Por Pablo Cuvi.
Fotografía: Juan Reyes y archivo de Osvaldo Hurtado.
Edición 452 – enero 2020.
Osvaldo Hurtado es, desde hace rato, el último gran patriarca de la política ecuatoriana. Muertos Febres Cordero y Sixto Durán, con un Rodrigo Borja que abandonó la lucha política, en esta época más convulsa e incierta que de costumbre, Hurtado ha mantenido esa actitud indeclinable de defender la democracia contra todos los intentos dictatoriales y ha continuado escribiendo ensayos sobre la realidad ecuatoriana que han despertado la polémica, acompañada de algunas críticas viscerales porque adversarios no le faltan desde la izquierda populista hasta la derecha oligárquica.
Por ello, esta charla se enfocará en esas relaciones conflictivas con líderes y partidos de distintos colores, como Borja y la ID, Nebot y los socialcristianos, su excoideario Mahuad y, en la vereda del frente, el correísmo. También hablaremos sobre los levantamientos que agitan el mapa de América del Sur y sobre las (malas) costumbres de los ecuatorianos, a las que el expresidente de ochenta años atribuye buena parte del descalabro político. El dato inesperado es su afición de toda la vida a la jardinería, lo que explica la foto inicial de esta charla que empieza echando los dados a los años ochenta, cuando era presidente y empezaron los (des)acuerdos con Rodrigo Borja.
—¿Qué relaciones estableciste con la ID? ¿Ahí empezaron los malentendidos?
—Las relaciones de la DP y la ID han sido muy difíciles, muy difíciles por varias razones: una, porque disputábamos el mismo espacio político, la Sierra, Quito y el centro político; segundo, porque los dos querían llegar a la Presidencia de la República y ponían por sobre otras consideraciones esa conveniencia; tercero, un problema de emulación, quisiera ser muy objetivo en eso que ha existido entre Rodrigo y yo, pienso que más en él que en mí, porque yo varias veces, la última en la casa de Guayasamín, con la presencia de Pedro Jorge Vera, Fredy Ehlers, Jamil Mahuad, Francisco Borja y otros más, le propuse que juntáramos los dos partidos y formáramos uno solo: nunca aceptó.
En una entrevista por los veinticinco años de democracia, le preguntaron esto a Borja y dijo que él “no aceptó eso porque no podía juntarse con un partido de derecha”. Bueno, a ese partido de derecha Borja le pidió su apoyo cuando fue presidente de la República, la DP tuvo ministros de Estado, presidente del Congreso fue Wilfrido Lucero, que en esa época era dirigente de la DC. Otra habría sido la suerte del Ecuador si hubiéramos logrado la unidad.
—En 1997, ¿cómo se dio tu entendimiento para la Asamblea Constituyente con el Partido Social Cristiano (PSC)?
—Las dos fuerzas que obtuvieron la mayor votación para integrar la Asamblea fueron el PSC y la DP, lo lógico era que la presidencia de la Asamblea estuviera en manos de uno de estos dos partidos mayoritarios, pero se necesitaban votos. Entonces discutimos una alianza a la que se sumó el Gobierno de Alarcón, que tenía cuatro o cinco legisladores, y esa alianza se sustentó en un programa que yo había venido escribiendo desde hacía tiempo sobre una reforma política que Nebot hizo suya públicamente. Ese programa consistía en realizar ciertos cambios a las instituciones políticas para que fueran más eficaces.
—Recuerdo que tú planteabas las elecciones de diputados en la segunda vuelta…
—Claro, para favorecer al partido mayoritario y que el presidente de la República tuviera mayoría para gobernar. Una de las razones por las que luego se produjo un conflicto con el PSC fue su incumplimiento: cuando teníamos que votar esa disposición, la mitad del bloque socialcristiano, por orden de Nebot, abandonó la sesión. Eso era porque él decidió no ser candidato a la presidencia y ya no le interesaba la disposición.
—Al contrario, le perjudicaba. ¿Y qué pasó con Mahuad, por qué fracasó su Gobierno?
—Son varias las razones: el Ecuador arrastraba una grave crisis económica no resuelta desde fines del Gobierno de Sixto Durán; había problemas en el sistema financiero, había déficit fiscal y el sector exportador estaba muy afectado por la caída del precio del petróleo.
—De yapa había la mancha blanca del camarón…
—Y Jamil cometió el grave error de demorarse en enfrentar la crisis bajo el argumento de que primero debía resolver el problema territorial. No, todo es prioritario, todo es importante al gobernar un país. Cuando quiso enfrentar el tema de la economía había empeorado gravemente la situación del sistema financiero y no pudo, primero, cerrar los bancos malos, particularmente ese antro de corrupción que era el Banco del Progreso…
—Que le había dado más de tres millones de dólares.
—Luego de unos meses se supo que había financiado la campaña electoral de una manera cuantiosa y todo el país creyó que no había tomado medidas contra el Banco del Progreso porque había recibido ese financiamiento. No lo hizo, y en lugar de uno o dos, terminaron cayendo más de media docena de bancos importantes.
Lo segundo era el financiamiento del presupuesto, la eliminación del déficit. Ahí pasó exactamente lo que hoy está pasando: Jamil propuso al Congreso Nacional aumentar el IVA y el Congreso, encabezado por Nebot, dijo no; entonces elevó el precio de los combustibles y Nebot fue al Tribunal Constitucional a pedirle que declarara inconstitucional el aumento. La suma de estos elementos llevó a la espantosa crisis de fin de siglo. No son los únicos: acuérdate que el precio del barril del petróleo bajó… ¡a menos de diez dólares el barril! Una cosa es gobernar el Ecuador con ese precio y otra cosa es gobernar con los cien dólares de Correa.
—Nebot está haciendo lo mismo ahora. ¿Por qué no puede pensar en la economía nacional?
—Esa ha sido siempre la conducta de los políticos socialcristianos. El más grande opositor al ajuste económico que yo hice fue León Febres Cordero cuando era diputado. Luego, en el Gobierno, hizo exactamente lo mismo que yo había hecho, porque mantuvo la política de ajuste económico y aumentó el precio de los combustibles varias veces.
—¿Por qué se produce el fenómeno del correísmo? ¿Por qué llega un tipo como Rafael Correa y hace lo que hace?
—Los años ochenta y noventa son décadas de estancamiento económico, o de leve crecimiento, de repetidas crisis económicas, de elevadas tasas de inflación y de devaluación, de aumento de la pobreza y el desempleo, son décadas que producen una enorme frustración popular, particularmente a fin de siglo, durante el Gobierno de Mahuad, cuando la crisis llega a niveles que el Ecuador no había conocido en la época moderna. Esa es la causa fundamental.
Segundo: ¿a quiénes correspondió administrar estas crisis? A los partidos y los líderes políticos, a lo que despectivamente se llamó la partidocracia. Había un país, entonces, sensible frente a estos fenómenos y deseoso de cobrar la cuenta a los políticos ecuatorianos.
Tercero: aparece un líder político carismático, joven, que estudió en Europa y en Estados Unidos, costeño y populista como buen político guayaquileño: casi todos los políticos populistas han sido guayaquileños. La suma de estos fenómenos explica el éxito electoral de Correa.
—Sin embargo de que él estaba en contra de ellos, la mayoría de los partidos, las organizaciones, hasta las Cámaras se alinearon con él. ¿Por qué no le hicieron oposición?
—Porque los partidos estaban muy venidos a menos, porque muchos líderes políticos no quisieron darle una batalla, porque los movimientos sociales, los medios de comunicación tan criticados por Correa presidente, todos ellos lo apoyaron unánimemente.
—Era frente a Álvaro Noboa.
—No importa, pero no es que le ponían objeciones y solicitaban precisiones, no es que hacían impugnaciones, eran militantemente apoyadores de la candidatura de Correa, los canales de televisión sin duda. ¿Por qué? Porque el país vio en este joven al político que esperaba durante tantos años, que creía que iba a ser superior a todos los políticos anteriores. Cosa de la que él estaba seguro, y todavía está convencido de que así fue porque tiene unos bloqueos mentales que le impiden ver la luz del día y la oscuridad de la noche.
El presidente Jamil Mahuad, cuyo fracaso político hundió definitivamente a la DC. Aquí, recién electo, irradiando optimismo. Quito. Foto: Pablo Cuvi.
EL TERRORISMO Y EL DÓLAR
—Vengamos a la crisis actual: Manuel Castells, este sociólogo español muy conocido, dice que se está viviendo “la crisis de la gestión de la crisis”. Porque crisis hubo muchas, pero lo que estamos viendo en países como Chile y Colombia es que no saben cómo gestionarla. Es otro mundo, es otra época, no funcionan los mecanismos tradicionales.
—No pueden funcionar los mecanismos de la democracia frente a obras de asaltantes, criminales y terroristas…
—No son solo eso.
—Que destruyen una docena de estaciones del metro de Santiago: quemar cemento armado y acero es casi imposible. Sé que no es solo eso, pero eso es fundamental en la crisis chilena: no es la manifestación de la gente en las calles la que coloca a Piñera contra las cuerdas, no son las protestas sociales por el descontento con la seguridad social, con los salarios, no; lo que lleva a una crisis grave del sistema político chileno es el terrorismo urbano, sustitutivo de la guerrilla rural; eso es lo que se está viviendo en América Latina y que vivimos aquí en Quito, en octubre.
—¿Y por qué se da eso? ¿Por qué se parecen las reacciones?
—La guerrilla rural fue una estrategia para, mediante las armas, acabar con los regímenes democráticos o dictatoriales latinoamericanos; mediante el uso de la violencia, el asesinato, el saqueo —las “confiscaciones” decían los guerrilleros—, mediante el secuestro. Es lo mismo con estos grupos de hoy, usando similares instrumentos pero que en las ciudades suelen tener efectos mucho más grandes, quieren derrocar la institucionalidad democrática para establecer un régimen revolucionario, sin importarles lo que ha ocurrido en la Unión Soviética, en China, Venezuela, Nicaragua. La democracia y la economía de mercado en el capitalismo eran casi pecado y crimen para la guerrilla rural y lo son también para el terrorismo urbano.
Eso ocurre en el país de América Latina con menos pobres y con una equidad social bastante razonable para los extremos de otros países del continente. El Chile de hoy es el resultado de veinte años de Gobiernos socialistas y democristianos, Piñera es apenas un episodio dentro de la política económica y social de Chile llevada por la centroizquierda.
—La gente reelige a Bachelet, reelige a Piñera y parece que está funcionando el sistema, pero resulta que no, que la mayoría no se sentía representada políticamente y la aceptación de Piñera va por el 15 %.
—Tanta aceptación tuvieron Piñera o Bachelet o Lagos o Frei, que ganaron las elecciones.
—Eso te digo: algo más está pasando ahí.
—Es lo que sucede con el presidente Moreno, quien era el político más popular del Ecuador; no era Correa, era Moreno, casi con el 80 %. ¿Cuánta aceptación tiene ahora? 15 %. Eso sucede con los presidentes en todo el mundo. Pero cuando en una ciudad el terrorismo destruye iglesias, estaciones de metro, supermercados, pequeñas tiendas y mata, es obvio que la población culpe al presidente de la República que es incapaz de proteger su seguridad y la de sus bienes.
—¿Y qué puede hacer el presidente? ¿Qué puede hacer el sistema?
—Acuérdate de las Brigadas Rojas, la guerrilla italiana que secuestró a un ex primer ministro de Italia y lo mató.
—A Aldo Moro, sí.
—Lo mató y puso en crisis al Gobierno italiano. Acuérdate lo que hizo ETA en España. Estos grupos son capaces, con la violencia, de desestabilizar a la más sólida de las democracias, y no dudo de que Chile era una de las tres más sólidas democracias de América Latina, junto con Uruguay y Costa Rica. Uruguay acaba de darnos una notable lección de democracia, de civilidad y paz.
—En Argentina Macri debía convertirse en la alternativa al peronismo y fracasó. ¿Por qué?
—La economía argentina necesitaba un drástico programa de ajuste económico, que no se hizo, y la consecuencia fue que la crisis continuó, atenuada pero siguió, y los errores en la economía se pagan. Argentina, en algunos temas, se parece mucho al Ecuador, ambas son sociedades profundamente populistas; además, no tienen capacidad, habilidad, institucionalidad para tener moneda propia. El Ecuador lo ha demostrado ya: cuando la moneda pasó a ser el dólar, se resolvió el trauma de las devaluaciones y el látigo de la inflación. Siempre estuvimos buscando cómo eliminar la inflación, nunca pudimos; siempre quisimos estabilizar el precio del dólar, lo conseguíamos por meses y luego volvía a caer.
Bien: Argentina no puede tener moneda propia y, si Macri hubiera tomado la decisión de reemplazar el peso argentino por el dólar, habría estabilizado la economía inmediatamente, habría abatido a la inflación, habría introducido una inyección de optimismo y de seguridad, y hasta habría podido ganar las elecciones.
—¿Por qué no lo hizo? ¿Porque tenía el antecedente de Cavallo, cuando hicieron algo parecido?
—Probablemente porque lo de Cavallo no terminó bien y dijo o pensó que la dolarización tampoco iba a producir resultados, pero creo que estuvo equivocado. Argentina seguirá igual en los próximos años. Reitero, es una sociedad incapaz de tener moneda propia.
—Un peronista no haría eso jamás.
—Ni un peronista ni ningún político argentino porque no tienen conciencia de que su sistema, sus partidos, sus líderes no están en capacidad de administrar una moneda propia. Cosa que sucedió en el Ecuador y me incluyo (refiriéndose a que él tampoco creyó al principio en la dolarización).
—El gran enigma es qué va a pasar en América Latina.
—A pesar de lo que ha pasado en Chile, hay que tener en cuenta lo que ha pasado en Uruguay, lo que ha pasado en Costa Rica, para hablar de América Latina; lo que ha pasado en Estados Unidos y Canadá para hablar del siglo XIX y XX; lo que ha pasado en Europa, en Japón más temprano, en Singapur, en Corea, en tantos otros países: el único camino para sacar a la gente de la pobreza, para dar iguales oportunidades, para premiar el esfuerzo, es el crecimiento económico.
El crecimiento económico es una política social porque lleva aparejado la creación de empleos; lo que cambia la vida de un ser humano es tener un empleo, el momento en que lo tienes, todo lo demás se vuelve complementario.


YO CREÍA QUE HABÍA ALTERNATIVAS
—¿Cuántas reediciones ha tenido El poder político?
—Apareció la vigésima, este año, publicada por Penguin Random House. He revisado íntegramente el texto, no para cambiar su contenido, que es exactamente igual, sino para mejorar la exposición de las ideas, a fin de que sean más claras y más comprensibles.
—¿Pero no estarás de acuerdo con todo lo que dices ahí?
—No, pero ese libro es válido casi en su totalidad y, por eso, cuarenta años después, todavía se lee, pero en los últimos capítulos tiene vacíos. Uno: si bien se refiere al mundo indígena, ni siquiera vislumbra la posibilidad de que apareciera una organización de la importancia que tuvo y sigue teniendo, aunque algo disminuida, la Conaie. Dos: en la última parte pone mucho énfasis en el papel del Estado y le atribuye una significación especial en el desarrollo del Ecuador de los años setenta.
—Muy de acuerdo con tu visión democristiana de la época.
—No solo democratacristiana; era la visión de América Latina de la Cepal, que era la inteligencia económica de América Latina, los tecnócratas, los economistas latinoamericanos, todos éramos cepalinos. Eso está escrito ahí y no voy a modificarlo ahora. Pero Ecuador entre dos siglos tiene todo un capítulo en que discute Estadomercado, y no lo discute teóricamente sino empíricamente a la luz de lo ocurrido con el Estado y con el mercado en estos cuarenta años posteriores al Poder político.
—Para volver a Chile y sacando a los terroristas, que son solo un factor, no funcionó muy bien el sistema del libre mercado, algo falló ahí.
—Tanto funcionó que Chile se encontraba a la puerta de ser considerado el primer país desarrollado de América Latina.
—Pero la mayoría de chilenos no está de acuerdo con eso; si estuvieran, no saldrían a las calles, hay millones que están bravos.
—Sí, han salido a las calles, pero pongamos todo eso en el contexto latinoamericano, muchos más han salido en Venezuela, muchísimos más son los venezolanos que se han ido de ese país…
—Bueno, Venezuela ya es el desastre total.
—Es que cuando se critica a Chile se pone como alternativa un sistema económico socialista.
—Un escritor chileno me dijo “siempre nos ponen Venezuela y no es eso; lo que buscamos es una alternativa”. Un joven democratacristiano como tú conocía muy bien que había alternativas, por lo menos a eso apostaste en tu juventud.
—Cuarenta años antes creía que había una alternativa.
—Una tercera vía.
—Yo creía. Pero el mundo de manera contundente ha demostrado que no existen alternativas a la economía de mercado, que no hay mejor sistema para asegurar la prosperidad, para eliminar el desempleo, la pobreza y la miseria; eso lo ves en Europa, lo ves en China, que era un país pobre y hoy es la segunda economía del mundo porque introdujo el sistema capitalista y 700 millones de chinos dejaron la pobreza; es la mayor reducción de pobres en la historia de la humanidad. Deng Xiaoping es el político más importante de la segunda mitad del siglo XX, que siendo un comunista haya tenido la sabiduría de decir vamos a adoptar la economía capitalista.
—Él dijo que no importa si el gato es de un color u otro sino que cace ratones.
—Exactamente, y hay los ejemplos de Japón, Singapur, Corea… ¿Y cuáles son los países más pobres del mundo? Algunos que vienen de siglos atrás, como algunos africanos, pero son aquellos que han seguido modelos económicos de corte socialista, esa es la realidad. No podemos cerrar los ojos y decir: en Chile hay que buscar otro modelo.¿Cuál es el otro modelo? Eso es lo que dijo Allende y destruyó la economía chilena.
—No fue solo él, a eso ayudó Estados Unidos y hasta los empresarios brasileños.
—Eso para el golpe de Estado.
—Los empresarios brasileños, te doy hasta la cifra, pusieron diez millones de dólares de la época para el paro de transportes del año 1972.
—Ya, pero todo eso que es cierto funcionó porque en Chile había una inflación sideral, un desempleo general y una pobreza absoluta.
—Lo que me dijo el chileno, este no era el socialismo, ni Chávez ni Allende, era buscar una salida a eso. Aunque no puedas imponerlo otra vez, hubo el Estado de bienestar que funcionó en Europa durante décadas.
—Claro, pero era la economía del mercado: Suecia, Noruega, Dinamarca son sociedades capitalistas. Y las tres están moderando ese afán del bienestar porque eso está incidiendo negativamente en el crecimiento económico y la consecuencia de eso es cierto relativo estancamiento.


HE SIDO AFORTUNADO EN LA VIDA
—Otro libro con el que tuviste mucho éxito fue Las costumbres de los ecuatorianos. ¿Cómo así te dio por escribir ese libro?
—Comenzaré hoy rebatiendo algo que algunos han escrito en el sentido de que ese libro es un contrapunto, un desquite…
—Del 1 %.
—De Osvaldo Hurtado con el pueblo ecuatoriano porque cuando se presentó de candidato a la presidencia solo el 1 % votó por él, eso lo han dicho algunos importantes sociólogos. Quisiera decir, aprovechando esta entrevista, que comencé a reflexionar sobre el tema de la cultura como un elemento del desarrollo antes: años antes publiqué dos o tres monografías, tentativas, muy elementales, sosteniendo esta tesis. De hecho, en El poder político en el Ecuador ya la menciono. Entonces, que no vengan a decir que escribí ese libro por esa motivación.
—Bueno, ¿pero qué te motivó?
—En el transcurso de la política y la economía ecuatorianas, encontré que existía también un elemento cultural que explicaba el atraso del Ecuador. Me puse a investigar, y cierto es que las principales fuentes son viajeros extranjeros, pero de diversas nacionalidades: estadounidenses, italianos, franceses, alemanes, ingleses y españoles; y lo que dicen ellos coincide con lo que dicen González Suárez, Espinosa, Quevedo y otros autores ecuatorianos de manera más sencilla, menos profunda, pero coincide. Si uno ve el mundo, hubo un viajero extranjero que visitó Estados Unidos a principios del siglo XIX…
—¿Alexander de Tocqueville?
—Exacto, y escribió La democracia en América, que es un análisis cultural de la sociedad norteamericana. Francés él, ¿a qué conclusión llegó? A que Estados Unidos estaba llamado a gobernar el mundo porque la forma cómo trabajaban, cómo se organizaban, cómo cumplían, cómo se esforzaban, cómo ahorraban, cómo resolvían sus problemas sin necesidad del Estado, les aseguraba un futuro promisorio.
Quizás un paréntesis en eso cultural: ¿por qué, en los cuarenta años de democracia, todas las manifestaciones populares se han concentrado en Quito y en la Sierra y no en Guayaquil y la Costa?
—Porque aquí es el centro del poder político.
—¡No! Porque los serranos somos protestones, los costeños no, ven la protesta como un obstáculo para su trabajo, los vendedores ambulantes que no pueden vender nada, igual las casas de comercio, tienen mucho más sentido práctico en esa materia que los serranos, no se mueven por ideales; los serranos siempre estamos elaborando cosas intelectuales, los costeños son muy prácticos, mucho más realistas. Pero es apenas un paréntesis: mi libro, en la parte final, reconoce cambios y pone como ejemplo a los otavaleños.
—A los cuencanos también…
—Cuenca, ¿es o no un centro de progreso? Durante el Gobierno de Correa, toda la justicia era corrupta menos la de Cuenca, no pudo. En general, los políticos cuencanos son políticos honrados. Y los otavaleños: la misma historia de explotación… bueno, hay otavaleños millonarios; pienso que casi todos los otavaleños debieron estar en desacuerdo con lo que hizo la dirigencia indígena en octubre, porque no habrán querido que sus fábricas, que sus industrias, que sus artesanías, que sus comercios sean saqueados por los terroristas que destruyeron Quito. Me han contado que el alcalde Conejo tomaba medidas hablando con la gente para que no suceda en Otavalo lo que estaba pasando aquí. Y lo consiguió.
—A Velasco Ibarra, de 82 años, le pregunté al final si valió la pena, si había triunfado o fracasado. Respondió tajante: “¡He fracasado, señor!”. ¿Qué dirías tú si hicieras un balance?
—Pienso que no; yo he sido muy afortunado en mi vida en todos los campos, en la política y también en la academia. Haber conjurado la crisis económica que se produjo durante mi Gobierno con un respeto de la institucionalidad democrática, con una tolerancia de la protesta social y entregado al nuevo presidente, algo inusitado en el Ecuador, la economía en orden, en crecimiento, con caída de la inflación, caída de la devaluación, para mí es motivo de satisfacción. Haber dado las batallas que he dado en contra del autoritarismo de Febres Cordero y de Correa, y haber derrotado a Febres Cordero cuando realizó una consulta popular para incrementar su poder. (Se refiere a la que planteó LFC a favor del voto de los independientes, en 1986).
—¿Quiénes se aliaron contigo en esa consulta?
—Recibí aquí la visita de Andrés Vallejo y Raúl Baca para decirme que no incurriera en la locura de apoyar el No en esa consulta porque estaba ya ganada por Febres Cordero. No sé si tú estuviste en una reunión en el hotel Colón…
—Estuve parado ese rato detrás de ustedes por coincidencia. Rodrigo Borja, que estaba sentado a tu lado, manifestó que debían apoyar el Sí para robarle el triunfo a LFC. Cuando se levantaba, le tomaste de la manga: “No se vaya, doctor, que voy a argumentar lo contrario”.
—Acabas de decir lo que pensaba decir. Y cuando comenzaba el Gobierno de Correa, en una entrevista para El Comercio anuncié todo lo que iba a pasar en el Ecuador; que la Asamblea Constituyente era para tener un poder absoluto, que iba a destruir la democracia, etc. Y, en el campo académico, mis libros se leen: Las costumbres va por su edición decimoquinta, Dictaduras del siglo XXI va para la quinta edición…
—Sobre nuestras costumbres, no hay que olvidar el peso terrible del catolicismo, que sigue reforzando una manera de hacer política.
—La prédica de que la riqueza es mala, casi pecaminosa, de que la pobreza es buena y que el pobre irá al reino de los cielos y el rico de ninguna manera. Una de las razones del éxito de la economía norteamericana es la creencia de los norteamericanos de que enriquecerse es un triunfo, es una reivindicación humana; el mismo Deng Xiaoping llegó a decir que era glorioso.
—El libro clásico de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, señalaría el origen de esto.
—Eso es absolutamente cierto. Pero acá ha cambiado: hoy no hay joven ecuatoriano que no quiera enriquecerse. Tú y yo pertenecemos a una generación cuyo objetivo no era enriquecernos, era servir al país, era tener preocupaciones intelectuales, era escuchar buena música, que debía ser clásica, la ropa no era un asunto que nos preocupaba y no se nos ocurría pasar vacaciones en el extranjero porque no teníamos dinero para poder hacerlo.
—A Buenos Aires me demoré tres meses en llegar de mochilero.
—Y si no ibas de mochilero, jamás habrías llegado a Buenos Aires. Yo, a los veintidós años, lo único que conocía fuera del Ecuador era Ipiales.
—¿Y cómo comenzaste en la jardinería?
—Cuando la familia se mudó a vivir en Riobamba, íbamos a la quinta de Chambo a pasar vacaciones y ahí había un jardín antiguo de unos 150 metros, con callejones y figuras geométricas, que yo espontáneamente iba arreglando, lo mismo hacía en Riobamba. Y en mi casa de Quito formé un jardín y sembré un arupo que floreció espléndidamente en la vereda y una magnolia que se hizo gigante y daba olor. Y formé el jardín de Guayllabamba donde he trabajado veinticuatro años los fines de semana.
—Religiosamente.
—Religiosamente. Una invitación sábado o domingo no me hace ninguna gracia.
—(Sonrío) En este campo te habrías entendido con el ingeniero León Febres Cordero, que cuidaba sus bonsáis.
—Pero él no era jardinero, eso es otra cosa.
—Ya empiezas…