La opinión pública… NO son las encuestas

Opinión Pública
Ilustración: Shutterstock.

En política, y más en tiempos de campaña, la opinión pública (OP) es un botín tan ambiguo como recurrente en los discursos de políticos, analistas y comunicadores, quienes al pronunciarla parecen invocar un argumento de peso para el debate, algo así como la personificación de la voluntad popular, la cual no puede ser desoída por los gobernantes —a riesgo de ser tumbados—. Pero por fuera de su innegable importancia y utilidad para dotar de legitimidad a los gobiernos y aspirantes al poder, ¿qué es realmente la OP y cómo podemos analizarla? ¿Puede reducirse a números y porcentajes?

Para los ideólogos de las llamadas encuestas de opinión, OP es la suma de opiniones individuales sobre un determinado tema de interés público. Ya hace cincuenta años, en una breve pero brillante reflexión que se publicó con el título La opinión pública no existe, Bourdieu evidenció cómo estas encuestas se basan en tres falsas premisas que continúan intactas:

  • Existe un consenso sobre cuáles son los temas de interés público.
  • Todas las personas tienen una opinión formada sobre esos temas.
  • Todas las opiniones tienen la misma influencia, peso o valor.

A estas tres fallas genéticas apuntadas por el sociólogo francés, podríamos agregar una falsa promesa que es tan imperceptible como obvia: las opinion polls dicen medir opiniones, cuando en la mayoría de casos no hacen más que medir preferencias entre una serie de opciones que las encuestadoras fijan de acuerdo a sus propios idearios e intereses.

Por el reverso de la moneda de Gallup, el padre de las encuestas de mercado y de opinión en la década del treinta, estamos quienes sostenemos que la OP no es un fenómeno cuantificable, sino más bien discursivo y cualitativo. En esta escuela se inscriben intelectuales de la talla de Habermas y Chomsky, para quienes la OP es la síntesis o el resultado de la deliberación pública y la voluntad colectiva, las que comenzaron a ser fuertemente controladas y manipuladas por los medios de comunicación de masas desde mediados del siglo XX. Otro reputado pensador contemporáneo que adhiere a estas ideas es el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, para quien vivimos en la era de la “infocracia”, un régimen donde la información y su procesamiento por medio de algoritmos e inteligencia artificial determinan, hoy más que nunca, nuestras creencias y actitudes.

En esta mirada, y sin que existan a la fecha definiciones unívocas, una opinión podría entenderse como la manifestación, verbal o no verbal, del conocimiento o preconocimiento que una persona se forma sobre algo o alguien. Entonces, una opinión no es una cifra, sino un conjunto de palabras y acciones que forman relatos y discursos. Lo que hace que esa opinión sea pública es el objeto o sujeto (público) hacia el que está dirigida y también el espacio (de acceso público) en el cual se vierte y se confronta con otras.

Salta a la vista que la OP no puede medirse y mucho menos presentarse a través de encuestas que miden preferencias individuales. En lugar de adorar sus datos, los investigadores, analistas políticos y periodistas tenemos el deber de sumergirnos en las asambleas ciudadanas, en las intervenciones y los debates de autoridades y candidatos, en los relatos de los influencers e incluso en los dimes y diretes que se producen en redes sociales, por pobres que estos sean. También podemos analizar a las mismas opinion polls como instrumentos de control y manipulación o, desde la perspectiva de Han, examinar conscientemente la información viral que consumimos todos los días en nuestros celulares.

No vendamos humo. Vamos al fondo.

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