La cultura del “usar y botar” se acentuó con la covid-19. De hecho, según la ONU, más del 70 % de los plásticos generados por la pandemia podría llegar como desechos a los vertederos y mares. ¿Estamos ante una nueva pandemia?

Un lobo marino persiguiendo una mascarilla que flotaba en el agua o una iguana tratando de comerse una bolsa desechable son imágenes que vienen a la mente de Juan Pablo Muñoz-Pérez, cuando recuerda el primer año de la pandemia. Para este investigador, que ha dedicado su vida a analizar la polución marina en Galápagos, el virus reavivó otra de las mayores amenazas para la humanidad: la contaminación plástica.
Ahora bien, situémonos en la historia. En los últimos 75 años se han producido alrededor de 8300 millones de toneladas de plástico, que equivale al peso de 1000 millones de elefantes. De todo lo que se produce, solo el 9 % se recicla. Lo demás, se queda en el ambiente por siempre. Si seguimos por este camino, en los próximos dos años, habrá suficiente plástico para cubrir con cien bolsas cada metro de costa. Así lo advierte la ONU.

Pero la situación puede ser más grave. A estos datos preocupantes se suma que la última pandemia duplicó el volumen de basura plástica: mascarillas, visores, gafas protectoras y guantes descartables. De ahí que en 2021 la ONU ya advertía que, si no se tomaban medidas, más del 70 % de los plásticos generados por la pandemia de la covid-19 terminará en vertederos y mares.
Hemos retrocedido
Previo a la llegada del virus, el mundo luchaba contra la cultura del “usar y botar” y, en algunos casos, estaba ganando la batalla. Más de 127 países ya tenían leyes y reglamentaciones para reducir el consumo y la venta de plástico de un solo uso. Algunos cobraban por las fundas en los supermercados para promover las bolsas de tela, y otros prohibieron artículos como los sorbetes.
“Fue algo increíble. Incluso la ONU declaró el tema de la contaminación plástica como una crisis global. Todos estaban enfocados en que teníamos un problema y había que actuar rápido antes de que se vaya de las manos”, relata Muñoz-Pérez.
Pero la amenaza ambiental quedó en segundo plano con la llegada de un virus desconocido, ante el cual no se sabía cómo actuar. Los acuerdos, que apenas empezaban a concretarse, quedaron en el olvido.
Cuando se estableció la cuarentena, se anunció el levantamiento temporal de algunas medidas. Empresas como McDonald’s y Starbucks ya no permitían llevar tazas reusables por razones de bioseguridad, supermercados en Europa prohibieron las fundas de tela, y varios puntos de Estados Unidos, como California, dieron marcha atrás en sus reglamentaciones sobre el uso de bolsas plásticas.
Todo esto a pesar de que los estudios demostraban que el virus permanecía hasta 72 horas en el plástico y que era igual de riesgoso que los materiales reutilizables. A esto se sumó el hecho de que organizaciones, como la Asociación de la Industria del Plástico de Estados Unidos, hicieron campaña masiva sobre los beneficios de este material e insistían en que se detuviera cualquier prohibición. Además, nadie quería arriesgarse a ir con la funda de tela al supermercado o a reusar una de plástico.
Desechables en aumento

“La covid-19 intensificó la presión sobre un problema que ya está fuera de control. La pandemia podría acabar por revertir el esfuerzo global que hemos hecho para reducir la contaminación por desechos plásticos en el océano”, explica un análisis de la ONU, publicado en 2022, con oenegés y hospitales de todo el mundo.
Durante los primeros dos años de pandemia, en el planeta se utilizaban tres millones de mascarillas por minuto y cada día se tiraban 3400 millones. Y aunque el uso de los cubrebocas ha disminuido, el consumo de otros plásticos desechables no baja.
Pietro Graziani, experto ambiental de la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo, recuerda que este material ya ha tenido un rol importante en situaciones similares en el pasado. Durante la gripe española, en 1918, por ejemplo, se instaló la idea de que los vasos desechables eran una forma de evitar los gérmenes. En ese momento, fueron una alternativa ante un hábito poco higiénico porque se usaban tazas de metal que estaban disponibles en las oficinas públicas para que todos los visitantes las compartieran. Los vasos plásticos se convirtieron en un éxito que perduró más allá de esa emergencia.
Algo similar está pasando con cubiertos, platos y demás envases de un solo uso. Durante la última pandemia se consideraba que ayudaban a evitar los contagios, pero ahora siguen presentes en los locales de comida o se entregan gratis en los pedidos a domicilio. En países como el Ecuador, esa entrega gratuita está prohibida desde 2020, pero la situación no ha cambiado.
Graziani dice que también hay un problema grave con las botellas plásticas, ya que, con la excusa de que se reciclan, su consumo no ha bajado. En el mundo se venden un millón de botellas de agua por minuto. Los diferentes colectivos que se dedican a la lucha contra la contaminación plástica se preguntan a qué se debe este hecho. Así lo cuenta Andrea Lema, fundadora de PlastiCo, quien estudia este fenómeno. Una de las hipótesis se relaciona con las dinámicas que instaló la pandemia en torno al miedo a lo reutilizable.
Cada mes Lema organiza limpiezas de basura en las áreas protegidas del país para visibilizar el problema. En estos sitios no debería permitirse el ingreso de plásticos, de acuerdo a la legislación ecuatoriana, pero en cada visita encuentra cientos de desechos en la naturaleza.
Plástico para el cuerpo

El análisis Naturaleza sin plástico: evaluación de la ingestión humana de plásticos presentes en la naturaleza, del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y elaborado por la consultora Dalberg y la Universidad de Newcastle, Australia, menciona que las personas consumimos alrededor de cinco gramos de plástico cada semana, lo que equivale al peso de una tarjeta de crédito.
Pero, ¿de dónde ingerimos plástico? Según la investigación, la mayor fuente de ingestión de plásticos es el agua potable; se ha encontrado plástico en el agua subterránea, superficial, del grifo y embotellada de todo el mundo. Por otro lado, los productos comestibles con mayores cantidades de este compuesto son los mariscos, la cerveza y la sal.
Sobre los efectos a largo plazo de este fenómeno aún no hay estudios que lo documenten, entre otros factores, por el reto que esto implica. Resulta que el uso de plástico es tan común en la vida cotidiana que resulta muy complejo determinar una u otra ruta de exposición. Pese a esto, hay estudios que han determinado que la inhalación de fibras plásticas parece generar una leve inflamación del tracto respiratorio en los humanos, mientras que en los animales marinos este mismo fenómeno puede ocasionar una muerte temprana.
Por otro lado, anota el estudio de la WWF, algunos tipos de plásticos contienen productos químicos y aditivos que afectan la función sexual, la fertilidad, y aumentan la incidencia de mutaciones y cáncer.
Si miramos por fuera de nuestro cuerpo, el plástico es también una amenaza latente para la vida silvestre y trae consecuencias económicas devastadoras. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) ha estimado su impacto sobre la economía marina en ocho mil millones de dólares al año.

Caso Galápagos
A Muñoz-Pérez le preocupa que las bolsas y envases desechables sigan llegando en gran magnitud a través de las corrientes de agua a las islas Galápagos. Si bien ya no son mascarillas y guantes, muy comunes en el primer año de pandemia, los otros desechos, los de siempre, no han disminuido.
La predicción de los investigadores de que para 2050 habrá más plásticos que peces en el mar, cada vez está más cerca de cumplirse. Un recordatorio evidente es la creciente isla de basura del Pacífico, que está entre Hawái y California, y que ya mide tres veces el tamaño de Francia.

En el laboratorio del Galápagos Science Center (GSC) de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), en San Cristóbal, el investigador Muñoz-Pérez conserva el nido de un cormorán, que la misma ave fabricó con desechos plásticos. También tiene la basura que ha recolectado en sus visitas a lugares remotos.
Este investigador ya ha comprobado que el plástico afecta a 52 especies de las islas. Durante la pandemia, encontró plásticos como polietileno en los peces. Este es un componente de empaques y mascarillas.
También halló microplásticos, que se forman cuando los desechos se rompen en pedazos diminutos debido al sol o a las condiciones del ambiente. Estos flotan en el agua, como si fueran alimento de peces, se mezclan en la tierra o se transportan por el aire.

Por eso, para combatir el problema es necesario un esfuerzo global. A Galápagos, por ejemplo, los estudios del investigador de la USFQ demuestran que arriban plásticos sobre todo del Ecuador continental y de Perú. Es decir, esos cubiertos y ese plato desechable que llegó en un pedido a domicilio en Quito puede terminar en el nido de un ave o en el estómago de una tortuga.
Con el aparente control de la pandemia, la basura vuelve a liderar las preocupaciones de los líderes mundiales. Este año, 180 Estados ya se reunieron dos veces para discutir sobre un tratado de plásticos.
Mientras los representantes de estos países se ponen de acuerdo, la gran pandemia de la contaminación avanza de forma silenciosa y a la vista de todos. Cada día llega al océano el equivalente de mil camiones de plásticos. Contra esta amenaza, las vacunas o la mascarilla no pueden salvarnos. Todo recae en algo que parece más simple pero es toda una complejidad: la voluntad política de los gobiernos, el cambio de modelo de las grandes empresas y los hábitos más responsables de cada habitante del planeta.