando la acción, los detalles y la esencia de los acontecimientos. Los hijos de los protagonistas comienzan a asumir sus roles dentro de nuevas circunstancias, las familias rotas, el homosexualismo, el mercantilismo, las enfermedades.
No dejará el lector de poner atención en la auxiliar ecuatoriana, a la que el autor trata con delicada comprensión. El vergonzoso papel del clero vasco y la cobardía de las autoridades autonómicas. El grupo terrorista proclama una tregua unilateral y se autodisuelve, pero no por ello se disuelven las heridas de tres (o cinco) décadas de acciones belicosas. El camino será largo.
Escrito en un singular estilo, que intercala en cada párrafo los puntos de vista de varios narradores, este relato pausadamente vertiginoso nos lleva a un final impensable para una tragedia, un final de paz y sosiego, quizá de perdón. Pocas páginas antes de terminar aparece un escritor, probable trasunto de Aramburu, quien dice que “a las víctimas del terrorismo se les ha prestado poca atención por parte de los escritores vascos. Interesan más los victimarios, sus problemas de conciencia, la trastienda sentimental” y predice que “quizá exagero, pero tengo el firme convencimiento de que también está en marcha la derrota literaria de ETA”.
Y obtiene una victoria en toda la línea, de la que más de un millón de ejemplares vendidos es solo una cifra, y que HBO haya realizado una serie sobre la novela, una anécdota que probablemente nos dejará insatisfechos.