
Todas las repúblicas latinoamericanas se parecen, pero entre estos parecidos hay algunos más acentuados; como Guatemala y Ecuador, países de montañas, con fuerte presencia indígena, de volcanes y perfil tropical, productores de banano, con ciudades coloniales, supuestas víctimas de demoledores despojos territoriales…
Pero se pueden enumerar diferencias que cuestionan y hasta invalidan ese parecido, entre las cuales está la violencia saldada en Guatemala con miles de muertos en guerras sucias. En ese escenario se desarrolla Duelo, novela del guatemalteco Eduardo Halfon (1971), de origen judío, que pasó su infancia y adolescencia en Estados Unidos. Esta procedencia establece nuevas coincidencias entre los Estados latinoamericanos: una, la presencia de comunidades hebreas que se han desarrollado con relativa tolerancia; y otra, la gravitación que ejerce “el gran país del norte” sobre las autollamadas “élites”.
No es una autobiografía novelada, sino una novela autobiográfica, distinción importante en estos confusos tiempos de géneros mixtos. Eduardo Halfon, que es un personaje y no el autor de la novela, está obsesionado por la historia de un hermano de su padre llamado Salomón, que se habría ahogado en el gran lago Amatitlán, que ocupa la caldera de un enorme volcán extinguido.
Es un cuerpo de agua sometido a procesos de contaminación acelerados, causados por los desagües de una población de casi medio millón de habitantes. Añádase que se trata del lago más profundo de Centroamérica, para entender la tenebrosa imagen que puede tener para un niño de una acomodada familia que posee una quinta en los alrededores.
Búsqueda de la verdad

Eduardo Halfo escribe Duelo indagando en
su infancia y su familia, como un camino para
aclarar una muerte misteriosa en Guatemala.
El cuerpo azulado de Salomón es una imagen reiterada en la mente de Eduardo, cuyos dos abuelos también llevan ese nombre convertido en un tabú familiar. Ecos de secuestros, de asesinatos, de voladuras de edificios, se perciben en la lejanía.
Ya adulto el personaje se dedica a buscar la verdad, que su padre se niega a revelar e incluso le prohíbe escribir sobre el tema. Que su familia paterna provenga del Líbano y la materna de Polonia añade matices a la narración y se percibe un complejo entramado lingüístico, que incluye el árabe, el yidis y el inglés que trabajosamente aprende en Norteamérica, culturas que contrastan con las indígenas guatemaltecas.
Busca e indaga por las orillas del Amatitlán sobre el caso, conversa con gente de toda laya que le cuenta sobre muchos ahogados en las misteriosas aguas. Penetra en ambientes sórdidos. Al final encontrará la respuesta en motivos recurrentes que se advierten desde el inicio de la narración, no sin mediar una experiencia con los cultos ancestrales de Guatemala, oficiados por una bruja que se llama Ermelinda, un guiño al cómic mexicano más estrafalario y una apelación al realismo mágico que nos recuerda que se trata del país de Miguel Ángel Asturias, celebrado Premio Nobel de Literatura, uno de los creadores de este estilo tan determinante.