No alineados: un sueño de opio

Lula da Silva, líder del nuevo no alineamiento.
Lula da Silva, líder del nuevo no alineamiento. Fotografía: Shutterstock.

¿Será posible la equidistancia entre Estados Unidos y China en la guerra fría que ya está empezando?

Fueron unas declaraciones rudas y desatinadas, bastante desprolijas, que casi nadie las tomó demasiado en serio porque en las campañas electorales tercermundistas los candidatos suelen decir cualquier cosa, sin límite ni prudencia. Había, conociendo al personaje, la esperanza bien fundamentada de que cuando fuera presidente volvería a la sensatez. Al fin y al cabo, en sus dos mandatos como gobernante del Brasil, de 2003 a 2011, Lula fue un hombre de Estado serio y solvente, de una izquierda responsable, que cambió su país sin trastornarlo ni dividirlo.

Sí, su exhortación a Ucrania para que renuncie a los territorios que Rusia le ha arrebatado por la fuerza (con lo que —supuso— podría negociar el final de la guerra iniciada en febrero de 2022) fue un disparate sólido, una tontería impropia de un político que siempre se ha declarado amante de la justicia y respetuoso del derecho internacional. Pareció un exabrupto de tarima, en medio de algún mitin ruidoso y exaltado. Nadie creyó que desde el 1° de enero de 2023, cuando asumiría la presidencia por tercera vez, diría otros adefesios de ese calibre. Pero los dijo. Y no para de decirlos.

Aseguró, para empezar, que Ucrania es tan culpable de la guerra como Rusia, una afirmación brutalmente falsa, que la remató planteando “que Ucrania se quede con su territorio y Rusia con el suyo”, lo que fue un alineamiento muy mal disimulado con el presidente Vladímir Putin, quien se apoderó de la península de Crimea proclamando que ha sido, es y será rusa. A pesar del desconcierto planetario que causó con sus palabras, Lula no se aplacó: acusó a los Estados Unidos y la Unión Europea de querer prolongar la guerra por estar apoyando a Ucrania en su esfuerzo por repeler la invasión.

Después, cuando comprendió las barbaridades que había dicho, Lula se desdijo y trató de limitar el alcance de sus declaraciones. Consiguió alguna condescendencia, que la perdió casi de inmediato al atribuir el generalizado y bien ganado desprestigio mundial del Gobierno de Venezuela a una “construcción narrativa”. Fue otra tontería mayúscula, indefendible, al que el primero en criticar fue el presidente de Chile, Gabriel Boric, el representante más serio de una nueva izquierda latinoamericana, que aspira a ser democrática y moderna: “no es una narrativa, es la dura realidad”.

“Países neutrales”

Abrumado por el repudio recibido, el presidente brasileño recurrió a un argumento conocido y repetido: la neutralidad. En efecto, su ausencia total de crítica tanto a la invasión rusa de Ucrania (una guerra que se acerca al medio millón de víctimas) como a la demolición chavista de Venezuela (cuya constatación son los millones de personas refugiadas en medio continente), Lula ha intentado justificarla presentándose como un líder dispuesto a tender puentes para pacificar el este europeo, en el un caso, y para integrar América Latina, en el otro. Intentos claramente fallidos.

Países no alineados 1960.
Izq. a der.: Jawaharlal Nehru (india), Kwame Nkrumah (Ghana), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Sukarno (Indonesia) y Tito (Yugoslavia), gobernantes de los países no alineados, en Nueva York, en 1960.

Fallidos, sin duda, porque es absurdo pedirle a Ucrania que renuncie a su soberanía sobre Crimea, de la que fue despojada en 2014, y sobre el Donbás, donde está ocurriendo lo más cruel de la guerra causada por Rusia. La iniciativa de Lula de “formar un grupo de países neutrales para propiciar una solución negociada” no tuvo ningún eco internacional y murió antes de nacer. Y, en el caso de Venezuela, el intento de bienvenida a Maduro sonó a un triste respaldo a los obscuros regímenes del socialismo del siglo 21, con los que el mismo Lula mantuvo una distancia cautelosa en sus dos primeros mandatos.

Sin embargo, la mención de Lula a la neutralidad sirvió para poner en debate la posibilidad efectiva del no alineamiento ante la inminencia de una nueva guerra fría de alcance global. ¿Es en verdad posible la equidistancia aséptica en un mundo fracturado en dos bloques, el uno occidental, de democracia política y economía de mercado, encabezado por los Estados Unidos, y el otro euroasiático, de regímenes autoritarios y capitalismo de Estado, dirigido por China y secundado por Rusia? Más aún, ¿hubo alguna vez países no alineados? ¿Finlandia (recuadro) pudo ser el modelo?

Todo empezó en 1955

Todo empezó, en efecto, en 1955, cuando el mundo avanzaba hacia un conflicto total y final. La guerra de Corea, que duró de junio de 1950 a julio de 1953 y dejó casi cinco millones de víctimas, había demostrado que el hilo argumental de la segunda mitad del siglo XX no se agotaría en la rivalidad entre dos grandes potencias, sino que sería un conflicto a matar o morir entre dos ideologías incompatibles y excluyentes: el liberalismo, representado por los Estados Unidos, y el socialismo, encarnado en la Unión Soviética. Y en esa disputa estaría en riesgo la supervivencia de la especie humana. Nada menos.

Fue en 1955 cuando los gobernantes de Egipto, India e Indonesia resolvieron que sus países no se involucrarían en la disputa entre los dos bloques: serían no alineados. Y, así, Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru y Sukarno se reunieron del 18 al 24 de abril en Bandung, una ciudad indonesia en la isla de Java, y resolvieron crear una organización de países equidistantes, opuesta al colonialismo y al neocolonialismo, a cuya formación invitaron a otros veintiséis países africanos y asiáticos, en su mayoría recientemente independizados.

Soldados cubanos posan sobre un tanque soviético durante la guerra de Angola.

La idea se concretó seis años más tarde, en septiembre de 1961, en Belgrado, cuando con el impulso decisivo del presidente de Yugoslavia, Tito, fue constituido el Movimiento de Países no Alineados, con veintiocho miembros, entre ellos un latinoamericano: Cuba. En 1964, cuando se realizó en El Cairo la segunda reunión plenaria, los integrantes del grupo ya eran cuarenta y siete. Para la tercera, en 1970, en Lusaka, Zambia, ya eran cincuenta y cuatro. Y para la cuarta, en 1973, en Argel, ya eran setenta y cinco. El movimiento crecía y ganaba en protagonismo.

Apartándose del camino

Para entonces, sus objetivos —recogidos sobre todo en los “Diez Principios de Bandung”— eran la consecución de la paz, la utilización de la diplomacia para solucionar los litigios, la supresión de bases militares en territorios extranjeros, la finalización de la carrera armamentista, la erradicación del colonialismo, la independencia económica de los países, la liquidación de las alianzas militares y el aumento de la autoridad de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero fue precisamente allí, en la asamblea general, donde resultó evidente que esos objetivos se habían torcido.

Fue así que en 1975, con la Guerra Fría en sus momentos cruciales, el Movimiento no Alineado apoyó un proyecto de resolución (aprobado con el número 3.379) declarando al sionismo “una forma de racismo” y equiparándolo con el ‘apartheid’ sudafricano. El documento, que respondía a la lógica de la confrontación bipolar, había sido presentado por los países árabes y el bloque soviético, por lo que el respaldo del Movimiento fue interpretado de inmediato como una toma de posiciones incompatible con la equidistancia proclamada. En lo sucesivo ni siquiera haría esfuerzos sólidos por disimularlo.

En 1979, en La Habana, durante la sexta cumbre (la quinta había sido en Colombo, Sri Lanka, en 1976), los países miembros —que ya eran noventa y seis— eligieron presidente del Movimiento a Fidel Castro, precisamente cuando Cuba ya peleaba las guerras soviéticas en África (lo hizo en Argelia, Congo, Angola, Etiopía y Mozambique). Eran las “misiones internacionalistas”, cuyo punto culminante ocurrió ocho años más tarde, en la batalla de Cuito Cuanavale, en Angola, en la que lucharon 55.000 soldados cubanos. La Unión Soviética no tenía ningún país más rotundamente alineado que Cuba.

En vísperas del ocaso

En el transcurso del decenio siguiente, hasta 1989, el fracaso del régimen socialista, con el consiguiente declive del bloque soviético, fue cada año más notorio: la URSS era la mayor potencia militar del mundo, pero su economía era estéril, su régimen político se hundía y su población se empobrecía. Cuando colapsó, con la caída del Muro de Berlín, la desbandada de los países satélites y la secesión de sus quince repúblicas, el Movimiento no Alineado ya había perdido todo sentido: había nacido durante la Guerra Fría, terminada la cual el concepto mismo del no alineamiento había quedado vacío.

Era difícil aceptar esa realidad. Fue así que en 1992, en Yakarta, el Movimiento intentó reencontrar su razón de ser planteándose nuevos propósitos. No lo logró. Y sus últimas cumbres (Cuba en 2006, Irán en 2012, Venezuela en 2016, Azerbaiyán en 2019) fueron nada más que una sucesión de consignas antioccidentales: terminación del “bloqueo” a Cuba, defensa del pueblo palestino, “descolonización” de Puerto Rico, rediseño del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas… Y aunque todavía tiene ciento veinte países miembros, su significación internacional ya es prácticamente nula.

Países no alineados
¿Lula alineará al Brasil con la China de Xi Jinping en la nueva guerra fría?

Pero está por empezar otra guerra fría. Esta vez entre Estados Unidos y China, cuyas fricciones son cada día más ásperas y cuyos intereses no dejan de colisionar. Vuelven, entonces, las preguntas de fondo: ¿es posible la equidistancia en un mundo fracturado en dos bloques, el uno occidental, de democracia política y economía de mercado, y el otro euroasiático, de regímenes autoritarios y capitalismo de Estado? Más aún, ¿hubo alguna vez países no alineados después del Egipto de Nasser, la India de Nehru, la Indonesia de Sukarno y la Yugoslavia de Tito?

Lula cree que sí. Narendra Modi, el primer ministro indio, también lo intenta, además de otros países del ahora denominado ‘Sur Global’. Pero la guerra que empezó Rusia en febrero de 2022 dificulta esos anhelos porque decenas de países de Asia, África y América Latina fueron explícitos en su condena a la agresión y en su respaldo a Ucrania, con lo que implícitamente se alinearon con la Unión Europea y los Estados Unidos, que están apoyando con dinero y con armas el esfuerzo militar ucraniano. ¿Será posible cuando el presidente Vladímir Putin sea derrotado? Habrá que verlo. Pero no será fácil.

El país que fue neutral

A todo lo largo de la Guerra Fría, de 1949 a 1989, se lo tenía como el ejemplo cabal del país neutral, que no pertenecía a ninguno de los bloques militares (ni a la OTAN, de los países occidentales, ni al Pacto de Varsovia, del bloque soviético) y se abstenía de asumir posiciones en los foros mundiales. Equidistancia total. Pero lo que en realidad ocurría es que durante esos cuarenta años Finlandia vivía sometida al control férreo de la Unión Soviética, su vecino agresivo e inmenso, con el que compartía una frontera de 1.340 kilómetros. Era una dependencia cautelosa, tal vez ignominiosa, pero inevitable.

Todo empezó en noviembre de 1939, cuando la URSS (que dos meses antes había invadido Polonia para repartírsela con Alemania) atacó Finlandia y mutiló su territorio. Fue la guerra de Invierno. Cuando Hitler rompió su pacto con Stalin y lanzó sus tropas contra la Unión Soviética, en junio de 1941, los finlandeses —tratando de recobrar sus tierras— se unieron a los alemanes. Vencidos, firmaron un armisticio en el que preservaron su independencia pero se condenaron a una neutralidad que los ató a Moscú.

Países no alineados
Soldados finlandeses izan la bandera nacional en la frontera, abril de 1945.

Así, con una neutralidad impuesta, sin opciones, Finlandia sobrevivió como pudo. A su posición, plasmada en un tratado firmado en 1948, el mundo la llamó “finlandización”, con una connotación inequívocamente peyorativa. Pero así pudo preservar su sistema político —capitalismo con democracia liberal y estado de bienestar— en los años de la expansión arrolladora del socialismo. Y así vivió hasta 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética.

Fue entonces cuando decidió, por sí sola, mantener su neutralidad, incluso después de ingresar en la Unión Europea, en 1995. Y se convirtió en uno de los países más prósperos del mundo, con una economía altamente industrializada y competitiva, que les proporciona a sus cinco y medio millones de habitantes un alto nivel de vida y un régimen muy amplio de asistencia social. El capitalismo nórdico. Finlandia dispone, además, del sistema educacional más avanzado del planeta.

Y neutral permaneció hasta que Vladímir Putin tuvo la ocurrencia feroz de lanzar contra Ucrania las tropas rusas y los mercenarios del Grupo Wagner. Finlandia pidió, entonces, ser admitida en la OTAN, consciente de que sus 338.000 kilómetros cuadrados de territorio, con un acceso privilegiado al mar Báltico, enormes recursos forestales y la densidad poblacional más baja de Europa, son una tentación enorme para Rusia, cuyos afanes expansivos han vuelto a ser evidentes. Y ese pedido se concretó el 4 de junio. Ese día el país que fue neutral dejó de serlo. A Putin le salió el tiro por la culata.

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