Óscar Vela y “Los crímenes de Bartow”

La maquinaria de la justicia y la de la injusticia, que suelen trabajar juntas o por separado, se ponen en movimiento para castigar a quien suponen cometió horrendos crímenes: el ecuatoriano Nelson Serrano.

En uno de esos días de apatía y fastidio por el encerramiento que me imponía la pandemia, tuve la suerte de recibir, a través de la nube, un texto digital de Óscar Vela. Bajé el archivo y lo pasé al lector electrónico. Mientras me preparaba un café, el reclamo de la frase Los crímenes de Bartow (Planeta, Colombia) me hizo adelantar varias sospechas. Supuse que, como en A sangre fría, la voz narrativa sería la de un sujeto impersonal que relata en tercera persona. A la vez, una segunda hipótesis me sugería estaba ante un thriller donde se exponían, tercera conjetura, los homicidios de un maleante llamado Bartow.
Con el café enfriándose a mi lado y guiándome por estos supuestos, inicié la lectura. Pronto advertí que estaba completamente equivocado. El narrador se identifica como Óscar Vela realizando un viaje por el estado de Florida (Estados Unidos) para investigar unos homicidios. Poco después confiesa el propósito de su participación: Aunque mi primera intención era hacer este viaje con el objetivo principal de escribir un libro sobre los crímenes de Bartow, de algún modo terminé involucrándome también como uno de los abogados que ha intervenido en la causa.

Sus declaraciones han destruido mi primera hipótesis. No hay una voz omnisciente, sino un sujeto real que se desdobla para narrar en primera persona e investigar los hechos. El escritor ha entrado en un terreno peligroso y él lo sabe. Tal vez, por ello, en más de veinte ocasiones el narrador se refiere al texto como “esta novela”. Con esta premisa, lo que yo había conjeturado ser un thriller se me presentaba como un reportaje en el cual el escritor y el narrador coincidían.

En jerga literaria estaba ante una obra intradiegética, es decir, la que utiliza un narrador participante. Si bien el término novela suele referirse al concepto de ficción, también es admisible que la obra sea novela testimonial. En este caso, para adoptar un punto de vista más objetivo, el relator acude a otras fuentes: declaraciones de testigos, pruebas periciales, expedientes legales, confesiones, fotografías y otros documentos.

También estuve equivocado al suponer que los crímenes de un tal Bartow serían el centro de la novela. Comprendí que ese nombre no señalaba a una persona sino el lugar real donde ocurren los hechos: la pequeña y desangelada población ubicada en el condado de Polk, centro del estado de Florida. Así que los acontecimientos sucedieron en un pueblo de ese territorio que es destino de jubilados y de turistas playeros, refugio de gánsteres como Al Capone, patria del pato Donald y residencia de aquel otro Donald quien, obsesionado por los hoyos, juega al golf para olvidar que fue llamado “payaso” por el presidente J. Biden.

Ya sé dónde me encuentro, me digo, aclarado que estoy ante “los crímenes en Bartow”, una localidad donde a finales del siglo XIX e inicios del XX, se cometieron más de veinte linchamientos a personas negras como parte de la violencia racial que imponía en el sur del país la tesis de supremacía blanca. Horrorizado por las costumbres de estos moradores y prevenido para no viajar a ese lugar, paso página.

Un ajuste de cuentas

Si el primer capítulo fue el preámbulo, el segundo narra el factor desencadenante de esta tragedia. Siendo escritor y abogado, el autor demuestra gran maestría narrativa en la reconstrucción de hechos y relaciones causales, en el uso de fuentes legales y testimonios para rehacer los sucesos.

El protagonista de la tragedia es el ecuatoriano Nelson Serrano S., recluido desde hace dieciocho años en una celda de dos por tres metros en el corredor de la muerte de una prisión en Florida, que entonces tenía cincuenta y nueve años, y que fue declarado culpable y sentenciado a cuatro penas capitales, una por cada víctima. Como esta historia había tenido gran difusión en los medios nacionales e internacionales y las peripecias eran conocidas, colegí que el elemento sorpresa podría disminuir el interés de la lectura. Me engañaba. El narrador confiesa el propósito de su obra: Me interesa ahondar en la vida y el destino del hombre al que se acusó y se juzgó como autor material de esos crímenes, un hombre que a sus ochenta y dos años es el presidiario más longevo del corredor de la muerte en los Estados Unidos. Su empeño es desentrañar la vida y el juego del destino, o sea, mostrar cómo los abusos de unos marcan la vida o la muerte de los otros. A mi juicio, este es el gran logro de la novela: revelar las trampas, manoseos y componendas en la administración de justicia.

Calculando y midiendo cada detalle, con objetividad para evitar el tremendismo y el sentimentalismo, el narrador reconstruye el crimen sirviéndose de la investigación forense realizada por la fiscalía y los peritos en balística. En ella aparecen las cuatro víctimas y un único testigo, bastante alejado del lugar, que proporcionará versiones diferentes de lo que ha observado.

La tragedia ocurre a la atardecida del 3 de diciembre de 1997, en las instalaciones de una empresa dedicada a suministrar artefactos para el movimiento de ropa. A la noche, uno de los socios, que ha llamado a la oficina y no ha obtenido respuesta, viaja con su esposa hasta el lugar. Esta encuentra cuatro cadáveres: su hijo, su hija (amiga y compañera de la jueza que dictará la sentencia), su yerno y un socio. Por los gritos de la esposa, P. Dosso desciende del vehículo y llama al 911. Ante la policía inculpa a su exsocio Nelson Serrano, un ecuatoriano que también tiene nacionalidad norteamericana. El móvil sería una gran suma de dinero faltante en la cuentas del negocio. La maquinaria de la justicia y la de la injusticia, que suelen trabajar juntas o por separado, se ponen en movimiento. A cualquier precio hay que castigar al culpable. La ley del Talión, o sea, la pena de muerte, aguarda.

De inmediato los medios de información, que deben ser imparciales, objetivos y precisos, pero que en realidad se guían por los rankings de sintonía y por el valor de las acciones bursátiles del consorcio —ejemplificados en los filmes Network (Lumet) o La verdad (Vanderbilt)—, catalogaron el suceso como el más espantoso crimen jamás visto en el condado de Polk. Una indigna forma de azuzar a la población y parcializar a los testigos y al jurado. Al respecto, O. Vela recuerda a los desmemoriados periodistas que en Bartow hubo crímenes peores: en 1895 tres hombres de raza negra, acusados de violación, fueron asesinados en un ajusticiamiento masivo, y en los años siguientes, hasta 1921, varias personas afrodescendientes fueron acusadas de distintos delitos que casi nunca se comprobaron, pero que los llevaron a la muerte de las formas más brutales. El Ku Klux Klan fue un movimiento activo en el condado hasta su desaparición pública en 1979, cuando realizó su última marcha.

Cuando la justicia se convierte en venganza

Si inicié la lectura con reservas por estar ante hechos conocidos, el estudio de cada minucia legal y el análisis de las pruebas presentadas en el juicio demuestran y crean una duda razonable para aceptar que se cometió una injustica. Como un miniaturista, cada detalle se examina, se sopesa, se relaciona a través de una narración que invita a la piedad y la compasión por el convicto.

Las investigaciones, los procedimientos y el juicio fueron una chapuza, una componenda para contentar y premiar a unos cuantos. Las ilegalidades también se extienden hasta Ecuador, pues Serrano, quien en 2000 ha regresado a su patria, con la complicidad de agentes locales, es secuestrado y expatriado (2002) a Norteamérica, nación donde el número de armas supera al de sus habitantes. De ello se puede inferir que la venta de armas es un gran negocio, que las personas se sienten desprotegidas a pesar de la policía y el aparato judicial y que, desconfiando de la justicia, prefieren la violencia.

Acerca del tema del inocente condenado se han escrito innumerables obras, los Evangelios son solo cuatro muestras. El gran maestro de la injusticia es Dostoievski. Él la sufrió en Siberia y la narró en sus obras. En una de ellas dice: “Recuerda sobre todo, que nadie puede ser juez de nadie. Pues no puede haber en la tierra juez de un criminal antes de que ese propio juez llegue a comprender que él mismo es un criminal como el que tiene delante… Pues de haber sido yo mismo justo, es posible que no existiera el criminal que está ahora de pie en mi presencia” (Los hermanos Karamázov, libro VI). Esta es la gran aventura que nos propone O. Vela al convertirse en defensor del reo que se encuentra en el corredor de la muerte. Y lo logra con maestría e interés en cada página. Busco unas palabras de esperanza para Nelson Serrano. Las hallo en el verso de Edipo en Colono cuando Ismene, la hija, se dirige a su padre: “Los dioses que te hirieron te levantarán de nuevo en alto”.

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