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La nostalgia empieza con la radio

Publicada en Revista Mundo Diners en junio de 2017

Iba en un taxi, a 80 kilómetros por hora por la M-30, la autopista que circunvala el centro de Madrid. La Luna, casi perpendicular, iluminaba los grandes, antiguos e históricos edificios de la capital española. Tenía pocos meses de haber llegado de Quito y en la radio sonaba “Reminiscencias”, de JJ. Después se escuchó un vals peruano y, más tarde, la playlist de baladas de los setenta y ochenta que suenan todavía en algunas emisoras del Ecuador. 

Pasaron no sé cuántas canciones, cuando me di cuenta de que viajaba con la cabeza apoyada, de lado, contra la ventana y la mano en la pena, con el paisaje nocturno de la ciudad pasando detrás del cristal.

Señalando a la pantalla de la radio, el conductor empezó el diálogo taxista-cliente con la explicación de que lo que sonaba era una emisora ecuatoriana. Después dijo que se llamaba Ernesto, que llevaba catorce años en España y que uno de sus planes era no volver a Guayaquil, su ciudad natal. Estaba acostumbrado al “estilo de vida español”, al jamón serrano y al vino, a las cuatro estaciones del año y a la calidad de vida que para él era, básicamente, la seguridad que ya no sentía en las calles de Guayaquil y poder comprar tecnología y ropa de marca, un carro propio, educación pública de calidad para sus nietos: “Un nivel de vida, sabes, que con un sueldo de taxista o de conserje en Ecuador no podría tener”. 

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Fotografía: Shutterstock.

Nos despedimos. Pero antes de bajar del taxi, Ernesto me dijo que todas las noches, mientras va en busca de algún cliente, en su carro no se oyen más que radios ecuatorianas y así, de algún modo, vuelve a algún momento de su vida adonde solo puede llevarle una canción pasada de moda.

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Luis Carlos Flores es uno de los locutores más populares de la comunidad ecuatoriana en Madrid. Su programa, Actívate, se trasmite por Ecuashyri Madrid durante toda la mañana, de 07:00 a 14:00, de lunes a viernes, de forma ininterrumpida. 

Empezamos el día tempranito con “chicha, la música que le gusta a la gente”, me dice Luis, en la cabina de Ecuashyri, en la zona industrial del barrio Buenavista. Conversamos mientras conduce su programa, cuando suena alguna canción o en las pausas comerciales. Maneja él mismo la consola de sonido, atiende llamadas telefónicas, mira las redes sociales de la radio y las propias en dos computadoras, revisa el celular, locuta y, a veces, hasta se da tiempo para negociar el precio de una cuña con algún cliente.

De vuelta al micrófono, Luis Carlos bromea durante la mención publicitaria de Ecuapan, una cadena de panaderías ecuatorianas en España: “No se haga el gringo, ¿cuál palanqueta? ¡La barra de pan, ya, como le dicen acá, para que entienda!”.

Después lee un saludo para “los amigos del queridísimo Club MM de Suiza y para su presidente, el presidente del club de los mandarinas”, que escuchan la radio por Internet. E improvisa la mención del “mote con chicharrón de la reconciliación, el mote para los enamorados” que venden en el Fogón de Doña Juanita, un restaurante de comida ecuatoriana. 

Cuando la publicidad termina, el locutor programa en la consola una combinación lacrimógena de yaravíes, sanjuanitos y pasillos. En el segundo bloque, a eso de las 08:00, empieza el “espacio infantil”, con llamadas de adolescentes que le piden reguetón y canciones de moda. Baladas tipo Sandro, Tormenta y Los Iracundos suenan en el tercer espacio, Memorias del corazón. Luego es tiempo de merengue y salsa antigua, un segmento de interpretación de sueños y lectura de tarot con Samanda, el reporte del tráfico de Madrid y entrevistas y llamadas del público.

—Le felicito, Luis Carlitos, por lo que hace —le dice un radioescucha que se identifica al otro lado del teléfono como lojano—, tiene bien merecida su fama en la comunidad ecuatoriana, usted se la ha currado (trabajado).

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En el restaurante Fogón de Doña Juanita, cuatro clientes no le quitan la mirada a la mesa donde Luis espera el almuerzo, después del programa. Llevan overoles salpicados de pintura. Es lunes, cerca de las tres de la tarde. Aun cuando no los conoce, Luis Carlos voltea para saludar, porque intuye que son compatriotas que escuchan la radio. 

A Luis no le acaba de gustar la comida española, así que cuando no come en casa frecuenta restaurantes ecuatorianos. De lunes a viernes, llega antes de las 07:00 de la mañana a la radio, con su propio disco duro en la mano para iniciar el programa. Se encarga también de la venta y la producción de publicidad, por eso en algunas cuñas de Actívate se escucha su voz. Y por eso es escaso el tiempo que puede dedicar a dar entrevistas: en la mañana conduce el programa, en la tarde visita clientes y en la noche graba cuñas en su casa. 

Lo suyo siempre ha sido el marketing, me dice, todavía en el restaurante del “mote con chicharrón de la reconciliación”. En Quito, la ciudad donde nació hace 45 años, se ganaba la vida como vendedor de seguros médicos y de una marca de cervezas y de colas. Además, tenía un trabajo, “que no era realmente un trabajo sino un hobby”, aunque nunca se lo tomó a la ligera: era DJ. 

Cuando tenía diecisiete años, me cuenta, el DJ titular del discomóvil con el que él y sus amigos animaban las fiestas del hotel Savoy Inn, en Quito, faltó a una boda y Luis tuvo que hacerse cargo. Ahí fue cuando se estrenó oficialmente en la consola de sonido y cuando aprendió de animación, a modular su estilo de voz grave, “sin impostarla y logrando una variedad de tonos”, que hoy le sirven para grabar publicidad. 


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En 1998, cuando Luis Carlos Flores tenía veintisiete años, tuvo que animar una fiesta un día después de la muerte de su padre. El contrato con el hotel lo tenía programado desde antes. “Ese día mezclé con el dolor adentro —recuerda—. A veces uno tiene problemas o está mal por algo, pero seguir adelante es parte de ser profesional en cualquier negocio”. 

En diciembre del siguiente año, Luis viajó a España, como otros miles de ecuatorianos, empujado por la crisis económica de 1999, que le dejó sin trabajo. Cuenta que rompió el boleto de regreso después de unos días de haber llegado a Madrid. “Había mucha gente que venía derrotada —dice—, por eso no aguantaba y en poco tiempo regresaba endeudada”.

Trabajó en la construcción, en mudanzas, de cocinero, en el mercado y en el matadero de Madrid. En un concierto de Segundo Rosero, el “papá de la rocola ecuatoriana”, Luis Carlos se hizo pasar por periodista para llegar al escenario de la sala Arena de Madrid. Allí conoció al cantante, a los organizadores y al presentador, que era William Ramírez, el locutor de radio Zaracay, a quien Luis “conocía por su trabajo de DJ en Quito”.

Esa noche, Luis les contó de su experiencia en animación a los organizadores, demostró su carisma para contar cachos y consiguió trabajo con la empresa Producciones Puerto Plata, dedicada a la organización de espectáculos en Europa con grupos de bachata, orquestas de música tropical y cantantes populares ecuatorianos y peruanos.

Luis Carlos Flores se convirtió, entonces, en la voz oficial de esta empresa. Hizo amistad con la gente de las radios que frecuentaba para promocionar conciertos y conoció a los artistas populares ecuatorianos que llegaban a Madrid: Gerardo Morán, Hipatia Balseca, Jaime Enrique y Azucena Aymara, Tierra Canela, entre tantos, con quienes se ha tomado fotos en giras por España, Bélgica e Italia. 

Después de ocho años en la organización de espectáculos, Luis Carlos Flores tuvo su primer programa, Zona Latina, en la radio española Pueblo Nuevo, donde trabajó cuatro años. Estuvo otros seis años en Ecuatoriana FM, la primera emisora ecuatoriana en Madrid, que lleva doce años al aire. Y en diciembre de 2015, firmó contrato con Ecuashyri Madrid, donde conduce Actívate durante toda la mañana, de lunes a viernes.

Cuando Luis Carlos emigró desde Quito, hace dieciocho años, no le gustaba la música popular ecuatoriana, me cuenta en tono infidente. Después de tanto tiempo uno le coge cariño, argumenta, y se permite una reflexión que dice haberle escuchado a un español durante una fiesta:

—“Los ecuatorianos pueden bailar, cantar y llorar con la misma canción”. No es en vano —añade él a la frase— que el himno de nuestros migrantes sea Collar de lágrimas, pero no la versión triste, sino la que se baila.

El ecuatoriano puede ser sentimental y al mismo tiempo dicharachero.

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En España, un país de 46 millones de habitantes, los ecuatorianos son el cuarto grupo de inmigrantes más grande (alrededor de 158 mil empadronados), superado solo por los marroquíes (755 mil), los rumanos (717 mil) y los británicos (256 mil), según datos del Instituto Nacional de Estadística de 2016. 

Por eso en distritos madrileños con alta concentración de inmigrantes, como Ciudad Lineal, no es raro encontrarse con restaurantes y peluquerías, tiendas, panaderías y todo tipo de negocios ecuatorianos, que son los principales anunciantes de Ecuashyri Madrid, “la cadena amarillo, azul y rojo”. 

Samanda, la tarotista e intérprete de sueños de Ecuashyri Madrid, es también la propietaria de la radio. Su nombre verdadero es Mariela Torres, es colombiana y ama “tanto a los ecuatorianos —según me dice en su estudio terapéutico y de lectura de tarot, en Atocha— que hasta me casé con uno”, Marcelo Cruz, un quiteño, administrador de empresas, devoto de la Virgen del Cisne, que vive hace doce años en España. 

Lo que hoy es Ecuashyri Madrid, me explica la pareja, empezó como Activa Europa, cuando Samanda compró la frecuencia 103.7, en 2005, y la programación estaba dirigida a la comunidad colombiana. Luego, ya emparejada con Marcelo, le cambiaron el nombre a Bacanísima, “porque el nombre funcionaba bien para ecuatorianos y colombianos”. Al ver mayor acogida de la comunidad ecuatoriana, le pusieron Ecuador Stereo, pero ese nombre ya estaba registrado en España y debían cambiarlo. Así que, el 17 de diciembre de 2015, decidieron ponerle Ecuashyri Madrid, usando la marca de la conocida radio quiteña, pero sin mantener relación comercial, pues “cada una se maneja de forma independiente”.

Ecuashyri Madrid, como otras tantas radios latinas en España, funciona de manera “alegal”, me dice Marcelo Cruz, esta vez en su restaurante, en el centro comercial Alcalá Norte. Es decir, funciona sin el permiso de las autoridades de España, pero “esperando el cambio de la radio analógica a la digital, que es cuando se reasignará la concesión de frecuencias”, para legalizarle. Mientras eso ocurre, dice, seguirán transmitiendo en sus dos diales: 103.7 y 97.0, para llegar a toda la comunidad de Madrid.

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