Una mezcla de diseño, biología, computación e ingeniería busca la posibilidad de prescindir del plástico y alentar el uso de materiales orgánicos.
Por miles de años el ser humano destinó materiales de construcción a un propósito: vidrio para ventanas, ladrillo para soportar las cargas, hierro para las columnas…; es decir, todo en función del ensamblaje maquinizado, un legado de la Revolución industrial.
¿Pero imagine una ventana hecha de cáscaras de camarón? ¿O puertas elaboradas con corteza de manzana y limón? A grosso modo de eso se trata la bioarquitectura, un concepto revolucionario que busca dejar huella en construcciones más sustentables. La visión detrás del proyecto es omitir por completo el uso de plásticos.
No se puede hablar de bioarquitectura sin mencionar a Neri Oxman, la arquitecta israelí-estadounidense que está potenciando esta rama y llevándola a destinos impensados. “Tenemos la responsabilidad de crear naturaleza, no considerarla limitada sino una entidad que pide amor”, resume Oxman en un documental en el que expone su trabajo, que básicamente es una mezcla de diseño, biología, computación e ingeniería de materiales.
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