Por Milagros Aguirre.
Fotografías: Rodolfo Párraga y Cortesía.
Edición 411 – agosto 2016,
Manta, 1988. Playita Mía, puestas de sol y… teatro. Trilogía perfecta. El ahora emblemático teatro Chusig abría el telón para el I Festival Internacional de Teatro de Manta. La Universidad Laica de Manabí hacía realidad la apuesta del grupo La Trinchera, el anfitrión. Una fiesta en todo su rigor: máscaras, actores, funciones para grandes y chicos, clowns, mimos, bailarines, trajes y vestuarios, maquillajes, invitados de distintos países, propuestas escénicas de otras latitudes.
Por supuesto, también diversión tras bambalinas: encuentros, risas, conversaciones altamente filosóficas, bailes, comidas colectivas, prensa cultural ávida de información y amplias páginas culturales de los diarios de entonces, dispuestas a seguir, paso a paso, los pormenores del festival que se realizaba en Manta, ciudad que lame el mar, arropados por la brisa y por el calor de su gente, de su público fiel y de los aplausos. En definitiva: una gozada de inicio a fin.
El Festival Internacional de Teatro va a cumplir sus tres décadas gracias a la constancia de romper piedras de Nixon García, Rocío Reyes y quienes conforman el grupo de teatro La Trinchera.
El grupo tiene su fecha de nacimiento en los ochenta. 1982, para ser exactos, desde las aulas del Colegio Nacional 5 de Junio. Un maestro, Bolívar Andrade Arévalo, conformaba un grupo de teatro joven. Un año más tarde, en el 83, los sobrevivientes del grupo de teatro colegial se independizan, salen de la pequeña ciudad costera y viajan a Quito a recibir capacitación en temas de teatro con el apoyo del departamento de Difusión Cultural del Banco Central, cuyo mecenazgo y empuje a la actividad cultural en los años ochenta aún se recuerda.
Los integrantes de La Trinchera convierten al teatro en su forma de vida. Se mantienen de él, viven de él, se alimentan de él cada día. Poco a poco, hacen del teatro la trinchera de una batalla peculiar y quijotesca: la de la cultura. Y se convierten en los protagonistas de un tesonero trabajo de gestión y promoción cultural.
Hoy, La Trinchera es una fundación cultural, con teatro propio, con actividad cultural permanente y con una oferta de eventos, talleres, encuentros. Nixon García, desde la misma Trinchera de siempre, es decir, desde la convicción profunda de que las artes son una herramienta para el desarrollo, para la convivencia, para el crecimiento de un pueblo, hace un repaso de los festivales y habla de este, que se hará no solo pese al terremoto de abril sino, a propósito de él, porque la función debe continuar y porque esta vez se hará justamente por y para los damnificados y albergados de Manabí: hay que alimentar no solo al cuerpo, sino también al espíritu, dice el Nixon García de siempre, convencido de que no se celebra un año más de festival sino un año más de encuentro fraterno y solidario a través de las artes escénicas.
—Manta fue seriamente afectada por el sismo de abril. ¿La función debe continuar?
—No solo que la función debe continuar sino que este festival será diferente y especial, pues se realizará no solo en el teatro sino en los albergues y para los damnificados. Esa es la misión de esta edición pues debemos estar solidarios y apoyar a la gente que, además de sus necesidades básicas, necesita alimentar su espíritu.
—Sin ponernos dramáticos pero… ¿algo en común entre los terremotos y el teatro?
—(Risas). Sí. Bastante. Es una de las artes más sísmicas… Porque siempre estamos moviéndonos, desde que tengo uso de razón teatral, siempre hay incertidumbre de lo que en el campo del festival podemos hacer, con cuánto podemos contar, si el público asistirá a la programación… Nos estamos moviendo siempre. Nos mueve el deseo de seguir haciendo cosas. Sí… el teatro es una actividad sísmica. Estamos en constante movimiento.
—¿Y temblando en cada función por conseguir público?
—También… sobre todo ahora que tenemos nuestra propia sala, que no está terminada pero que nos ha costado mucho que haya llegado hasta ahí. Mantener una programación es complejo. Y, a pesar de los treinta años, no aprendemos a tener una convocatoria que garantice una función estable.

—¿Qué les falta? ¿Cómo va La Trinchera?
—Ahora que estamos envejeciendo en la actividad teatral quisiéramos dedicar el tiempo que le dedicábamos al teatro hace quince años. No se puede. Rocío y yo somos docentes, eso nos ha desplazado un poco el tiempo que le dedicamos al teatro. Con las limitaciones de tiempo igual procuramos no perder de vista nuestro objetivo de vida y buscar maneras de estar más allá del escenario. No se trata de hacer presentaciones permanentes, es estar viviendo en el oficio teatral, desde la producción, organización, práctica escénica, docencia… Todo ese engranaje que es el oficio demanda tiempo y a veces no contamos con el mismo tiempo…
—¡Qué alegría escuchar que falta tiempo y no que falta plata! ¡Ahora que todo el mundo se queja de que falta plata!
—Creo que esto es lo que menos falta hace… digamos que a la larga la falta de dinero personal nos obliga a hacer otros trabajos, pero creo que la preocupación va más allá de dinero y que lo principal son las ideas… a la final, la plata llega, pero es lo último de lo que hay que preocuparse.
—Entonces, ¿sí se puede vivir del teatro?
—La verdad que sí… se puede vivir para el teatro, en el teatro y con el teatro.
—¿Cómo les va con la sala de teatro La Trinchera?
—El teatro empezó a construirse hace seis años y ya está generando actividades. En los festivales se ocupa la sala y ahora, por obra y gracia del terremoto, resulta que el teatro Chusig, que es donde siempre se ha hecho el Festival Internacional de Teatro, se ha visto afectado, se cayó el techo y está inutilizable. Eso significa que la programación dentro de la sala va a ser en La Trinchera, además de lo que va a haber al aire libre y en los albergues. La sala funciona. Es un espacio que cada vez está más requerido por la comunidad, ahora están viniendo a nuestra sala. De alguna manera estamos multiplicando la actividad que en La Trinchera debemos realizar.
—¿Qué ha quedado en tu memoria de los primeros festivales?
—Tengo en mi memoria imágenes, encuentros, experiencias de obras, recuerdos curiosos… guardo imágenes de los encuentros informales que hacíamos en la Playita Mía, fuera del hotel Las Rocas, que se ha derrumbado y va a ser demolido también por el terremoto; la gente que venía de muchas provincias, ciudades, a ver y participar. Armaban sus carpas en la playa y llegaban al teatro de cualquier manera. Tengo en mi memoria los encuentros y las comidas comunitarias pues teníamos pocos recursos, pero comíamos todos. Recuerdo las familias que llegaban con sus niños en brazos, los gritos y llantos de los niños en medio de la función… digamos que le daban ese toque de irreverencia a cada función y le quitaban la solemnidad.

Convocábamos a los primeros festivales con un equipo de perifoneo invitando a la comunidad como cuando llega el circo. Recuerdo cuando invitamos a un grupo de teatro de Colombia y la invitación la hicimos a través de un telegrama, ¡imagina!, ¡no había ni fax sino telegrama! Fue toda una odisea… fui a enviar un telegrama… y a esperar que me contesten. En esas primeras experiencias recuerdo que la programación se hacía en una máquina de escribir vieja. El teatro Chusig estaba en adecuaciones, era un poco caliente porque no tenía sistema de enfriamiento. Hicimos, recuerdo, unos tachos de luz artesanales pues no teníamos la tecnología. Recuerdo también al grupo colombiano La Candelaria: tuvimos que hacer malabares para lograr un efecto que atravesaba la platea y llegaba al escenario y, con una cuerda desplazamos a una muñeca que atravesaba la escena iluminada por unos foquitos de 100 voltios. Acudíamos a todo tipo de inventivas para resolver las exigencias técnicas de entonces.
Teníamos recursos de la Universidad Eloy Alfaro de Manabí y de Difusión Cultural, con apoyo de Panchito Aguirre desde 1988-1991. Me acuerdo de la inauguración del teatro Chusig, con la Asociación de Trabajadores de Teatro (ATT). Organizamos una caravana nacional de teatro en el 85. Esa, fue, digamos, la gran inauguración del teatro en Manta.
—¿Y ahora como convocan? ¿Hay público seguro?
—Ahora hay otros mecanismos. Era curioso lo del perifoneo pero hoy hay otras facilidades: redes sociales, prensa, televisión… el público ya sabe del festival, mucha gente pregunta, hay una expectativa que nos ayuda en la convocatoria y se facilita la concurrencia del público. ¿Público seguro? Eso siempre es una sorpresa…

—¿Qué balance haces de las propuestas del teatro ecuatoriano en estos treinta años?
—En estas últimas tres décadas mi visión puede ser muy subjetiva. Creo que es un teatro que se lanzó de lleno a la experimentación de cualquier manera, la experimentación y las corrientes brechtianas o grotovskianas. Todo esto nos lanzó a experimentar y a explorar lo que entendíamos y percibíamos y traducíamos de estas corrientes.
Luego hubo una preocupación por hablar de nosotros como país, desde lo político y social y nos enfrascamos y nos dedicamos a escribir y a actuar desde la preocupación nacional. Hubo también una necesidad de hablar a partir de la memoria, individual, social, política. Estas búsquedas permanentes nos han ayudado a generar un tipo de teatro con cierta identidad que ha producido obras contemporáneas muy importantes.
—¿A saber?
—Mencionaría, en esa línea de la experimentación, por ejemplo, a Malayerba y el teatro de Arístides Vargas como un referente que ha dado sus frutos a nivel local. Ha tenido mucha influencia sobre otros grupos y otras generaciones.
—El teatro ecuatoriano es un teatro de grupos o de individuos?
—Yo creo que de teatristas completos… encargados de la escritura, de la dirección, actuación, de la producción. Creo que aún tenemos un movimiento teatral que se sustenta en el trabajo de grupo que felizmente aún perdura, hemos defendido una manera de hacer teatro desde el grupo y no hemos sucumbido al teatro de la mayoría de países que persisten en cuanto a un teatro independiente circunstancial y por encargo.
—¿Pero sigue siendo experimental o es un teatro tradicional?
—Hay de todo, veo en los últimos años que hay propósitos de generar unas formas teatrales no convencionales, que no tienen que estar en una sala de teatro o aire libre… pasadizos, casas privadas, museos, calles; también se está realizando acá, movidos por la carencia de espacios adecuados. No es lo mismo hacer en un teatro y en un escenario que en una casa… estas nuevas formas de experimentación que se están dando y me atrevería a decir que a partir de los ochenta hay un rompimiento de las formas teatrales de los años sesenta. Por otro lado, he visto que el teatro comercial va ganando espacios, está bien, y hay la necesidad del público de asistir. Eso merece un análisis sociológico o antropológico, pero el teatro experimental está con menos público.

—¿Será que la gente cuando va al teatro quiere divertirse y no quiere pensar mucho?, ¿no son suficientes los problemas del día a día?
—Puede ser… es una de las interpretaciones pero este tema merece otro análisis, como digo, sociológico o antropológico. El teatro cultural tiene también formas de divertir, hay comedias de muy buen nivel. Y hay aquellas obras que están en los centros comerciales que pueden ser muy frívolas. En nuestro caso en Manta no hay ese tipo de oferta y el público se guía por la batuta que marca La Trinchera.
—¿O sea que no tienen competencia?
—Para mal o para bien, en Manta no hemos tenido competencia. Nos hemos mantenido vigentes y en la misma línea. Hay cómicos, sobre todo de Guayaquil, que trabajan más en televisión y que se presentan esporádicamente en otros escenarios en Manta, en hoteles y lugares de convenciones o clubes.
—¿Has tenido ganas de botar la toalla?
—No. Realmente no. La toalla cada vez está más empapada de nuestro sudor escénico pero siempre he dicho que para mí el teatro es una cosa de terquedad vivencial. Nos hemos acostumbrado a esto. Nos aburriríamos si no tuviéramos la vida en el teatro.
—¿Cómo ves el teatro latinoamericano?
—El teatro latinoamericano sigue teniendo un fuerte referente en sus agrupaciones emblemáticas como La Candelaria de Colombia, El Teatro de los Andes de Bolivia, Yuyachkani de Perú, Malayerba del Ecuador, Pero también se están abriendo espacios muy importantes una nueva generación de teatristas como la compañía El Complot de Uruguay, que tiene en Gabriel Calderón a una de las representativas figuras de la dramaturgia de ese país y del continente. Argentina también propone una excelente generación de teatristas como Claudio Torcachil, de la compañía Timbre 4; Rafael Spregelburd; Ricardo Bartis, del Sportivo Teatral, entre otros. En Colombia existe también una muy buena generación contemporánea, para citar solo un ejemplo nombraría a la agrupación La Maldita Vanidad. En Perú se destaca la joven dramaturga y directora Mariana de Althaus.
Estos son unos pocos ejemplos del teatro latinoamericano contemporáneo.
Adelanto de lo que va a ser el festival
El XXIX Festival Internacional de Teatro de Manta se realizará del 8 al 16 de septiembre de este año. Por las dificultades económicas que hemos tenido especialmente este año y que nos obligan a trabajar con el 60% menos del presupuesto del año anterior; aún estamos armando la programación. A nivel internacional tenemos confirmado la participación de la obra La sangre de los árboles, una excelente producción teatral que involucra a creadores de tres países: Uruguay, Chile y Argentina. También estará la compañía Albadulake de España. Esperamos confirmar en los próximos días otras agrupaciones de Argentina, Colombia y Nicaragua. La participación ecuatoriana se confirmará en este mes de julio, aunque existen dos o tres agrupaciones prácticamente definidas.
Es importante señalar que la programación será llevada en un gran porcentaje a los albergues y refugios de damnificados, no solo de Manta sino también de otros cantones y pueblos de Manabí. Por ello, a la hora de confirmar a los grupos participantes, debemos considerar la facilidad que tengan sus obras para presentarse en espacios no convencionales y al aire libre.
—¿De qué está hablando el teatro latinoamericano y, en particular, el teatro ecuatoriano?
—La riqueza temática del teatro latinoamericano es inagotable. Por un lado, grupos emblemáticos de Latinoamérica siguen hablando escénicamente de los problemas políticos y sociales de nuestro continente, con sus lenguajes característicos y consecuentes con una tradición teatral identificada por décadas. Por otro lado, una corriente teatral más reciente propone búsquedas que intentan romper varias estructuras convencionales en la relación actor-espectador. Búsquedas que van desde lo espacial a través del uso de lugares parateatrales como casas, museos, etc. He notado en varios países el recurso del melodrama porque seguramente encaja en las indagaciones escénicas contemporáneas.
El teatro ecuatoriano continúa hablando, en gran medida, de temas políticos, sociales y culturales. Sigue escarbando la memoria de un país que se sigue buscando a sí mismo. Quizá no con los lenguajes de las décadas de los ochenta o noventa, pero sí con las mismas preocupaciones.
—¿No hay una estampida de actores al cine que, además, es incipiente en el país, pero en el que se ha invertido mucho recurso público?
—Considero muy válido e importante que el cine ecuatoriano haya crecido en esta última década. Sus gestores han logrado canalizar recursos públicos importantes y juntarse hacia objetivos de creación que en algún momento serán evaluados. Pero no creo que la creciente producción cinematográfica haya acaparado a los actores de teatro. Más allá de que algunos actores y actrices hayan participado en producciones cinematográficas, la mayoría de ellos han vuelto a su oficio teatral porque, además, la industria cinematográfica no ofrece una continuidad laboral, ya que está supeditada a la consecución de recursos, sobre todo públicos.
—Hablando de la cosa pública… hay división entre los artistas y ahora hay algunos artistas, digamos, oficiales. ¿No ves peligro para los artistas ecuatorianos, para los actores fundamentalmente, apegarse al poder por falta de recursos?
—Me apena que algunos colegas, artistas y programadores caigan en la trampa de la oficialidad. Esto, más que dividir al sector, provoca una identificación circunstancial de quienes pretenden tomar un atajo en su camino como artistas y gestores. La oficialidad se puede convertir en una camisa de fuerza para la libertad creadora, porque el artista estará a expensas del poder de turno.
El proyecto de la Ley de Cultura propone la creación de las compañías de danza y teatro. Bueno, la Cía. de Danza existe desde hace algún tiempo. Más allá de que el Estado propugne la existencia de artistas oficiales o festivales oficiales como el de teatro que está previsto realizarse en la ciudad de Loja, opciones válidas para un determinado sector; considero que estas agrupaciones o eventos oficiales no representan la realidad artística de un país. Por ejemplo, el Festival Internacional de Teatro de Manta está próximo a cumplir tres décadas, mientras que el Ministerio de Cultura no tiene ni una década. A cuál de los dos creer a la hora de valorar o hacer un diagnóstico de las artes escénicas del Ecuador. En definitiva, considero que la historia cultural o artística de un país no se escribe desde la oficialidad.
—¿El teatro ecuatoriano es consecuente? ¿La Trinchera, en particular? ¿Han tenido apoyo de instituciones oficiales?
—Considero que el teatro ecuatoriano es consecuente con su momento histórico y artístico. Existe respeto y solidaridad entre los teatristas. Existen también rasgos identitarios relacionados con nuestra historia, con nuestros referentes culturales y sociales. Entre las consecuentes diferencias, encontramos muchas cosas e ideales comunes.
La Trinchera ha procurado en toda su vida artística ser consecuente con sus objetivos artísticos, sociales y culturales. Desde el inicio nos propusimos hacer un teatro consecuente con nuestra herencia cultural, nuestras convicciones políticas y nuestra identidad social. En el camino hemos ido aprendiendo algo del oficio y estructurando nuestra tradición teatral, gracias a las enseñanzas de teatristas y maestros como Luis Martínez, José Morán, Christoph Bauman, Támara Navas, María Escudero y sobre todo de Arístides Vargas y Charo Francés, quienes nos han guiado por casi tres décadas.
Reconocemos desde siempre a dos instituciones públicas que han sido fundamentales en nuestra vigencia teatral. La Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (Uleam) que desde su creación, hace treinta años, nos ha brindado su apoyo para crear nuestras obras, capacitarnos y difundir a nivel nacional e internacional nuestra actividad. La Uleam ha sido también pilar fundamental para crear y mantener vigente el Festival Internacional de Teatro de Manta, gracias a la gestión de su exrector Medardo Mora Solórzano y de su director de Cultura, el recordado Horacio Hidrovo Peñaherrera. De la misma manera, valoramos en gran medida el aporte del departamento, luego gerencia, de Difusión Cultural del Banco Central. Esta institución realizó una gran labor de apoyo a las actividades de las artes escénicas, literarias y musicales en el Ecuador, en la década de los ochenta, bajo la dirección del doctor Francisco Aguirre Vásconez.
Luego, hemos tenido apoyos esporádicos, incluyendo al Ministerio de Cultura, que lamentablemente no termina de entender que las “políticas culturales” no se circunscriben a propiciar concursos y repartir auspicios como si fuera un reality show.
—Bien. La plata no es lo importante pero… ¿cuánto cuesta el Festival?
—Este año estaría en unos 55 mil dólares, por lo menos. Hasta ahora tenemos 18 000, esperando obtener más apoyo en los próximos meses.
—¿Qué quiere hacer La Trinchera llevando el teatro a las víctimas del terremoto?
—Esperamos que el teatro deje emociones nuevas y positivas a los damnificados. Aliento, ilusiones, esperanza de que el mundo tiene cosas positivas y que el arte y el teatro pueden transmitir estos sentimientos de alivio. Nosotros como teatristas nos juntamos una semana después de que se dio el terremoto con varios artistas del teatro, danza, música, fotografía, e hicimos un espectáculo que se llama Arte por la vida y desde el 22 de abril estamos presentándonos. Hicimos una obra motivacional para hablar del tema. A partir de los personajes Piedad y Marcial, dos ancianos de la obra Tres Viejos Mares. Ellos cuentan las historias de sus experiencias vividas en otros terremotos pasados. En la historia intervienen bailarines, músicos, otros actores. Hasta la fecha nos hemos presentado en albergues y refugios en Manta, Portoviejo, Jama, El Matal, Don Juan, San Isidro, Jaramijó y hemos realizado unas veinte presentaciones. Es una obra en la que participan niños, adultos, ancianos. Los niños trabajan la primera hora haciendo dibujos sobre sus sueños, sus traumas y miedos, sus ilusiones. Luego de espectar la obra, la gente queda muy ilusionada, nos piden que volvamos, hay una necesidad de tener estos espacios que son tan necesarios para aliviar o curar la psiquis afectada de estas personas. El festival este año será la continuación de algo que se inició inmediatamente después de la tragedia. Está bien atender las necesidades básicas pero las necesidades espirituales son más difíciles de satisfacer y requieren de mucho más. Y en esa tarea estamos…
—La situación sigue crítica… ¿qué esperanzas hay?
—Creo que por lo menos hasta diciembre tendremos gente albergada. El tema no se resolverá muy pronto. Por un lado, tenemos los albergues oficiales del Miess, MSP, que han generado las autoridades y en los que la gente está mejor y hay presencia de militares y bastante control… Esto genera unas relaciones más estables, pero están los refugios, espacios informales en donde, si bien hay alguna asistencia, se siente más la intranquilidad, la desazón; no son carpas bonitas sino que son alojamientos improvisadas con plásticos, lonas, cartón. Hay hacinamiento tremendo, en Playita Mía, en un espacio de 3×3 viven alrededor de veinte personas.
Creemos que desde el arte se puede llevar luz. Han venido varios artistas, hemos realizado Manta por la Danza, un encuentro que tiene dieciséis años y que también se ha hecho como fundación La Trinchera. Y hemos visto la solidaridad de artistas, vino el grupo de danza La Calle de Cuenca, dirigido por Sandra Gómez. Ellos vinieron sin cobrar y pagándose su viaje, acá les hospedamos en la casa. Asistió también el grupo Eptea de Guayaquil; la agrupación Loblindance de Portoviejo, un grupo de bailarines de un centro geriátrico de Rocafuerte y el coreógrafo español Chevi Muraday también se sumó. Es decir que, gracias al aporte voluntario y solidario de bailarines y coreógrafos de Manabí, Guayaquil, Cuenca y España, se hizo la decimoséptima edición del Manta por la Danza durante todo el mes de junio.
Seguiremos en todo este tiempo asistiendo a albergues y refugios de damnificados de Manabí con nuestra obra El arte por la vida y con otros artistas nacionales que han comprometido su participación. Además, como docentes de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, estamos llevando a nuestros estudiantes para que realicen actividades de vinculación con la sociedad en estos espacios, con actividades artísticas dedicadas especialmente a niños y jóvenes.
La gente de Manta, de Manabí, es de temple. Nos levantaremos. Creemos que el arte sana y vamos a contribuir a ello, porque la función debe continuar.