
Natalia García Freile
La navaja suiza editores, Madrid, 2019
La autora se suma a la lista de escritoras jóvenes ecuatorianas publicadas en España, pero desde una propuesta literaria muy personal relacionada, acaso, con que García Freile es oriunda de la aún campesina y bucólica Cuenca, cuyos ecos se dejan sentir.
Nuestra piel muerta está habitada por seres del mundo natural, especialmente insectos, pero también animales, flores y plantas, lo que da pie a un despliegue léxico y semántico que los lectores agradecemos, y que corresponde a la voz de un narrador en primera persona, el joven Lucas, una especie de hijo pródigo que ha vuelto en pos de “¿un espejismo, el silencio, una patria?”
El lector encontrará ecos bíblicos, al igual que motivos similares a los de Pedro Páramo, como la convivencia entre vida y muerte, la venganza contra el padre, y, en un registro menos coloquial, reflexiones sobre Dios y el deicidio. La atmósfera descrita corresponde a una vieja mansión rural, por cuyas fisuras se cuelan los mismos insectos que surgen de la carne putrefacta; allí, Lucas vive epifanías y pesadillas, como la lectura de libros iniciáticos, los diálogos con el profesor Erlano, los encuentros amorosos con criadas y nodrizas y la imposibilidad de huir al jardín con la madre.
Se sabe que una obra auténticamente local puede alcanzar la universalidad; uno de los últimos capítulos reproduce los versos del “Carnaval de la vida”, de Julio Jaramillo: “¡Qué carnaval más necio el de la vida!/ Qué consuelo más dulce el de la muerte”, con los que esta novelista a la que deseamos larga obra invoca a cardos, amapolas, moscas, arañas, cigarras, y que tomen dominio sobre todo lo vivo y lo muerto.
(Cecilia Velasco)