
Todo empezó con una broma. En efecto, Ludvik Jahn le envía a una amiga una postal en la que, burlándose de la propaganda en los países socialistas, que presenta situaciones fantasiosas de felicidad y prosperidad cuando en realidad lo que abundan son privaciones, pobrezas y opresiones, escribe una frase —parodiando a Marx— que le parece inofensiva y graciosa: “El optimismo es el opio de los pueblos”. Pero, con la policía secreta custodiándolo todo, la postal cae en manos de las autoridades. Y la vida cambia para Ludvik Jahn.
Detenido e interrogado, Jahn asegura que sólo quiso hacer un chiste, que no es un contrarrevolucionario ni un enemigo del proletariado y que incluso —por si algo faltara para demostrar su lealtad rotunda— es afiliado al Partido Comunista. Reconoce, además, que su broma fue de mal gusto y promete que nunca más intentará hacerse el chistoso. Pero los agentes, fruncidos y agrios, cierran la discusión con una prueba irrefutable de la traición y la infamia de Jahn: “¡Usted incluso menciona a Trotsky…!”.

El drama de Ludvik Jahn es el argumento de La broma, la novela de Milan Kundera que hizo de él un autor imprescindible, que terminaría huyendo de su país, Checoslovaquia, y refugiándose en Francia. Pero lo que en la ficción le sucedió a Jahn ocurría todos los días en la realidad de los países de la órbita soviética, a los que Leonid Brézhnev controlaba desde Moscú con puño de hierro y métodos estalinistas. Después de su broma ingenua, toda la vida de Jahn se convierte en una broma trágica, de la que no consigue escapar.
Cuando La broma fue publicada, en 1967, un nuevo primer ministro, Alexander Dubcek, había empezado a aplicar —sin preguntarles a los soviéticos— una serie de reformas en busca de un “socialismo con rostro humano”. El asunto no le gustó a Brézhnev, por lo que un año más tarde, en agosto de 1968, medio millón de soldados del Pacto de Varsovia, con 2.300 tanques y 700 aviones, invadieron Checoslovaquia y enfriaron a cañonazos la ‘Primavera de Praga’. Y, como había hecho Ludvik Jahn en su postal, los checos recurrieron a las bromas y a la ironía.
Al día siguiente de la invasión, helicópteros soviéticos arrojaron decenas de miles de panfletos para explicar lo ocurrido: “El régimen socialista, intrínsecamente perfecto, estaba siendo amenazado por unas reformas cuyo objetivo era restaurar el oprobioso sistema capitalista, por lo que fue indispensable esa intervención fraternal y solidaria”. En las horas siguientes, sin que nadie les organizara ni lanzara una consigna, miles de checos se dedicaron a llevar los panfletos a los lugares en los que acampaban los soviéticos: “Queridos camaradas, estos papelitos se les cayeron de su helicóptero…”.


Y es que, hasta el colapso del socialismo y la caída del Muro de Berlín, los pueblos de Europa del Este resistieron la opresión (en la que el aparato de propaganda era un instrumento fundamental) con un humor terco y sutil, a veces negro, hasta convertir los chistes en su mejor válvula de escape.
Alejando Magno, Julio César y Napoleón contemplan un desfile militar en Moscú. “Si yo hubiera tenido los tanques soviéticos habría sido invencible”, comenta Alejandro. “Si yo hubiera tenido los misiles soviéticos habría conquistado el mundo entero”, afirma Julio César. “Si yo hubiera tenido el diario Pravda y la agencia Tass nadie se habría enterado de Waterloo…”, asegura Napoleón.
Brézhnev, que tenía fama de tonto, daba un discurso que debía durar 20 minutos. Pero pasan 30, 40, 50 y sigue hablando. “Es culpa mía —dice uno de sus ayudantes—: por error le di tres copias…”.
Al terminar una reunión con una nutrida delegación de comunistas georgianos, Stalin busca su pipa y no la encuentra. Llama a Lavrenti Beria, el jefe de la policía secreta, y le ordena que averigüe qué pasó con su pipa. Un par de horas más tarde, Stalin la encuentra, confundida entre los papeles de su escritorio. Llama a Beria: “No hagas nada, ya encontré mi pipa”. Y Beria le responde: “Demasiado tarde, porque la mitad de los georgianos murió en el interrogatorio y la otra mitad confesó el robo y fue deportada a Siberia…”.
Después de La broma, Milan Kundera publicó una serie de libros lúcidos y dolorosos, siempre brillantes, cruzados por un humor trágico. Entre ellos están La despedida, La inmortalidad, El libro de la risa y el olvido (por el que el gobierno socialista lo despojó de la nacionalidad checoeslovaca) y, sobre todo, La insoportable levedad del ser, su obra cumbre. Murió hace unas pocas semanas, el 11 de julio de 2023.