Fotografía: Amaury Martínez.
Edición 462 – noviembre 2020.

Fue el tercer vicepresidente del Gobierno que un año y medio atrás —elecciones de por medio, eso sí— había dejado instalado el caudillo que gobernó el país en los diez años anteriores, hoy, un prófugo de la justicia. Cuando fue posicionado, vía Asamblea Nacional, el recién llegado al grupo era también un recién llegado a la política. Con él en el equipo, se consolidaba el giro que había tomado el Gobierno del presidente Lenín Moreno. Hacia el sector empresarial, más que hacia una ideología política de derecha. Él era —es— un empresario, miembro de una familia con inversiones en el sector agrícola, de la comunicación, la construcción, el turismo y es yerno del mayor exportador de camarón del Ecuador. Guayaquileño, economista. Un rostro joven. Tenía entonces 35 años. Un rostro nuevo. Diecinueve meses después, aquella figura emergente, Otto Sonnenholzner Sper, renunció a la Vicepresidencia en medio de un intercambio de expresiones de gratitud con Moreno, de especulaciones sobre las intenciones políticas de su salida en un escenario previo a una campaña por la Presidencia, de críticas de los seguidores de aquel caudillo prófugo, y de cuestionamientos de otros sobre las acciones, omisiones, expresiones y silencios de quien recibió el encargo de manejar el diálogo social nacional, la agenda sobre desarrollo sostenible, atraer la inversión extranjera, coordinar una nueva estructura administrativa del Estado y manejar la emergencia por la pandemia del nuevo coronavirus. Sobre sus resultados. Había dejado de ser el nuevo del barrio. Entrar y transitar por aquella función estatal lo convirtió en un sujeto político objeto del escrutinio público. Él exalta su gestión. Critica las críticas de quienes lo critican. Tiende a hablar de sí mismo. El autoelogio forma parte —consciente o no, intencional o no— de su discurso. Al marcharse, calificó su servicio, además de honesto y de tener otras cualidades, de “sacrificado”.
Aquel empresario que condujo durante doce años un programa de entrevistas en la radio de su familia, cuya audiencia conocía solo su voz, se convirtió en una figura nacional que no tiene la intención de hacer una carrera política, sino llegar a la Presidencia. Sobre su paso por el Ejecutivo, la mirada que él tiene de sí mismo y de algunos temas del país, conversamos, a fines de septiembre, en algún lugar junto a uno de los ríos de la cuenca del Guayas.
—Ha referido en estos días que está dedicado a sus actividades profesionales: la agricultura, la construcción, el comercio, la comunicación. Multifacético.
—Turismo. Que ahorita está golpeado, porque también teníamos esa actividad, pero ese es de los sectores que más va a demorar en recuperarse; en el resto estamos caminando, estamos trabajando y, por supuesto, haciendo algo de entrevistas y conversando por el tema de la unidad.
—Todas, empresas de la familia Sonnenholzner Sper.
—Con mis hermanos, sí, somos cuatro socios.
—¿Qué rol cumple usted en esas empresas?
—Cada uno de nosotros lidera un tema, normalmente. Trabajamos juntos pero no revueltos; sin embargo, estamos al tanto de todo. Tenemos responsabilidades distintas. Antes de asumir el cargo en el servicio público, yo era responsable de la parte de comunicación y construcción inmobiliaria. Ahora todavía no estoy en la comunicación, por obvias razones; creo que todavía no es para mí el momento. Voy a dejar pasar algún tiempo, a pesar de que es una actividad que me apasiona.
—¿La retomará?
—Sí, pero estoy muy enfocado en el tema de construcción en este momento y algo de lo agrícola también.
—La hacienda que tiene la familia en Nobol, donde tienen este parque turístico que ahora está detenido, ¿guarda recuerdos familiares?
—Nosotros tenemos mucha cercanía con Nobol, con el cantón, porque esa fue la tierra de donde vino la abuela de mi papá que es la que se casa con el señor (Georg) Sonnenholzner, mi bisabuelo, y mi abuelo siempre fue arrocero allá en Nobol; entonces, ahora, junto a la propiedad que era de mi abuelo, tenemos una propiedad nuestra (desde) hace años, a la que vamos siempre.
—Su mamá es una psicóloga prestigiosa de la escuela lacaniana…
—Sí, mi mamá es psicóloga clínica de la escuela lacaniana. Representa al país internacionalmente también. Ha dado muchos años cátedra, es una profesional realizada, es una mujer que para su generación tal vez no es algo muy… no es que sea tan mayor, pero sí veo mucho en el círculo de amigas de mi madre que muy pocas son profesionales. Eso para mí siempre fue un bonito ejemplo de trabajo, que lo tuve también del lado de la madre de mi madre, que fue siempre una mujer que trabajó duro, que sacó adelante a sus tres hijos sola y que fue muy metódica, muy austera, muy esforzada. Yo tengo ese rol de la mujer, para mí es un rol muy definido: un rol de empuje, de determinación. No tengo hermanas, somos cuatro hermanos, y para mí toda la vida, el rol de mujer ha sido el de mi madre, un rol fuerte.
—Dicen algunos que la infancia es un camino minado. ¿Cómo fue la suya?
—¡Oh! Yo tuve una infancia feliz. Nosotros tuvimos la suerte, algo que en el país es un privilegio, porque no todos lo tienen, lamentablemente; de hecho son pocos los que lo tienen, de poder decir que nunca nos faltó educación, nunca nos faltó salud y nunca nos faltó amor. Los tres elementos más importantes. Créame que, a veces, hay hogares que tienen recursos económicos pero carecen de lo más importante que es esa armonía, esa paz. Nosotros, como toda familia, enfrentamos problemas, sobre todo en lo económico, porque mi papá era un empresario muy intrépido, por usar algún término, y sufrió un par de crisis fuertes, pero siempre hubo estabilidad en el hogar, siempre hubo amor, cariño, valores.

con sus hermanos Ramón, Gunther y Dieter
Sonneholzner Sper.
—Usted pertenece a la generación millennial…
—Del 83 soy yo, marzo del 83, pero sí.
—¿Qué representa para usted esa condición?
—Yo creo que mi generación es la generación que mejor puede relatar cómo fue cambiando todo. Porque, sí, yo soy millennial, pero en el tema de las redes sociales, la gente cree que esto tiene años. Yo me gradué de la universidad y Facebook recién estaba arrancando. Yo me fui a estudiar a Europa, a Alemania, en 2001, y todavía tenía que ir a la caseta telefónica para hablar con mis padres, pero da la sensación de que hemos vivido así toda la vida, y no. (…) Vea, yo me acuerdo que mi abuelo y mi padre trabajaron juntos en el negocio que fue Dinatek, el primer negocio familiar de maquinaria agrícola e industrial desde el 75. Yo me acuerdo que regresaban de viaje, de las ferias en Asia, en Europa, y traían los folletos en una maleta con clave porque eran oro en polvo, era información (…). Así era el comercio. Y era una aventura viajar. Mi padre empezó a viajar a China cuando cayó el muro de Berlín. Hacía negocios con Alemania Oriental y empezó a buscar oportunidades en China, y viajar a China era una aventura idiomática, comunicacional. Hoy es un clic…
—A los de la generación millennial se les atribuye la característica de narcisistas y consentidos, la revista Time la calificó en 2014 como una generación yo-yo-yo.
—Puede ser.
—¿Cómo lo ve usted?
—Pero yo sí le digo algo, tener acceso a todo esto te hace creer que lo sabes todo, que lo puedes todo, ¿verdad?, y, entonces, empiezas a despreciar la sabiduría, la experiencia. Puede ser. Yo no sufro de eso porque soy como chapado a la antigua en muchas cosas, y yo sí tuve la suerte de poder, sobre todo mediante relatos, conocer el sufrimiento. Yo hice una cuestión en Alemania que se llama (Nachbarschaftshilfe) servicio de ayuda al vecindario. Atendía a ancianos, los ayudaba con su aseo, los ayudaba a pasear, ayudaba a personas en situación de vulnerabilidad, escuchaba el sufrimiento del que vivió una guerra. Yo he tenido la guerra cerca en mi vida porque mi abuelo es huérfano de guerra, yo escuchaba el sufrimiento de él, de haber perdido a su padre frente a lo irracional que parece ser un conflicto bélico, y en el Ecuador creo que sí es importante acercar a ciertos representantes de cierto nivel socioeconómico a la realidad del país. Este es un país de mucho sufrimiento, de mucho dolor, de mucha carencia.
—Para la mayoría…
—Ahí hay un divorcio entre, si usted quiere llamarles, las élites con la realidad del país, y ese es un divorcio en el que yo trabajaré siempre para que mis hijos no lo tengan, para que sepan cuál es la realidad del país en el que viven…
—¿Cómo romper esa burbuja?
—Hay algunas formas. El colegio en el que yo me formé lo hace permanentemente. El colegio Alemán (Humboldt) tiene en las tardes, y vamos a hablar de la burbuja porque desde mi punto de vista está agravada, ya le voy a explicar por qué; pero tiene en las tardes un colegio prácticamente gratuito, en la misma infraestructura. Comparten diferentes niveles socioeconómicos, como tiene que ser. Esa es una iniciativa que la quise impulsar y que, si tuviese la oportunidad, la impulsaría también, para que los niños de todas las condiciones socioeconómicas puedan compartir espacios, sus realidades.
—¿Por qué se decantó por la economía?
—Todavía no sé (ríe). Yo tenía más apego a las ciencias sociales. Hay que acordarse que esto fue en 2001, terminando el año 2000, tienen que haber sido los años más difíciles de la historia económica del Ecuador (…). Nosotros, como familia, estábamos bien golpeados por el tema de la mancha blanca, éramos proveedores del sector acuícola, a través de la empresa de mi padre; no era un momento de bonanza para nadie. Entonces, mi papá me decía que, si quería salir del país, yo quería tener la experiencia de vivir afuera, sería a Alemania, porque allá la universidad es gratuita para todos, nacionales y extranjeros, pero, además, en nuestro caso había acceso a una suerte de beca que te daban para vivir; pero si me quedaba en el Ecuador sería solo para estudiar Derecho. Y yo encontré ahí una oportunidad de algo entre lo matemático y lo social, porque la economía para mí es más ciencias sociales que numérico, y más hasta psicología, si quieres, porque tienes que analizar mucho la reacción, el comportamiento humano ante las decisiones; entonces, cuando me fui a Alemania entré en el curso preuniversitario, en Múnich, el de economía, y me gustó. Y luego, para qué, le cogí el gusto.

Elke Büdenbender; Ramón Sonnenholzner
(su padre), él, Elena Sper, su madre y el presidente
de Alemania, Frank-Walter Steinmeier,
durante un homenaje al mandatario alemán en
Guayaquil, en febrero de 2019.
—Esta generación, la suya, creció en un entorno de mayor conciencia de temas como el ambiental, el reto es llevarlos a la práctica, como economista sabe…
—Yo soy un gran defensor de la sostenibilidad, pero no de lo radical. Lo radical es enemigo de lo racional. Hay discursos ambientales que no son sostenibles, suenan bien, pero no son sostenibles. Estuve el fin de semana pasado en Piñas, me fui a la Reserva Ecológica Buenaventura, que es parte del Chocó andino. El Chocó ecuatoriano es uno de los bosques más amenazados en el mundo y sus especies asimismo, y una de las principales amenazas de los bosques en el Ecuador y en el mundo es el desarrollo agrícola, sobre todo ganadero, porque son grandes extensiones que se deforestan para el ganado, pero eso no quiere decir que hay que erradicar la ganadería, pues hay gente que dice “no a la ganadería”. No es así. Hay que encontrar un equilibrio. Hay gente que, lamentablemente, si no tiene dos vacas no tiene de qué comer; entonces, tú, ¿qué le vas a decir a esa persona?, ¿que se muera de hambre? La sostenibilidad es el equilibrio que tú encuentras entre tres elementos: el ambiental, el social y el económico (…) Yo soy un defensor de la sostenibilidad y creo que esta parte, inclusive, de entender que los recursos son escasos y que hay que cuidarlos.
—Estamos en un momento de crisis, entonces las medidas también, como diría la activista Greta Thunberg, ¿no hay que tomarlas como se actúa cuando la casa está en llamas?
—Claro, lo que pasa es que la gente habla del calentamiento… a ver, del cambio climático, lo que es una crisis y eso es correcto; sin embargo, todo esto tiene que tomarse en función de la sostenibilidad. Tú no puedes venir y decir “se acabó esto” de repente. Tiene que ser lógico (…) el Ecuador es el primer país en la región que logró, el año pasado, revertir la tendencia de deforestación en la Amazonía. Acaba de recibir diecinueve millones de dólares de compensación por aquello.
—En estos días, una activista waorani fue reconocida como una de las cien personas más influyentes del mundo por la revista Time por su activismo y sus demandas al Estado…
—En contra del petróleo, básicamente. Correcto. Verá, en esto yo he visto, he tenido la oportunidad de ver de todo, he visto actividades en minería donde las empresas que van a desarrollar esto cumplen con la norma, con la ley, sobre todo las discusiones ambientales y en particular involucran a las comunidades, en positivo, las hacen parte de…
—Pero, a veces, usan a las comunidades.
—Yo no hablo de usar, hablo de involucrar positivamente. Gente que siente que la llegada de esa actividad respeta su entorno, pero, además, los incluye y les permite desarrollarse. Si tú lo haces así, vas a poder hacerlo con sostenibilidad ambiental, social y económica. Si no lo haces así, no lo vas a poder hacer. Lo cierto es que el Ecuador y sin recursos, hoy, este es el modelo de país que hemos arrastrado cincuenta años. Sin recursos naturales no renovables, no es sostenible. Hay una contradicción entre el deseo de querer tener salud gratuita y la aspiración de que no exista explotación petrolera. El que le dé la solución que lo explique, pero hay una contradicción.
—Pero esa es la receta tradicional.
—¿Cuál?
—La extracción de petróleo.
—Pero, vea Tali, de nuevo, lo que no…
—¿No hay otras opciones?
—Sí las hay pero no son inmediatas. ¿Qué hacemos hasta tanto? Tú puedes seguir desarrollando. Toda actividad económica tiene impacto ambiental. Tú le puedes decir a los waorani hagan agricultura y van a tener que deforestar para hacer agricultura. Toda actividad humana tiene impacto ambiental. Ahora, si ellos quieren vivir en aislamiento, sin acceso a… yo tampoco creo que eso sea conveniente. Las comunidades no contactadas han decidido vivir así, digamos, y está bien, se las respeto, pero la mayoría de ecuatorianos aspira a tener acceso a infraestructura básica: agua potable, alcantarillado, vialidad, educación, salud, y eso tiene un costo. Yo creo que lo primero, lo correcto, es que parte de esa extracción, como hoy está definido en la ley, quede en beneficio de esas comunidades para su desarrollo y luego, evidentemente, desde mi punto de vista, lo correcto, lo que ha hecho, por ejemplo, Noruega: crear un fondo para que sean otras actividades las que te permitan salir de lo que estás haciendo (…); pero lo cierto es que el mundo no funciona, como está concebido, sin petróleo y sin minería. No funciona, no funciona (…) Vea, la mayor contaminación ambiental del país no es el petróleo, no es la minería, es la falta de tratamiento de aguas servidas (…).
—Usted entra al Gobierno en 2018. ¿Cómo fue ese proceso de relacionarse con el Gobierno de Lenín Moreno?
—Sí, primero inesperado. Yo le conocía al presidente desde el año 2011, 2012, un poquito antes, 2010, cuando yo era presidente de AER Guayas y él era vicepresidente de la República y fue su puerta la que se abrió para tratar de encontrar un espacio de defensa de la libertad de expresión. Conversé con él y él tuvo la, no sé si la gentileza, pero tuvo una posición crítica ante la Ley de Comunicación (…). Ahí entablamos algo de amistad, pero no mucho contacto. Después lo vi un par de veces, lo entrevisté, luego estuve con él porque invitó a algunas personas a una reunión donde él vivía, en Ginebra, para hablar de lo que él quería hacer y, como yo me reunía con todos los líderes, me reuní con él. Y ahí él un poco habló de lo que le parecía que estaba mal del Gobierno, en ese entonces de Rafael Correa. En esa reunión dijo que él no estaba de acuerdo con la impunidad, que él creía que la corrupción tenía que ser sancionada, que él no estaba de acuerdo con los atropellos en temas de libertad de expresión, cosas que él ya había dicho, pero, le soy sincero, para mí era difícil creer que él podía tomar ese camino, porque yo ya había visto cómo estaba de engranado todo este aparataje de autoritarismo del Gobierno anterior; entonces, me parecía algo improbable. Pero me demostró, con los hechos, que sí estaba dispuesto a transitar ese camino, y cuando me llamó a ofrecerme a ayudarlo en ese camino, yo creí que, habiendo sido crítico justamente de eso, lo más coherente era ir a ayudarlo y lo que hice fue ayudar en todos esos temas. Con el presidente tengo una buena relación, siempre le agradeceré la oportunidad que me dio de servir a mi país. Para mí fue una experiencia invalorable. Todo ser humano necesita una oportunidad de servir así, desinteresadamente, para mejorar como ser humano.

María Paula Romo en una rueda de prensa
por el atentado terrorista de la escuela de cadetes
de la policia, 2019.
—¿Contribuyó a la campaña de Lenín Moreno?
—Nunca. No he contribuido a la campaña de nadie. Alguien decía que mi suegro había contribuido, Dios mío, se ve que no lo conocen…
—Fernando Villavicencio difundió una carta de Santiago Cuesta, asesor de Moreno…
—Él presenta un mail diciendo que me invita a participar en una reunión, pero no es el caso.
—¿Santiago Cuesta fue quien vio en usted esta figura nueva para la imagen del Gobierno?
—No lo sé, tendría que preguntarle a él, yo a Santiago lo conozco de hace muchos años. Los Cuesta Caputi son exalumnos del colegio Alemán, compañeros de mi padre del colegio Alemán, pero a mí me llamó el presidente de la República.
—Estamos viviendo un momento histórico por la pandemia del nuevo coronavirus. En términos políticos, ¿qué significa enfrentar una situación como esta?
—¡Ah! Yo me río de eso, siempre, porque la gente decía que… vea, los políticos normalmente no quieren meterse en los temas complicados porque pueden salir perdiendo el capital político, pero usted a mí me vio en todos los temas complicados. De frente. Primero, yo llegué con cero capital político, segundo porque era necesario, y tercero porque era lo correcto (…). Algunos dijeron, ya cuando vieron que la gente valoró mi actitud: “Está en campaña”. No sé campaña de qué, si nunca dije que iba a ser candidato a nada, pero así es esto, uno tiene que tomarse las cosas de quien vienen. Yo, en mi caso, me quedo con la conciencia tranquila de haber dado lo mejor de mí en los momentos más difíciles que ha vivido el mundo en la historia reciente, y me siento satisfecho de las decisiones tomadas, que están sirviendo para que el Ecuador sea hoy uno de los países que, en lo económico y en lo sanitario, mejor está ante la crisis…
—¿Qué fue lo peor de la pandemia en el país?
—(Respira hondo). Vea, la crisis de fallecidos de Guayaquil, emocionalmente, fue lo más duro. Había un temor de quienes eran los llamados a llevar adelante entierros, etc., o funerarias, camilleros en las morgues, tener contacto con los cadáveres. Acuérdese que nosotros fuimos el primer país de la región en entrar en crisis de la covid. Había mucho miedo respecto al contacto con fallecidos y ahí el ministro de Salud tomó una decisión acertada que fue, juntos, venir a Guayaquil a enfrentar eso, y a mostrar un poco esta relación más normal entre el paciente o el fallecido y el de la funeraria o el doctor, porque había mucho miedo a acercarse. Los parientes dejaban a veces a los pacientes en la puerta de la clínica, sin nombre, sin nada, y se iban, asustados, porque tenían terror…
—Usted ha dicho que recuerda las imágenes que se vivieron cuando hacía los recorridos, ¿qué imágenes?
—No, no. No me haga acuerdo. Yo llegaba a mi casa de noche y no podía dormir, todavía tenía el olor en la nariz de las morgues, créame, yo no creo que la mayoría de ciudadanos viva, y no le deseo a nadie, lo que vivimos, pero fue lo que nos tocó (…). Todas las imágenes, el olor, los momentos, las sensaciones, el sentimiento, la gente, las madres, los hijos llorando, eso. Yo creo que ni una guerra.
—El Ecuador es el único país donde se extraviaron cadáveres durante la pandemia, donde doscientas familias pasaron meses buscando el cadáver de su familiar. Aún, unos setenta están en esa zozobra.
—¿Setenta? Pensé que ya estaban…
—No, faltan.
—Verá, primero lo hizo criminalística, hizo un trabajo muy fuerte de identificación por huellas dactilares, etc., eso es una parte dura también de la pandemia, sin duda. Pero, como le relato, mucha gente venía, dejaba sin nombre, sin nada, al paciente y se iba asustado. No quiero culpar a nadie…
—La mayoría se perdió en las instituciones del Estado.
—Por eso, en el Guasmo fue el mayor problema, por eso le digo, y el otro en Los Ceibos, que fueron los dos hospitales iniciales. Yo creo que el Estado tiene que resolver y responder. Los cuerpos están ahí y son identificables y el último paso es el ADN.
—Es el proceso, pero, ¿imagine que le toque a alguien pasar por eso y que no haya recibido respuesta?
—Yo creo que hay que haber estado ahí para juzgar. Cuando yo llegué al hospital del Guasmo había ochenta cadáveres en el parqueadero, y no había camilleros que quisieran hacerse cargo, porque tenían temor a contagiarse. Hay que haber estado en la emergencia para ver cómo llegaban los pacientes y los familiares los dejaban ahí sin identificación, sin nada. Hay que haber estado ahí para juzgar.
—Usted ha dicho que a las autoridades les falta manejar la inteligencia emocional, ¿considera que usted la tiene?
—No sé si la tengo, pero sí la he desarrollado en este tiempo. He aprendido mucho de eso (…). Inclusive, tienes que tenerla para aceptar que alguien puede hacerlo mejor que tú. Cuando nosotros empezamos en la pandemia, lo primero que tuve que reconocer es que yo no era experto en eso, que nadie lo era, y que había que sumar los mejores ecuatorianos para poder llegar a las decisiones acertadas y así se hizo.
—Pidió disculpas, dijo esto no debió haber pasado nunca.
—Sobre todo la crisis de fallecidos de Guayaquil no debió haber pasado. Ahí hubo un error, nosotros recibimos el consejo de hacer cremación de los cuerpos, y el Ecuador no tiene infraestructura para cremar en ese nivel (…), pero en Guayaquil, con ese nivel de fallecidos por día, no era posible, era un cuello de botella; lo otro, las funerarias no querían trabajar. ¡El Estado tuvo durante 45 días funeraria propia, pues hizo más de 1200 entierros sin costo para las víctimas!
—¿Por qué habló de fosas comunes?
—¿Hablé de fosas comunes? ¿Cuándo hablé de fosas comunes?
—Usted dijo, en una entrevista con Lenin Artieda, que se iban a…
—Se estaba conversando sobre la posibilidad, pero no fue necesario, gracias a Dios. Nunca se dijo que se iba a hacer. Se estaba analizando la posibilidad. Habían hecho en Nueva York, pero nunca se dijo que se iban a hacer.

Otto, Claudia Elena y Micaela.
—Actualmente, ¿cómo se desarrolla ese proceso de buscar la unidad en el que dijo que se encuentra?
—En conversaciones con líderes políticos de todo el país, he conversado con más de diez precandidatos a la Presidencia, con otros actores, todos los días, entrevistas…
—¿Está ya creando el camino para formar un movimiento político?
—No, no por el momento, pero sí lo vamos a considerar, pero ahorita no estamos haciendo nada en ese sentido.
—El presidente Moreno acaba de vetar el proyecto del Código de Salud, ¿usted está a favor de la despenalización del aborto por violación?
—Yo he tenido experiencias con mi esposa, personales, que a mí me han hecho entender, no desde lo religioso, sino desde un tema emocional 100 % y científico, que la vida es desde la concepción. Nosotros hemos vivido como pareja situaciones de pérdida de embarazos que te demuestran que la vida es desde la concepción y yo soy un defensor de la vida desde la concepción. Sí, me parece injusto que una mujer que haya sido violada sea puesta en un camino tortuoso y creo que falta, y de hecho me alegra, porque entiendo que la actual vicepresidenta le va a poner mucho énfasis a esto, una alternativa para esa mujer, que ya sufrió un proceso duro, (es) poder decirle que tiene un camino vía adopción. ¿Usted sabe lo que es adoptar un niño en el Ecuador? Son cinco, seis años, o sea, esos niños se hacen adolescentes y nadie los adopta. Es una barbaridad.
—Al final, usted en la pandemia recorría el país, pero era una rutina que tenía de antes.
—Esa es otra cosa. Tómese la molestia de entrar en mis redes sociales que reportaban más o menos mi día a día; yo me hacía cuatro, cinco provincias por semana desde el mes de febrero de 2019, porque esa fue mi decisión. Yo no me veía ni me sentía a gusto en una oficina. Hoy uno puede hacer mucho vía telefónica, como yo lo hacía, o por Internet. Yo lo que hice fue territorializar las soluciones del Gobierno. Desde entregar créditos a pequeños productores hasta lograr que se terminen obras inconclusas o empezar obras nuevas con financiamiento para gobiernos autónomos descentralizados. Atender el acuerdo nacional, que también lo llevábamos a todas partes, con reuniones con todos los actores. Yo estaba tratando de encontrar soluciones siempre, resolviendo.
—Eso también ayuda a la imagen.
—¿Imagen de quién? ¿Para qué? ¿Imagen? ¿Para qué? ¿Soy candidato a algo? Dígame. Lo que pasa es que hubo un parcito que les llevaron encuestas por ahí y se preocuparon, me empezaron a ver como un obstáculo, porque la gente se identificó con una forma diferente, desinteresada, honesta, sincera, sacrificada de servicio público. Eso es lo que ocurrió. Está bien, y se la merecen, se merecen que alguien haga eso por este país, la gente se merece que alguien se sacrifique, que alguien haga el esfuerzo.
—Hablando de imagen, ¿qué imagen tiene Otto Sonnenholzner de Otto Sonnenholzner?
—La misma que he tenido siempre. Yo soy un padre de familia, 37 años, que tuvo la oportunidad de servir, que la tomó y que dejó todo en la cancha. Yo soy un tipo sencillo que trataré de educar igual a mis hijos a como me educaron a mí, para que sirvan a este país como tuve la oportunidad de hacerlo yo.