Ni Garbo ni Dietrich, solo Louise Brooks

Por José Luis Barrera.

Edición 462 – noviembre 2020.

Me limito a ser yo misma, que es lo más difícil que uno puede hacer en este mundo si tienes la desgracia de ser consciente de ello. Yo no lo era, por eso me resultaba tan fácil actuar.
LOUISE BROOKS

Destapando La caja de Pandora

Lulú, después de ver al doctor Schön con otra mujer, huye furiosa y anuncia que no actuará a menos que se marchen. Abandonando a su prometida cerca del escenario, él intenta persuadir a la bailarina tras bastidores, pero es imposible. Entonces, la mete a empujones en el camerino, mientras ella grita y se queja, negándose a cambiar de idea. Schön está furioso.

La joven se da vuelta y, por unos segundos, la espalda más bella del mundo —blanquísima, tersa y perfectamente delineada como la de una Venus de mármol— brilla ante los ojos de aquel hombre desbordado por el odio y el amor.

La toma por los brazos y empieza a sacudir. Son instantes que parecen una eternidad. Finalmente, la suelta y ella, sin dejar de llorar, se desploma sobre unos cojines; su espalda maravillosa vuelve a relucir, sacudida a veces por los sollozos. El doctor no la mira porque sabe que, si lo hace, solo podrá morderla o apuñalarla.

Afuera, el utilero se seca con un pañuelo. Sabe que todo está perdido sin Lulú: el público aclama a su vampiresa.

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