Varios museos del mundo tienen trajes y armaduras que en el pasado fueron usados para alcanzar la gloria en el campo de batalla y mostrar las mejores galas en los salones de la nobleza.

Luchar, matar y ganar eran propósitos que los hombres de armas de antaño conseguían acompañados de una armadura cuidadosamente diseñada, que brindaba protección y también estatus, según la clase social a la que pertenecían.
El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, más conocido como MET, y el Royal Armouries Museum (Museo de la Armería Real) en Leeds, al norte de Inglaterra, son dos instituciones que exponen los méritos artísticos de antiguos conjuntos defensivos.
El MET posee un registro histórico de catorce mil objetos, de los cuales más de cinco mil son europeos, dos mil del Cercano Oriente y cuatro mil del Lejano Oriente.
“Es una de las colecciones más completas y enciclopédicas de su tipo”, afirma la institución neoyorquina, y añade que la sección más conocida es la europea con piezas raras y una numerosa muestra del suntuoso diseño que prevaleció en el siglo XVI.
Mientras tanto, en el museo de Leeds reposa la colección nacional de armas y armaduras del Reino Unido. Más de 4500 objetos están en exhibición y su catálogo en línea abarca 180 000 registros y más de veinte mil imágenes.
Entre las piezas destacadas figuran un casco con cuernos (1512) de Enrique VIII que, por su extraordinario repujado y grotescas características, aún genera debate; una armadura del siglo XVII decorada con pasajes de las campañas de Alejandro Magno (probablemente hecha para el príncipe Enrique Federico de Gales), y otra de combate (1591), que Sofía de Brandeburgo encargó para su esposo Christian I, elector de Sajonia.
Lo más llamativo y raro en el Museo de la Armería Real es una cubierta para elefante, de malla y 5840 placas, que pesa 118 kg (pesaría 160 kg con dos paneles faltantes). Se estima su origen entre los siglos XVII y XVIII. Fue adquirida por un gobernador inglés en India y llevada a Gran Bretaña en 1801.
“Es el único ejemplo de armazón de anillos y placas casi completo de la era mogol que se conserva en una colección pública”, afirma el museo y precisa que en el sur de Asia se utilizaron elefantes de guerra desde el primer milenio antes de Cristo hasta el siglo XIX. En India eran protegidos con tela acolchada, cuero, malla y placas de metal.
Protección en la guerra
La mayoría de culturas valoraba su equipamiento para el campo de batalla como signo de rango y estatus. Sin embargo, “su uso y función determinaban por qué, cómo y en qué medida se adornaba un objeto”, explica el historiador de arte Dirk H. Breiding en un ensayo para el museo de Nueva York.
Por ejemplo, los antiguos griegos protegían sus cabezas, torsos y pantorrillas con piezas de bronce martillado, mientras los ejércitos islámicos preferían la malla de anillos por ser más ligera. Uno de los conjuntos más conocidos es el de hierro, metales preciosos y cordones de seda de los samuráis japoneses, famosos por sus temibles espadas.
Sobre un corto kimono de seda y pantalones, el samurái colocaba distintas piezas defensivas para cada área del cuerpo, entre ellas, anchas hombreras rectangulares, faldas colgantes, el yelmo y máscaras fantasmagóricas.


Durante la Edad Media y el Renacimiento, los guerreros europeos se cubrieron con una malla de anillos metálicos entrelazados y con la armadura de placas superpuestas de hierro y bronce (por debajo había una cobertura de tela acolchada).
Ante todo, se buscaba una máxima protección, pero también la funcionalidad sin perjudicar el movimiento del cuerpo por exceso de peso o materiales rígidos.
El Museo de la Armería Real destaca que, en el caso de los torneos, las armaduras fueron decisivas para resistir el impacto físico y evitar ser alcanzado por las lanzas. Por eso, un resguardo crucial era la pieza que cubría el brazo y el hombro izquierdos.
Caballos blindados
Durante miles de años, caballos, camellos, elefantes, palomas y perros han sido útiles en campañas militares para el desplazamiento, el transporte de carga y en misiones de exploración, vigilancia, mensajería y detección.
En Egipto, Persia, Asia Central y China, comentan desde el MET, “los caballos blindados se convirtieron en el elemento dominante de los ejércitos”. En Europa las armaduras equinas (o bardas) aparecieron en el siglo XIII, según se ha confirmado por manuscritos y obras de arte.
El grueso de bardas del MET data del siglo XVI y muestra la variedad de estilos en testeras, arneses, monturas y gruperas, entre otros elementos, que proveían al animal de la misma protección y suntuosidad que a los jinetes.
A su vez, el museo inglés posee una de las tres bardas góticas que han sobrevivido en el tiempo. La de su colección, con una exquisita ejecución de grabado en relieve, data de 1510 y la recibió el rey Enrique VIII como regalo.


Arte decorativo
Armaduras, escudos, cascos y empuñaduras de espadas y dagas eran algo así como los trajes y accesorios de gala que los nobles y caballeros podían lucir gracias al trabajo de orfebres, artesanos, grabadores, plateros, pintores y dibujantes.
En la antigua Grecia el peto y la placa posterior imitaban la anatomía del pecho y la espalda. Los soldados romanos usaban cascos con repujado de figuras humanas o florales. En cambio, el caballero medieval prescindió de grandes adornos. Su principal protección era la cota de malla y un yelmo que cubría la cabeza y el rostro.
La armadura de placas de acero articuladas prosperó en 1420 con amplias posibilidades de embellecimiento a través del repujado, el cincelado, el calado, el grabado, el esmaltado y la incrustación de oro, plata o aleaciones de cobre.


En el siglo XVI la ornamentación alcanzó tal complejidad que las armerías tuvieron que recurrir a pintores, grabadores y orfebres.
Los armeros alemanes produjeron verdaderas obras de arte y, en ocasiones, portaban cascos con motivos grotescos y formas humanas o animales, mientras entre los italianos se destacó el taller de Filippo Negroli con piezas maestras de la orfebrería renacentista.
En cuanto a Inglaterra, la monarquía tenía en alta estima los grabados y tonalidades azuladas y doradas. Un ejemplo es la armadura de sir George Clifford y la del armero Jacob Halder, la mejor conservada de los talleres reales de Greenwich.
Con el siglo XVII llegó la decadencia artística y la mayoría de los hombres de armas usaron apenas “una coraza, un casco y, quizás, guanteletes”, afirma Breiding.
Mitos y verdades
Dirk H. Breiding aclara algunos conceptos sobre las armaduras antiguas:
• ¿El peso dificultaba la movilidad en el combate?
Pesaban entre 20 y 25 kg (otra fuente cita entre 30 y 50 kg). El diseño de placas, con elementos individuales y articulados, permitía realizar, sin ningún impedimento, casi todos los movimientos del cuerpo.

El historiador de arte asegura que pruebas realizadas con armaduras de los siglos XV y XVI demostraron que “un hombre podía montar y desmontar un caballo, sentarse o acostarse en el suelo, levantarse de nuevo, correr y generalmente mover sus extremidades libremente y sin molestias”.
Sin embargo, estudios de la Universidad de Leeds, citados por la publicación Science, indicaron que correr o caminar con un traje metálico exigía al portador un gran gasto de energía por el esfuerzo muscular que producían las piezas protectoras de muslos, piernas y pies.
• ¿Cómo iban al baño los hombres?
Breiding responde que “lamentablemente, no hay una respuesta concluyente”. Fuera del campo de batalla se supone que se despojaban de la ropa y de las secciones de la armadura para hacer sus necesidades en letrinas o lugares apartados.
• ¿Qué motivó la obsolescencia de las armaduras?
La efectividad de las armas de fuego incidió en el abandono gradual de las armaduras a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Podría decirse que estas últimas fueron las precursoras de los chalecos antibalas de la era moderna, porque en el siglo XVI se intentó dotarlas de una cobertura a prueba de balas reforzando su superficie.
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