Narcisa Superstar

Narcisa Superstar

Texto y fotos: Gustavo Valle

Hace diez años, mientras jugaba pelota con sus amigos, las piernas del pequeño Roger dejaron de funcionar; no hubo tropezón ni golpes, la parálisis fue súbita. Vicente Quimi, su padre, escuchó derrotado lo que le dijeron los médicos: una rara enfermedad que ataca a uno de cada diez mil niños, incurable. Estafado por la ciencia, Vicente acudió a Narcisa de Jesús, la santa de Nobol. Le llevó una foto de su hijo y ese mismo día empezó el prodigio. El pasado 24 de marzo Roger cumplió 15 años, tuvo una fiesta y bailó toda la noche, sus piernas están completamente sanas.

 

Si Narcisa de Jesús hubiera sido cantante, le habrían dicho que era una estrella. Su poder de convocatoria es formidable. Jennifer Lavayen, secretaria del Santuario Nacional de Nobol, tiene los datos en su oficina: 471 638 peregrinos registrados durante el año 2011, un promedio mensual de 39 303. Los domingos por la mañana, por ejemplo, la concurrencia llega fácilmente a los 1 400 feligreses. La devoción rebosa desde el 12 de octubre de 2008, cuando el papa Benedicto XVI canonizó a la santa. Y la migración ecuatoriana la ha hecho famosa en todo el mundo.

Celestial domingo por la mañana. Los devotos motorizados se estacionan a lo largo de las seis cuadras de la Av. Amazonas, la calle principal del pueblo. Los restaurantes y puestos ambulantes se suceden de lado y lado. La especialidad de la casa es el seco de pato criollo, acompañado de maduro con queso. La música rocolera suena por todos lados y los noboleños, que alguna vez pasearon en caballos y carretas, andan sin prisa montados en motos o bajo la sombra pasajera que ofrecen los toldos de las mototaxis. De no ser por la ley que prohíbe beber alcohol el día que el Señor dedicó para el descanso, el domingo sería perfecto: turistas de la fe, trabajo honrado, dinero limpio. Cambiar la cerveza helada —”la que hace amigos”, como le dicen aquí— por un vulgar vaso de agua fría es demasiada penitencia hasta para el más beato.

 

La calle peatonal y adoquinada que lleva al santuario es un pequeño mercado con miles de chucherías. El sahumerio pone el toque místico, mientras un perico saca los papeles de la suerte por unas monedas y un fotógrafo retrata a los niños arriba de una joven llama. En El buen sabor, restaurante ubicado estratégicamente frente a una de las entradas del santuario, una dama hace proféticas promesas con un megáfono “Si no le gusta lo deja y no paga”.

A las 11:05 se enciende el aire acondicionado y hace su aparición el padre Stanley Henriques Cornejo. Viste de impecable blanco y verde, usa anteojos. Sobre el altar mayor, un Cristo con los brazos abiertos acoge a la multitud expectante que calla, igual que los celulares. Bajo la mesa del altar yace la santa atenta a la devoción. Con voz firme, el padre comienza. “Estimados hermanos, de la mano del evangelista San Marcos, seguimos en estos domingos episodios muy realistas de la actividad del Señor. Hoy es un leproso el que le pide de rodillas su curación”. Todos están pendientes de La Palabra, los niños, los ancianos, los que sostienen su cuerpo con muletas, los que se mueven en silla de ruedas.

 

La licenciada Lavayen guarda los testimonios de las personas ayudadas por Narcisa, han llegado por cientos a través de los años y en diferentes formas: cartas manuscritas entregadas personalmente, tarjetas, ruegos orales redactados para que los firmen las personas que esperan ser tocadas por la gracia. Como exigen los tiempos, Narcisa de Jesús tiene su página web www.santuariosantanarcisa.com, y una dirección de correo electrónico: santuariosantanarcisa@hotmail.com. Veamos un mensaje enviado por BlackBerry “… tengo 29 años de edad, soy madre soltera, tengo un niño de cuatro años, soy de Manta-Manabí, el 18 de diciembre de 2009 entré a diálisis por primera vez a causa de una insuficiencia renal crónica terminal de causa desconocida, estuve a punto de morir dos veces…” Debatiéndose entre la esperanza y la angustia, la joven madre fue al santuario a conocer a Narcisa: “… al entrar y verla en la urna me emocioné, quería llorar […] como nunca antes le pedí algún santo como lo hice a ella que por favor mi donante llegara pronto, yo sabía que eso es una lotería porque puede llegar en una semana, un mes, un año o quizás nunca…” Lo peor para ella no era el temor a la muerte, sino perderse el crecimiento de su hijo. Pasaba conectada a la máquina de diálisis cuatro horas, tres veces por semana y seguía rogando a Narcisa. “… fui al santuario el 22 de septiembre y el 28, o sea seis días después que le pedí el milagro que apareciera un donante, se me fue concedido el milagro, fue una bendición tan grande”. La joven fue operada con éxito pero a los cuatro meses hubo inconvenientes. “… volví a pedirle a Narcisita que me curara, que si ella me dio este riñón y una nueva oportunidad de vida, ella se encargara de sanarlo y protegerlo, ayer me hicieron unos análisis y todo está en su normalidad gracias a ella […] solo espero que mi doctor me dé la autorización de viajar para poder ir agradecerle”.

 

Narcisa de Jesús Martillo Morán nació en 1832. La temprana muerte de su madre, cuando la niña tenía apenas seis años de edad, y el ejemplo de la quiteña Mariana de Jesús influyeron en su inclinación por la vida religiosa. Aun para las rigurosas normas católicas del siglo XIX, la sacrificada vida de la noboleña resultaba extraordinaria. Mortificaba su carne flagelándose con látigos y encerrando su torso desnudo en chalecos con cilicios que le perforaban la piel. Usaba corona de espinas, la sangre bajaba por la frente y pintaba la cara. Y rogaba que la crucificaran con puntiagudos clavos que le atravesaran las manos. Lo que podrían parecer prácticas sadomasoquistas y retorcidas eran para ella formas de compartir el amor que Jesús tenía por la humanidad.

 

A la muerte de su padre, un hacendado adinerado y emparentado con la alcurnia guayaquileña, ella tenía 19 años de edad y heredó una parte de la propiedad familiar, pero un año después decidió viajar a Guayaquil en busca de un nuevo director espiritual para continuar lo más anónimamente posible su labor a favor de indigentes, desvalidos, enfermos, y renunció a su patrimonio terrenal. En el entorno campesino de la hacienda y de Daule, había empezado a crecer su fama de santa. Necesitaba paz. Ya en el puerto principal, en las casas que la acogieron, buscó el cuarto más humilde, el rincón más solitario.

 

La gran paradoja de la existencia de Narcisa es que en vida rehuyó con humildad la notoriedad ganada con sus prodigios, estudiados por el Consejo de Teólogos del Vaticano que autorizaron su santificación el año 2006. Ahora, a 142 años de su fallecimiento, está en el centro de una veneración multitudinaria.

 

El cuerpo incorrupto de Narcisa de Jesús reposa en una urna de bronce, bajo la mesa del altar en el santuario: no hay explicación científica para que la muerte respete a los elegidos de Dios. Cuando falleció, en el Beaterio de Nuestra Señora del Patrocinio en Lima, las hermanas Dominicas y los que tuvieron la oportunidad de acercarse a ella afirmaron que su cuerpo despedía “… un cúmulo de fragancias que embalsamaba el ambiente”. Y conservó su color y flexibilidad natural hasta que fue enterrada, como describe el Dr. Luis Padilla Guevara en su novela histórica Narcisa de Jesús, la guitarra y la cruz.

 

La misa demora casi una hora y la paz llena el ambiente y penetra en el alma de los devotos. Al final de la ceremonia, el sacerdote hace una pausa para ir a “comerciales”: en el almacén del santuario se puede adquirir agua bendita en botellas selladas de galón, de un litro y de medio litro. Hay estampas, calendarios, velas, recuerdos, camisetas, CD de música con la imagen de la santa al lado de su guitarra. También indica que se puede cancelar con Master Card, Visa y American Express. En el patio aledaño los autos son bendecidos por los ministros y como la inseguridad es infinita también se advierte sobre “personas malintencionadas que entran a robar”. El padre Stanley Henriques se retira y la multitud recobra el bullicio. Los fieles se agolpan sobre las rejas que los separan del altar. Una monja toma fotos de la santa, las manos alzan estampas, botellas con agua, velas y efigies para recibir el agua bendita dispensada generosamente por un joven con sotana blanca. La multitud comienza a salir reconfortada. Se apaga el aire acondicionado. En la urna al lado de la puerta se lee: “Favor sean generosos con sus ofrendas”.

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