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Idas y vueltas con Ernest Hemingway

Ernest Hemingway nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois; es decir, hace 122 años. Se quitó la vida con una escopeta el 2 de julio de 1961 en su casa en Ketchum, Idaho. 

Reportajes, artículos periodísticos, relatos, cuentos y novelas hablan del talento de Hemingway como corresponsal de guerra, periodista y escritor.

Un talento que fundió el amor, el erotismo, la violencia, la angustia, la muerte y la condición humana, y captó la belleza del paisaje, la manera de ser de la gente y el mosaico cultural que atraparon su atención en continuos viajes por el mundo.

Ernest Hemingway, museo de cera Madame Tussauds NY. Foto: Shutterstock

Un talento curtido en metáforas, en la técnica de la omisión y la insinuación, y en frases breves y concisas, muchas veces crudas. 

“Hemingway vivió, bebió, cazó, pescó, viajó, amó, hizo la guerra, tuvo amigos y amigotes, compañeros de farra —le iba la marcha de la camaradería—, armó jaranas y trapisondas, y sobre todo escribió algunos libros memorables, y aun más memorables relatos, que todavía permanecen entre las manos de sus lectores tersos o con más o menos arrugas”, así describió a la gran figura literaria el escritor español Miguel Sánchez-Ostiz (Pérgola de la Cultura, n.º 131, 2003, www.bilbao.eus).

En escenarios bélicos, París, Pamplona, La Habana y la sabana africana fluyó el manantial inspirador de algunas de sus obras más conocidas. 

En Fiesta (1926) se explayó en la Europa de la posguerra, desde el París de los años veinte (refugio de la llamada Generación Perdida de Gertrude Stein, Francis Scott Fitzgerald, John Dos Passos, Ezra Pound, entre otros), hasta Pamplona, el reducto de los Sanfermines que cautivaron al novelista por la vibrante estela de las corridas de toros.

Hemingway sirvió como voluntario en Italia durante la Primera Guerra Mundial, un hecho que inspiró Adiós a las armas (1929). En 2012, una reedición en Estados Unidos incluyó 47 alternativas que manejó el escritor para el final de ese drama antibelicista y de amor.

Un primer safari en un viaje a África en 1933 le llevó a una de sus pasiones, la caza mayor, que repitió en los años cincuenta. Esas vivencias quedaron en el relato Verdes colinas de África (1935) y en los cuentos La breve y feliz vida de Francis Macomber y Las nieves del Kilimanjaro publicados en 1936.

Ser corresponsal en la Guerra Civil española dio pie a Por quién doblan las campanas (1940) que tuvo un resonado éxito y “contribuyó de manera decisiva a crear un clima en contra del fascismo”, señala el escritor mexicano Juan Villoro. 

Largas temporadas en Cuba durante dos décadas no solo proporcionaron placenteras jornadas de pesca y un mítico Daiquiri en el restaurante Floridita, sino también una narración trascendental sobre la dignidad humana con la lección de que “un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. 

El viejo y el mar (1952) resucitó las glorias de un escritor que se pensaba estaba acabado y lo encumbró hasta el Nobel de Literatura en 1954 y el Pulitzer en 1953.

Casi más que sus libros, según Sánchez-Ostiz, “a Hemingway le va sobreviviendo la leyenda, el personaje literario, la literatura sobre su literatura, sobre la huella de sus pasos. Ya en vida era una leyenda, ya en vida iba escribiendo con sus pasos —ahí su copiosa iconografía— esa otra novela que algunos escriben con más eficacia que la propia obra de papel y tinta”. 

Leer también:

Sol y sombra del viejo Hemingway en Pamplona.

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