Natalie Portman: de la actuación a la dirección

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Por Daniela Creamer

Natalie Portman regresa orgullosa y con aplomo a sus raíces con su país natal con su debut en la dirección cinematográfica. La actriz norteamericana, nacida en Israel en 1981, donde vivió apenas tres años, ha decidido despojarse del glamur de Hollywood que la convirtió en la heroína de La guerra de las galaxias para así dar un paso adelante en su trayectoria artística. Después de haber realizado dos cortometrajes: Eve, en 2008, y un año después, un episodio de la película coral New York, I love you, Portman presentó fuera de concurso, en la reciente edición del Festival de Cannes, Una historia de amor y oscuridad, adaptación al cine de la novela autobiográfica de su compatriota Amos Oz.

El libro, publicado en 2002, describe la infancia del escritor israelí, en una Jerusalén asolada por la guerra hacia finales de los cuarenta. Son los albores de la creación del Estado de Israel. Al cumplir doce años, su madre, víctima de una severa depresión clínica, se suicida. El sufrimiento lleva a Oz a abandonar su hogar y unirse a un kibutz, para luego convertirse en escritor y arrancar una comprometida vida política. Portman logró persuadirlo para llevar su proyecto a buen puerto. Así, no solo ha escrito, producido y dirigido el filme, sino que también ha asumido el trágico papel de Fania Klausner, madre del protagonista, recitando en hebreo, la lengua de su propia niñez, y rodando en un conflictivo Israel.

La actriz, cuyo delicado rostro acaba de ilustrar la portada de la revista Le Monde con ocasión del festival más prestigioso del mundo, se mostró perfectamente cómoda en la Croisette, que este año estuvo muy dedicada a exaltar al género femenino. “Ya era hora”, afirmó. “Las salas de cine están llenas de aspirantes, de ambos sexos, a la dirección cinematográfica. Pero luego, en el mundo real, las oportunidades se revelan muy diversas. Incluso en Francia noto que, entre los cineastas de mi generación, hay numerosas mujeres”, enfatizó.

Portman reside en París, junto a su esposo, el bailarín y coreógrafo francés Benjamin Millepied, quien recientemente se convirtió al judaísmo. Fue su instructor de danza para su papel en Cisne negro, de Darren Aronofsky, que le valió un Óscar en 2011. Ambos crían a su hijo Aleph, que hoy tiene tres años de edad. “Me gusta ser una extraña en otro lugar, siempre lo he sido. Me doy cuenta de cuán diferentes somos culturalmente y el impacto que esto causa. Eres una especie de outsider y creo que esto te forma y te enriquece profundamente como persona”, admitió.

Frágil en su aspecto menudo, pero con una evidente voluntad de hierro, Portman se presentó muy afable a esta entrevista, en la terraza de la playa del Majestic, exclusivo hotel de la Riviera Francesa. Graduada en Psicología en la reconocida Universidad de Harvard, la actriz, ahora también directora de cine, mantiene siempre un discurso que denota inteligencia y convicción, sobre todo cuando habla sobre el enorme potencial emotivo que contiene la historia. En breve veremos a la portavoz de Dior encarnando a la viuda de J. F. Kennedy en la próxima película que dirigirá el cineasta chileno Pablo Larraín.

—¿Por qué eligió este best seller tan complejo para hacer su ópera prima? 

—Me quedé impactada con su extraordinaria escritura siete años atrás. Mientras lo leía, ya pensaba en cuánto me gustaría transformarlo en cine. Estaba literalmente obsesionada con el modo en que Oz hace uso del lenguaje. Por ello he querido rodar el filme en hebreo. Además, encuentro extraordinaria su narración sobre el tiempo, la transformación de las cosas, los hechos históricos que condujeron a la creación del Estado de Israel. Cómo las dinámicas familiares se transforman en historias que nos influencian a todos. Y cómo la mitología de la familia, y del propio país, modifican tu modo de ver el mundo y las expectativas frente a la vida. Además, me cautivó el drama de esta mujer migrante (la madre) y las similitudes con mi propia vida. Pertenezco a la tercera generación de mujeres inmigrantes en mi familia. Mi madre era inmigrante americana, al igual que mi abuela, en Israel. Allí nací y cuando tenía apenas tres años nos mudamos a Estados Unidos, a Long Island. Por eso llevo mucho tiempo reflexionando sobre las emociones que estas vivencias provocan y en el contenido de la historia.

—¿Por qué decidió rodarlo en hebreo?, ¿usted domina el idioma?

—Sí, es un lenguaje increíblemente mágico y poético. Evocador… Lo aprendí de muy pequeña, es mi primera lengua. Pero la olvidé cuando nos fuimos de Israel. En casa, ya en Estados Unidos, solíamos hablar inglés por ser mi madre americana, y no me gustaba el colegio judío donde estudiaba porque me educaban como niña americana. Pero ya de adulta redescubrí la riqueza del hebreo, un verdadero milagro lingüístico. Un idioma bíblico que estaba muerto y que resurge en los años veinte, y se ha ido actualizando. Con la creación del Estado de Israel se volvió casi una imposición.

—Amos Oz es uno de los escritores contemporáneos más destacados en hebreo. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007 y nominado al Nobel de Literatura en varias ocasiones ¿Cómo ha sido su relación con él en todo este largo proceso creativo?

—Profunda, desde el mismo instante en que nos sentamos en su casa en Tel Aviv y le hablé sobre mi proyecto de llevar esta historia al cine. Me dijo con generosidad que me sienta libre de narrar mi propia versión. Nos vimos con mucha frecuencia luego de ese primer encuentro. Cuando haces una película sobre un libro autobiográfico es una gran suerte, algo fundamental tener una relación tan estrecha y sincera con su autor. Amos es quizá el mejor escritor de Israel. Un hombre brillante, un hombre político, único. Su reacción al ver mi película me preocupaba muchísimo. Pero fue amable y positiva, lo cual me devolvió el aliento.

—El libro tiene como fondo el conflicto entre israelíes y palestinos. 

—Si, pero el mío no es un film sobre la guerra. Es sobre todo la historia de una familia y sus vivencias. Las posiciones políticas de Oz son notables, es uno de los fundadores de Peace Now. Sus convicciones han influenciado mucho mi modo de pensar. Lo admiro muchísimo. Pero elegí enfocarme en el acontecimiento familiar. A pesar de que, obviamente, todo aquello que se refiere a Israel se transforma en política, incluyendo su propia existencia. El mío, no obstante, no es un filme político.

—Su padre es israelí, al igual que sus abuelos ¿Evocan juntos recuerdos de la tragedia de aquella época?

—Mis abuelos eran judíos que se trasladaron a Israel desde Polonia en los años 30. Pero no hablaban mucho de Europa ni de toda esa parte de la historia porque les resultaba muy doloroso. La guerra les hizo perder la fe. Mi abuelo se niega a acercarse siquiera a una sinagoga. Mi padre, en cambio, me contaba siempre muchas cosas. A medida que iban surgiendo anécdotas en la familia, el las completaba con detalles que a el mismo le habían contado.

—¿Qué opina sobre la reciente reelección de Benjamin Netanyahu como Primer Ministro de Israel?

—Me siento muy defraudada y totalmente en contra de Netanyahu. Muy disgustada. Sus comentarios racistas me parecen horríficos.

—Su filme, impactante y emotivo, cuenta con una destacada dirección, al igual que su propia interpretación ¿Fue difícil dirigirse a sí misma?

—En realidad, al principio no pensé en mí como actriz, pero ahora me alegro mucho de haberlo hecho. Dirigir a actores consiste en traducir tus indicaciones en acciones y plasmarlas. Así que en mi caso fue sencillo, pues ya sabía lo que quería obtener de mí en ese papel y solo tenía que revisar cada escena en el monitor. Y esto facilitaba también el dirigir a los demás porque, si estás en la escena, puedes transmitir lo que quieres a los actores a través de tu propia actuación en el plató y eso es interesante. Es tomar en mano el propio deseo y labrar el propio destino. ¡Una experiencia realmente liberadora!

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