
Primeros años ochenta. Carlos Arguedas, director de Bolivia Manta, y Chopin Thermes, etnomusicólogo francés, coinciden en París. Junto a los legendarios Ñanda Mañachi graban Churay Churay, Gran Premio de la Cámara Francesa del Disco. El LP conquista Europa y gravita en cada chacra del mundo andino. Además, marcó unos primeros pasos a lo que sería la world music. Cuatro décadas más tarde, un reportaje en clave de sol.
En 1984 el disco Bolivia Manta reencuentra a Ñanda Mañachi-Churay Churay suena como el más bello del mundo. En una gala en el Forum des Halles, París, los andinos levantan el Grand Prix de L’académie du Disque Europeén de música tradicional.
Lanzado en 1982, el Churay Churay gravita en el mundo andino, al que enaltece y celebra. Durante el reciente Pawkar Raymi, los abuelos celebraron sus cuatro décadas, con un memorable concierto en el teatro Sucre y otro de zapateo general en Peguche.
Churay Churay surge con el boliviano Carlos Arguedas, quien halló en Europa el cielo para su vuelo, y la pasión del francés Chopin Thermes, quien cruzó el charco y perpetuó el genio de tres músicos nativos, que harían luego los legendarios Ñanda Mañachi.
Hoy, un conflicto de marca divide a sus pioneros. Pero los sabios siguen y los nietos se reinventan, desde su poderío, certezas y belleza. La nota conmemora el Churay Churay, un adelanto de lo que, décadas más tarde, sería la world music, nada menos. ¡Salud papacho!
Cambió París por su aldea
En barco, a caballo, en tren; caminando montañas, bosques, selvas y humedales; tribus y pueblitos perdidos en el mapa, Chopin Thermes viajó por el mundo. Empezó a sus veinticinco años, cuando se apagaron los sucesos de Mayo 68. Y él cambió París por su aldea.
Desilusionado, decidió partir con solo el tiquete de ida, como canta el hit setentero. Etnomusicólogo y aventurero, empezó grabaciones in situ en Senegal, preservando músicas ancestrales de países que fueron colonias francesas. Una iniciativa gubernamental, difundida por la BBC de Londres.
En 1972 —como caracol, con su equipo de grabación a cuestas— navegó desde el sur de España a Veracruz, México, y de ahí a Guatemala. Siguió a caballo, con un experto jinete, excompañero en África, hasta Panamá. La ruta marcaba cabalgar Suramérica, pero el tapón de Darién cambió la bitácora.
Se volvió marinero. Junto a otro viajero, exploraron el archipiélago de San Blas, grabando a los nativos kunas. Asomó un capitán gringo, con un catamarán, en el que navegaron al Chocó colombiano: río Atrato y Turbo. Allí la play list era de Carlos Gardel, grandioso cantante nacido en Toulouse, paisano de Thermes.

Regresó a tierra y siguió hasta Medellín. Luego, con el Instituto de Antropología de Bogotá, canjeó registros por apoyo y permisos para grabar a las comunidades del río Putumayo. De paso a Leticia, conoció el puerto ecuatoriano de San Miguel.
“En Colombia fumaba Piel Roja y Full Blanco en el Ecuador. Me gustaba soplar tabaco negro”, sonríe el explorador. Volvió a Bogotá y conoció a un nativo cubeo; con quien viajó y grabó en el Vaupés. “Vivían sus costumbres matriarcales en territorios que serían propios durante la presidencia de Virgilio Barco”.
La brújula marcaba Venezuela y bajar por la selva hacia Brasil, a territorio de los indios yanomamis, asediados por los buscadores de oro. Los cubeos advirtieron el altísimo riesgo y le sugirieron volver al sur. Con sus treinta cumplidos, sus cajones de equipos y de apuntes, puso pies en Ibarra la noche del 30 de mayo de 1973.
Antes, en Bogotá, músicos del grupo Yaki Kandru, le hablaron del trabajo del coreógrafo Paco Salvador y su Muyacán en Ibarra. Conoció a Hermelinda Males, primera bailarina. Flechado, el caminante asienta cabeza: a los seis meses, se casa. Y corazón en mano entra al mundo andino imbabureño, su tierra prometida.
Reúne músicos nativos que luego agrupa como Ñanda Mañachi y tocan la música que Salvador vuelve danza y Hermelinda dibuja y baila. En 1975 Chopin viaja a París, a presentar a su esposa. Y con el sello Unidisc, publica cuatro de sus grabaciones como Danses d’Equateur. “En francés no existe la ‘ñ’, por eso no se llamó como el grupo”.
En este pequeño territorio de Imbabura había variedad de microclimas, culturas, vestidos, acentos, rituales, instrumentos y músicas. “Eso aprendí con Hermelinda, de ese espíritu está hecho este primer disco”, declara Chopin.
Pero el dolor llegó tras el viento. En 1976 ella murió dando a luz; sobrevivió su hija Sayana. “Ella asistía los partos de las campesinas. Septicemia por cesárea: murió de lo que sabía curar”, se silencia Thermes. En 1977, en su memoria, Chopin graba el primer LP, llamado Ñanda Mañachi, con el sello Llaquiclla (triste y alegre, en kichwa).
En 1978 Thermes llega a París para fabricar el acetato del segundo disco de Ñanda, que circula en el Ecuador un año más tarde. La portada doble, con foto de su suegro, Taita Pedro, fue la primera separación e impresión en colores de Imprenta Mariscal, con el inolvidable Paco Valdiviezo.
El larga duración incluye “Llaqui shungulla” o “Pobre corazón”, cantado por Enrique Males, en kichwa y dedicado a Hermelinda. En Peguche o en París, esa versión, de estremecedora belleza, suele ser susurrada de pie y con un conmovedor recogimiento.
Ese 1978 Thermes conoce el proyecto y genio de Carlos Arguedas, director de Bolivia Manta. En el ochenta publican Wiñayataqui (Lo que perdura), antología de Perú, Bolivia y Ecuador; este último representado por temas ya grabados por Ñanda. El álbum doble revienta en Europa y, un año después, es distribuido acá por Fediscos, con el sello Llaquiclla.
En 1982 Arguedas invita a París a tres Ñanda: Alfonso Cachiguango, Carlos y Azucena Perugachi. Tres semanas de teatros llenos. Viajan a Colonia, Alemania, donde graban el célebre Bolivia Manta reencuentra a Ñanda Mañachi-Churay Churay.
En 1983 Thermes logra que Bolivia Manta llegue al Ecuador y Fediscos, reedita el disco: Ñanda ya suena completo. En junio y julio (Inti Raymi) el Churay se lanza en todo el altiplano ecuatoriano y, superando el fenómeno de El Niño, en comunidades montuvias del Guayas, como Salitre y en el litoral precolombino de Valdivia.
Cerraron la gira con aclamados recitales en los teatros Sucre y Universitario. Este incluyó toque, zapateo y tributo ante los rostros de piedra de los héroes indígenas que, entonces, habitaban la desaparecida plaza Indoamérica.
Fuimos muchos, fuimos todos
Los planetas se alinean. En 1984, en una velada en el Forum des Halles de París, L’académie du Disque Europeén consagra al Churay con el Grand Prix de música tradicional.
La ciudad luz se rinde, el público lo agota y la crítica lo recibe pletórica. “Cajones de críticas mostrando su asombro, destacando la hechura, su profundidad, su alegría, el estado de ánimo del disco y su efecto en quien lo escucha”, afirma Carlos Arguedas. Aquí suena, poderoso, todo un mundo; celebrado en Europa, invisible y excluido en su tierra.
“Churay, como jallala o huifa, es una palabra que convoca alegría, reafirmación, felicitación. Un mantra, un aliento de poder en el Inti Raymi, en el calendario indígena: da fuerza, empuja a no declinar, a seguir el propósito”, dice el maestro boliviano.
Arguedas reconoce otros protagonistas. “Jaime Galarza, el autor de El festín del petróleo, que puso el poema “La gran marcha”; su hermano Miguel y las comunidades cañaris; Efraín Robeli, abogado guayaquileño que representaba a los migrantes andinos que llegaban a trabajar en la Costa. Fuimos muchos, fuimos todos”.



En Peguche sonó en los rituales de la cascada. “Dos meses, dimos la vuelta al taita Imbabura. Tu gente zapateando, levantando polvareda, mirando al frente y de frente; bello, respetado y poderoso”, celebra Arguedas. “Se sumó la línea de sicuris, unas flautas poderosas que provocan que bailes, te juntes; que te hagas al camino”.
Junto a la Ecuarunari —de Blanca Chancoso y Fausto Quimbo— el disco trepó hasta las chacras; surgieron grupos en Imbabura, Tungurahua, Chimborazo. “También repercutió en Bolivia, el Alto Perú, el sur de Colombia y en distantes pueblos originarios del mundo”, se enorgullece Carlos.
El efecto Churay fue desafiante, disruptivo. “En Perú, nuestra música se escucha con la criolla, tan fuerte, especialmente en Lima. Hacia el sur, logramos espacio entre la obra tradicional de un Atahualpa Yupanqui, por ejemplo”, enfatiza Arguedas.


Entonces, las industrias culturales no eran planetarias ni existía el mundo digital. Churay Churay dio un paso fundacional en lo que luego sería la world music, muy conocida por el despliegue de Putumayo Records.
“Yo estaba muy atento a lo que hacía, especialmente, Peter Gabriel. La industria anglosajona, rápidamente, cooptó propuestas como la que creamos en Francia. Ahora: una es promover fusiones que suenen bonito, otra es la de preservar —y, sí, con el diálogo con otras culturas— perpetuar las músicas ancestrales”, aclara Thermes.
Por ello, su más reciente trabajo con el cineasta Miguel Alvear, es rendir un homenaje a “Por arriba corre el agua, por abajo las piedritas”, tema de Juan Cayambe, amauta y arpista kichwa, fundador de Ñanda Mañachi.
Sientes un trance
Francisco Lema es el arpista, reconocido por su virtuosismo desarrollado en cincuenta años de trayectoria. Artesano y empresario del tejido, de niño, de manos de un comunero, oyó el arpa rústica andina. “Las cuerdas de metal, su sonido tan dulce, tocando el alma”.
Pacho fluye en un sereno orgullo. “Churay manda ir por más voluntad, más energía; zapatear hasta que se hinchen los pies. Tan conocido como ‘El cóndor pasa’, arrasó porque canta y alegra a la tierra, a sus ciclos. A la mujer, al amor y al trabajo de pareja. A los hermanos, donde el mayor divide el pan con justicia, entre todos”.

“Ñuca llacta” es otro poderoso, festivo e icónico tema del disco que da la vuelta al mundo. “Nuestra tierra: es lo propio, lo que no se cambia por nada. Lo que se debe pensar, mientras se conoce el mundo. Le oyes, sientes un trance y, ahí, una luz”, filosofa.
Tras el suceso, late un espíritu. “Estamos de paso en el universo, en este camino. Somos, estamos ñanda mañachi”, sonríe, refiriéndose al nombre del grupo: préstame el camino. “Toca pasar por chaquiñán ajeno, pide permiso”.
La música deja dialogar, conocer y participar del otro. Y si un francés versiona sus temas, mejor. “Pero, si va a fusionar, primero debe tener claro quién, de dónde es”, opina sobre esta tendencia y de los mismos ‘nietos’, que —como los Nin— hacen rap en kichwa. “Ya sabe quién es, listo. De ahí lo que quiera, en su derecho está”.

Elocuente, de modales y acento cercanos y respetuosos, Pacho cumplió setenta años. “Me siento realizado. Mis tejidos, mi arpa. Cumplí la misión, dejé un legado. ¡Y mi música! Sin ella me sentiría, como dicen, bajoneado”. Se ríe, carga el arpa y, ligerito, camina a la prueba de sonido.