¿Escogería no nacer?

Nacer

Cuando escucho a las personas que luchan en contra del aborto, a favor de la vida del no nato, me asaltan dudas perturbadoras. ¿Qué será de la vida real del niño que está en el vientre y cuya madre se debate entre parirlo o no? Si la vida de por sí es complicada, ¿cómo será la de un niño no deseado por su madre? ¿Qué será de la existencia de una criatura que tiene todas las condiciones en contra?

Sé que lo que estoy escribiendo hoy resultará escandaloso para algunos de ustedes, pero yo les pregunto sin ambages: ¿será que realmente ese niño quiere nacer? ¿Es defender su vida el mejor favor que le podemos hacer? ¿Estamos seguros de que él, ella, nosotros mismos hubiéramos dado un sí categórico a la vida, si es que alguien nos hubiera preguntado si queríamos existir? Sabiendo lo que sabemos, ¿cheque en blanco?, ¿están seguros?

Hemos construido la idea de la vida como un valor y libertad máximos. Pero si lo pensamos con un poco más de detenimiento, la vida, nuestra vida y la de toda la humanidad, no surge de un acto de libre albedrío, pues fuimos condenados a ella, lanzados a la existencia, por decirlo de algún modo. Nadie pidió nuestro consentimiento.

Hace unos días leía la carta de despedida de Carlos Alberto Montaner, personaje por quien no tenía especial simpatía, pero que con su eutanasia me convenció de la verdadera lucha por la libertad. Decía lo siguiente:

“Cuando usted lea este artículo yo estaré muerto… Vivir es un derecho, no una obligación… Cumplo mi deseo de morir en Madrid, la ciudad que amo y en la que he compartido tanto junto a Linda, mi adorada mujer, en las duras y en las maduras. Lo hago gozando todavía de la capacidad de expresar mi voluntad de ejercer mi derecho a finalizar mi vida de una forma libre y digna de acuerdo a mis creencias”.

Si bien el debate sobre la eutanasia es otro, créanme cuando les digo que no soy la primera persona en cuestionarse estos temas. De hecho, existe un movimiento de filósofos contemporáneos que se agrupan dentro del “antinatalismo”.

David Benatar, prominente pensador de esta corriente, cree, así de brutal y directo, que la calidad incluso de las mejores vidas es muy mala y considerablemente peor de lo que la mayoría de la gente admite, pues el placer y la felicidad jamás llegan a compensar el dolor existencial. Piensa que, aunque es demasiado tarde para evitar nuestra propia existencia, no lo es para evitar la existencia de futuras personas.

Para muchos seres humanos el amor, la belleza, el asombro compensan el sufrimiento. A esto, Benatar responde que el dolor es mucho peor que lo bueno que es el placer. El dolor dura más tiempo: “Existe el dolor crónico, pero no existe el placer crónico”.

La existencia humana es bella y atroz, tanto así, que vale la pena volver a la pregunta inicial: sabiendo lo que sabe, ¿escogería nacer?

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