Román Abramóvich: de huérfano a oligarca millonario

 Román Abramóvich dirigente equipo de fútbol Chelsea.
Fotografía: Alamy Photo Stock.

Román Abramóvich llegó a ser uno de los oligarcas rusos que se apoderaron de las riquezas del país una vez que cayó la URSS. La historia de un tipo sagaz, mano derecha de Putin.

Esta historia refleja el presente de Rusia. La historia de personajes sin principios que, con la venia de Occidente, sirvieron para desmantelar el inconmensurable aparato público de un Estado socialista, como fue la Unión Soviética, en detrimento de la mayoría de la población. De individuos grises devenidos en millonarios, dictadores, reyezuelos. Es la historia del magnate Román Abramóvich, sus amigos, sus secuaces.

A este megamillonario se lo conocía a escala global, fundamentalmente, por haberse adueñado del club de fútbol londinense Chelsea, uno de los más poderosos y populares del Reino Unido y de Europa. Lo compró en 2003 cuando el equipo se ahogaba en deudas y, gracias al capital que había inyectado el exsoldado del Ejército Rojo, pasó a dominar el balompié mundial.

Para llegar a ese privilegiado estatus, Abramóvich transitó por un camino de ilegalidades, contactos poderosos, privilegios y muchísimo dinero de por medio. El judío ruso y con nacionalidades israelí y portuguesa, descendiente de antepasados ucranios, lituanos, bielorrusos y lusos sefardíes, es muy cercano de Vladímir Putin, el político que decidió invadir Ucrania en este 2022 y poner en vilo al mundo.

De raso a privilegiado

La vida del futuro magnate no tenía visos de ser boyante. Nacido en 1966 en el sureste de Rusia, en la ciudad de Sarátov (ubicada a unos ochocientos kilómetros de Moscú), fue uno de los sobrevivientes de familias diezmadas tanto por el autoritarismo soviético como por la invasión alemana nazi en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Su familia paterna residía en Ucrania, de donde debió huir. La materna estaba en Bielorrusia, pero fue forzada a residir en Lituania.

Los padres de Román fueron separados de sus familias en medio de la barbarie que rodeó al conflicto bélico. Irina Vasilievna Abramóvich y Aron Abramóvich Leibovich coincidieron en Sarátov, donde la pareja tuvo un hijo. La mujer falleció cuando el bebé tenía apenas dos años. A los cuatro perdió al padre. Fue criado por sus abuelos. Sin embargo, su niñez y adolescencia son escasamente conocidas. Pasó por la Universidad de Moscú, donde cursó estudios de Ingeniería.

Como joven recluta

Estuvo en el Ejército Rojo durante un breve período, en 1985, pero tampoco encontró su vocación. Muy joven se vinculó con los primeros emprendimientos privados que empezaron a surgir en la desaparecida URSS, considerados ilegales hasta entonces por el Estado. Incentivados por la débil apertura que promovió el entonces presidente y reformador, Mijaíl Gorbachov, la cabeza visible de la Perestroika (cambios políticos y económicos). Abramóvich se empezó a relacionar con los burócratas que pretendían apropiarse del Estado, mientras la era soviética colapsaba.

Laboró irregularmente con bienes raíces en el mercado negro soviético hasta el preciso momento de la reforma de Gorbachov, que le permitió continuar con la compra y venta de repuestos de vehículos y afines. Después invirtió en una fábrica de juguetes de plástico, hasta que llegó a una de las joyas de la corona del régimen soviético, que le permitiría convertirse en un millonario reconocido dentro y, sobre todo, fuera de Rusia: el petróleo.

Desmantelando el Estado

La historia de cómo se desgranó la Unión Soviética está repleta de relatos inverosímiles. Desde la llegada de Gorbachov, existieron miembros del buró del Partido Comunista, además de una suerte de caciques regionales, que planearon repartirse el enorme botín que significaban sus recursos e infraestructura; que devinieron en los famosos oligarcas del enorme país euroasiático, dueños de empresas a cargo de explotar materias primas que lo han convertido en un estratégico proveedor de Occidente.

Un doctor en Matemáticas, Borís Berezovski, devino en alto funcionario del régimen del primer presidente ruso en la era postsoviética, Boris Yeltsin (derrocado años después por una lista enorme de acusaciones de corrupción). Al mismo tiempo tuvo la facilidad para adueñarse del mercado automotor, los principales medios de comunicación y una petrolera.

Mijaíl Jodorkovski, uno de los cuadros más destacados de las Juventudes Comunistas, junto con autoridades del Gosbank, el banco estatal, hizo fortuna al acaparar el mercado interno de productos básicos; años después cayó en desgracia por evasión fiscal, sufrió cárcel y recibió indulto. Fugó a Londres, el paraíso de este estrato social ruso.

Un cacique regional, Vladímir Potanin, se convirtió en el zar del níquel, mientras que Oleg Deripaska, otro exacadémico y militante rojo, en el del aluminio. La lista es selecta y variada, pero ningún miembro ha alcanzado la notoriedad mundial de Abramóvich.

Según el historiador francés Jean-Jacques Marie, experto en temas de la desaparecida URSS y la actual Rusia (que alista la obra Rusia bajo Putin), la nación socialista tenía 205 mil empresas estatales. En 1992 se procedió a privatizar, sin ningún procedimiento público, control o regulación, algo así como 110 000. El zar del fútbol europeo iba a ser uno de los beneficiados.

Con flema británica

Román tenía una serie de lujosas propiedades en la capital inglesa, que se convirtió en una suerte de La Meca para los oligarcas rusos, una vez que adquirieron esa condición y empezaron a hacer negocios en la isla. Tenía un abanico de moradas, pero prefería un apartamento en el edificio de su propiedad, el Chelsea Waterfront, de 37 pisos. Un ático-tríplex, donde hacía su mesa de mando.

Tras la guerra incentivada por su amigo Putin, ese fortín fue confiscado por el Gobierno británico, al igual que propiedades y cuentas valoradas en unos veinte mil millones de dólares. Esto, a causa de su apoyo al gobernante, que decidió encender la mecha de la barbarie en Ucrania. Abramóvich está en aprietos, dejó la ciudad del Támesis y pasó a residir, una vez que empezó el conflicto, en Moscú e Israel, indistintamente. Su ocaso es evidente pero, ¿cómo llegó al balompié?

Román Abramóvich junto a Putin
Román Abramóvich se desempeñó como gobernador de Chukotka en los primeros días de Vladímir Putin como presidente.

Su ingreso a la industria petrolera rusa, a inicios de los noventa, significó una inversión de unos 150 mil millones para hacerse de la empresa Sibneft. Gracias a su cercanía con el millonario Berezovski, mano derecha del presidente Yeltsin debido a que manejaba los medios de comunicación más grandes del país. Abramóvich invirtió y logró modernizar la empresa con la que empezó a explotar los enormes yacimientos rusos.

Y a la vez invertía en múltiples negocios. De esa manera, en 2003, desembolsó 140 millones de euros para hacerse del Chelsea, entonces en crisis, cancelando las deudas más urgentes del equipo. Empezaba la era dorada del equipo del barrio londinense de Fulham de la mano de un ruso, que aportó más de dos mil millones de euros en contratación de talentos durante casi dos décadas.

La inversión se desató para el club. Trajo al portugués José Mourinho, en lo que sería la contratación de una serie de entrenadores de renombre mundial. Luego llegaron el holandés Guus Hiddink, el español Rafael Benítez, el brasileño Luiz Felipe Scolari, los italianos Antonio Conte, Roberto Di Matteo, por citar algunos nombres. Con figuras en la cancha como los ingleses Frank Lampard y John Terry, el senegalés Didier Drogba, los belgas Eden Hazard y Romelu Lukaku, el español Fernando Torres, el checo Petr Cech, entre una constelación de figuras.

El resultado fue la mejor época del equipo: veintiún títulos desde 2003, incluyendo dos ligas de Campeones de Europa, el torneo de fútbol con mayor nivel del planeta. El último gran éxito se dio en 2021, luego de ganar la competición europea (victoria 1-0 en la final, con gol del alemán Kai Havertz, frente al también inglés Manchester City).

Estratega de la política

En el ínterin como dirigente deportivo, Abramóvich vendió Sibneft al Estado ruso, entonces con Putin obstinado en recuperar los recursos naturales del país, en trece mil millones de dólares, es decir, la cifra por la que compró la empresa multiplicada por cien. Sin embargo, sagaz como es, se puso a las órdenes del exagente de la KGB y aceptó ser gobernador de una región lejana en Siberia: Chukotka. Ahí ejerció por dos períodos utilizando como herramienta para ganarse a las masas distintos ejercicios de filantropía que a él le hacían cosquillas.

A diferencia de otros oligarcas que se atrevieron a oponerse a Putin, él le tendió la mano y lo ha defendido permanentemente. El corresponsal de El País en Londres, Rafa de Miguel, señaló en un pódcast en medio de la guerra con Ucrania que es muy posible que haya comprado el Chelsea luego de ponerse de acuerdo con el presidente ruso para lavar la imagen del país a escala internacional.

Como sea, Abramóvich quedó en evidencia hace años para los británicos, ya que lo consideraban una suerte de agente de Moscú, disfrazado de dirigente de fútbol. Le negaron sistemáticamente la nacionalidad hasta que él ya no la quiso. Una serie de asesinatos a opositores y/o oligarcas rusos en Londres, sobre todo a través de envenenamientos, pusieron en la mira a quien fue soldado comunista en su juventud.

Huido del Reino Unido, estuvo incluso en las mesas de paz entre rusos y ucranianos una vez estallada la guerra. Con millones confiscados, se ha visto obligado a bajar de perfil. En medio del poder que tuvo, no daba entrevistas o atemorizaba con procesos judiciales a los periodistas que trataban de investigarlo.

Ahora, sin su equipo de fútbol (cedida a comisarios de la fundación del club, vinculados con capitales estadounidenses y británicos) y visto como cómplice de un Gobierno autoritario, no tiene camino de retorno.

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