
Los nombres, como cualquier otra cosa, tienen sus momentos de alta y baja popularidad. Es más, hay décadas enteras durante las cuales parecen desaparecer y otras en las que vuelven con furia. Aquí una explicación del fenómeno, al menos en el Ecuador.
Es un hecho: en el Ecuador es extremadamente raro conocer a alguien llamado Bryan que tenga más de cuarenta años, el nombre se puso de moda recién en la década de los noventa. Y aunque Rosa haya sido históricamente el segundo nombre de mujer más popular del país (después de María), hoy ya casi no se usa: apenas se inscribieron 150 niñas con ese nombre en 2020. A través de los siglos, en cambio, Santiago va ganando popularidad entre madres y padres a la hora de elegir un nombre para sus hijos (alcanzó su récord en 2019 con 1519 inscripciones). Otro dato: las dos primeras bebés llamadas Daenerys nacieron en 2013, y hoy existen en nuestro país 350 pequeñas llamadas así en honor —obviamente— a la Madre de Dragones, Rompedora de Cadenas, Señora de los Siete Reinos y heroína de la famosísima serie Juego de tronos de HBO (también hay 65 Khaleesis, en referencia a su título como reina de los Dothraki).
Estas son algunas de las conclusiones a las que uno puede llegar usando la aplicación Nombres y apellidos del Ecuador del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), que permite ingresar un nombre y saber cuántas personas han sido inscritas de esa forma desde 1800 en territorios que hoy son nuestro país, con base en información del Registro Civil.
¿No les pasa que a veces la vida se parece a una película donde un guionista ha decidido con cuidado cómo llamar a cada personaje, según el papel que cumple en el relato?, ¿como cuando esa persona que te ayuda se llama Ángel o Ángela? Así, una Sofía suele dar buenos consejos; Arturo o Alejandra son siempre líderes; un Adolfo no termina de dar confianza.
Hay personas a las que, por otro lado, simplemente no les queda bien el nombre. Y quienes nunca se identificaron con el que les dieron y usan otro, o prefieren un apodo.
Dicen que cuando te ponen un nombre también te asignan un destino. Un nombre es un don, algo que nos es dado. En inglés dicen given name para diferenciarlo del apellido. Hay todo un sistema, una dinámica de significados, tradiciones, modas y deseos que determina que nos llamemos justamente así. Existen estudios y teorías que afirman que algunos, por su resonancia o peculiaridad, influyen en nuestra personalidad, nos predisponen al éxito, a los conflictos, a la notoriedad e incluso a la delincuencia. Que la mayoría de las veces conviene usar un nombre común. Que cuando lo heredamos de un antepasado, en el entorno familiar inconscientemente nos transmiten la expectativa de que nos parezcamos, y eso puede generar frustraciones.
El tema es complejo, se inscribe en el antiguo y eterno debate sobre la predestinación y el libre albedrío, y no lo vamos a resolver aquí.
Lo que sí podemos hacer, gracias a esta simpática herramienta del INEC, es tratar de descubrir, a través de los números, cómo se relacionan nuestras historias —la familiar y la del mundo— con la forma en que nos llamaron.
En estadística se dice moda al valor con mayor frecuencia en una distribución de datos, y eso es lo primero que vemos cuando curioseamos en esta aplicación: un gráfico de línea según el período que elijamos. El ciclo de vida de un nombre. Una especie de montaña con picos y depresiones. La onda de un sonido, que aparece y continúa con sus ataques, mesetas y caídas. Así podemos saber cuándo un nombre se puso de moda. En la página también aparecen los diez nombres más comunes de hombre o de mujer —según haya sido la búsqueda— y la posibilidad de conocer los datos por provincias.
En un país tradicionalmente cristiano no sorprende que María y José sean los nombres más frecuentes en el total histórico. Todos tenemos un abuelo, tío o primo Pepe, y una amiga que se llama como la Virgen.
Hay más de un millón de Josés en los archivos del Registro Civil. Hasta 2007 se inscribían en el Ecuador varios miles de chicos al año con ese nombre (su punto de moda máximo fue 1985, con 8736), pero de ahí la pendiente baja: en 2020 fueron solo 1657. El segundo nombre histórico más común para un hombre ecuatoriano es Luis, con medio millón, le siguen Carlos, Juan, Jorge, Ángel, Segundo, Manuel, Víctor y Pedro. Pero todos descienden algo cada año, y hay uno de ellos que tiende a extinguirse, el número siete de este top ten: Segundo, que tuvo su moda máxima en 1966 con 3120 niños inscritos, pero en 2020 solo hubo veinticuatro. En 2020 Luis fue el primer nombre más inscrito y José el segundo, siguen en la lista Carlos y Juan, pero ahora Kevin reemplaza a Jorge; siguen Anthony, Erick y Ángel (que desciende del cuarto al octavo puesto), y cierran el recuento de los diez más populares Dylan y Bryan.
Nuevas personas con nombres nuevos: antes de 1949 —por ejemplo— no existían los Bryans en el país, y para 1975 había menos de cincuenta veinteañeros con ese nombre, su popularidad explotó en los noventa y hoy hay más de 63 000. Jonathan agarró fuerza en los ochenta y hoy hay 75 583. Existen menos Santiagos (40 036) pero es interesante ver cómo siendo un nombre antiguo su curva ha crecido constantemente. No pasa de moda.
Con 987 584 mujeres llamadas así en la historia del Registro Civil, María lidera la lista histórica de los nombres de mujer, y también lo fue en 2020. No como Rosa, que tuvo su pico en 1969, cuando Sandro y sus caderas eran la sensación latinoamericana: hoy las chicas del boom Rosa Rosa tienen alrededor de cincuenta, y en 2020 solo 150 niñas fueron llamadas como la flor. El tercer nombre más común que se les ha dado a las mujeres ecuatorianas es Ana, que estuvo de moda a fines de los ochenta y mediados de los noventa, le siguen en el histórico Carmen, Diana, Blanca, Martha, Jessica, Andrea y Luz. En cambio en 2020 los nombres más populares después de María fueron Emily, Génesis, Danna, Doménica, Daniela, Ana (que baja al séptimo), Camila, Melany y Evelyn en décimo lugar.
Un nombre de moda reciente es Mía: en 2000 había solo cuatro, y en 2010 se inscribieron 520, la curva explotó en la última década: su pico fue en 2019 y hasta 2020 hay un total de 18 274 niñas con ese nombre. ¿De dónde salió? (Nop, no es por Mia Khalifa). Muy probablemente es por Mia Rose, la artista luso-británica que en 2009, gracias a YouTube, alcanzó fama mundial pateando el tablero de la industria. Es fácil imaginar a una joven madre otorgando a su niña el nombre de la adolescente que consiguió el éxito con una cámara barata y un gran talento. Así como pasó décadas atrás con Diana: en 1980 había menos de mil niñas con ese nombre y al año siguiente, cuando Lady Di se casó con el príncipe Carlos, en lo que los medios llamaron “la boda de un cuento de hadas”, el número se duplicó. Llegando a su moda máxima en 1986, con 4880 Dianas ecuatorianas, el año siguiente al de su famosa visita a Estados Unidos, donde se reunió con Reagan y bailó con John Travolta.

También se encuentran cosas raras. A quince varones ecuatorianos sus padres los nombraron Dios. El primero nació en 1926, y el último en 2015. Mucho más comunes son las Diosas. Desde que anotaron a la primera niña con ese nombre en 1900, hasta hoy existen en el país 338; y casi la mitad de ellas nació en Manabí, casualmente la provincia con la fama de tener las mujeres más guapas. En los ochenta se puede descubrir otro boom, prácticamente todos los años nacía una niña Diosa, la más joven hoy debe tener cinco o seis años.
Sé lo que están pensando. ¿Existe el Diablo ecuatoriano? Pues, al menos oficialmente, no. Si uno se atreve a teclear la palabra en la aplicación del INEC se despliegan dos pantallitas rojas que te dicen: “No existen resultados para este criterio: DIABLO”, pero enseguida desaparecen, y la imagen del buscador se sigue moviendo y te pide que esperes, eternamente.

Entre las más famosas de la historia está la que fuera primera mujer del Príncipe Carlos de Inglaterra, Diana Spencer, mucho más conocida como Lady Di o Princesa Diana (1961-1997).
También sucede con la política: Jaime no es uno de los más comunes, pero tuvo su moda más alta entre 1979 y 1981, con un promedio de 1500 niños cada año, un récord seguramente relacionado al índice de aprobación del candidato Roldós, a quien los ecuatorianos eligieron como presidente después de la dictadura. Veamos qué pasa con el inusual Lenín (apodo del primer máximo dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En los años veinte y treinta se los contaba con los dedos de la mano, pero fue creciendo en preferencia poco a poco, seguramente entre padres de izquierda o que nombraban así a sus hijos en recuerdo de algún familiar. En 1997 se registraron 336 Lenines, pero diez años después la cifra casi se duplica, llegando a su pico máximo con 752 inscripciones: esto pasa en 2007, cuando el expresidente Lenín Moreno iniciaba su primer período en el Poder Ejecutivo como vicepresidente. La moda pasó rápidamente, en 2020 solo a veintiún niños los inscribieron con ese nombre.
Nuestros nombres propios son como palabras mágicas, un sonido que nos hará voltear la cabeza, salir de un sueño, perder la concentración, sonreír, enojarnos o temer. Pero qué sería de una persona sin su nombre.
¿Te gusta el tuyo, cómo lo llevas?
¿Sabes qué significa o por qué te lo pusieron?
¿Piensas que, si tus padres te hubieran dado otro, serías una persona diferente?
¿Está de moda el que les diste o piensas darles a tus hijos?
Cambiarse de nombre es superfácil en el Ecuador, cuesta apenas diez dólares, y toma pocos días, pero solo puede hacerse una vez en la vida. ¿Lo harías?
Un dato final para acceder a la aplicación del INEC: no acepta ingresar tildes; si lo haces, se cuelga el sistema, como si preguntaras por el diablo.