Esa es la pregunta que cuatro autores ecuatorianos respondieron a Mundo Diners, luego de que el escritor peruano-español anunciara, esta semana, que con la publicación de ‘Le dedico mi silencio’ pone punto final a 60 años de carrera como novelista.
‘La guerra del fin del mundo’, Sandra Araya
“La primera vez que leí a Vargas Llosa, no sabía quién era. Es decir: no tenía idea de su figura ni de su importancia dentro de la literatura hispanoamericana. Lo leí solamente porque su nombre me sonaba y porque tenía a mi disposición un librero lleno de autores del ‘boom’, entre otros. Tenía 14 años.
Los protagonistas de la novela que leí entonces, ‘La ciudad y los perros’, tendrían un poco más de años que yo. Eran niños violentos, hasta soeces, pero niños. Así que esa primera lectura está emparentada con mi ciclo vital: para una adolescente retraída, una lectura de jóvenes entre la hostilidad del mundo y sus deseos.
Años después, como presente de mis 18 años, mi tía me regaló ‘La guerra del fin del mundo’. Y lo amé. Amé la violencia, la soledad, la luz que se desprendía de la fe de sus personajes y de la aridez del territorio que transitaban: el ‘sertão’, algo para mí solamente traducible como desierto, como ruinas.
Las ruinas de un mundo que espera renacer, quizás en vano. Como siempre. Como sigue sucediendo ahora, tantos años después, tantos que Vargas Llosa ha dicho que se jubila, tantos que ya no soy una jovencita, sino una mujer de mediana edad que abre nuevamente este libro sobre Canudos, a la espera de que después del fin del mundo haya algo más”.
‘La fiesta del Chivo’, Óscar Vela
“Para pronunciarme sobre la obra narrativa de Mario Vargas Llosa necesariamente tengo que dividirla en dos partes, la primera en sus inicios con lo que fue para mí una novela deslumbrante que me marcó en la juventud: ‘La ciudad y los perros’; y, más tarde, con otra obra monumental: ‘Conversación en La Catedral’, que terminó por convertirme en un lector siempre agradecido con todas sus publicaciones.
Sin embargo, si tuviera que escoger una sola de sus novelas, a estas alturas del siglo XXI, me quedaría con ‘La fiesta del chivo’, una novela maestra en el manejo de la tensión y del suspenso, escrita en clave de ficción histórica y construida como un complejo edificio literario de tiempos y espacios.
En esta novela flota como una presencia maligna y omnipresente el general Rafael Léonidas Trujillo, aquel brutal dictador dominicano que dirigió a su país a fuerza de sangre y miedo, durante más de 30 años, hasta que cayó en su propia ley, tal como se narra en la sobresaliente obra de uno de los mejores narradores latinoamericanos de todos los tiempos”.
‘Conversación en La Catedral’, Leonardo Valencia
“Vargas Llosa nos debe una novela. Es la de un personaje que no ha sido explotado en todo su esplendor demoníaco. Me refiero a Fonchito. Aparece en tres novelas menores: ‘Elogio de la madrastra’, ‘Los cuadernos de don Rigoberto’ y ‘El héroe discreto’, y en algún cuento infantil prescindible. Es el alter ego más auténtico del novelista peruano; con un lado oscuro y, como dije, con cierto matiz demoníaco.
Al lado de él, Lituma es una transacción trasnochada con el compromiso social. Una pena que no le haya dedicado el protagonismo absoluto en una novela.
El reprimido de Santiago Zavala de ‘Conversación en La Catedral’, la mayor novela de Vargas Llosa, se desnuda en las posibilidades no cumplidas y míticas de Fonchito. No le perdono a este autor que anuncie que cierra la cantera. Hay que morir en el combate, aunque quede obra inconclusa. Fonchito cumpliría el retorno completamente abierto de lo reprimido”.
‘La guerra del fin del mundo’, Ernesto Carrión
“Es la novela que me ha cautivado más de Mario Vargas Llosa. Es lo que puede denominarse su obra maestra. Había disfrutado de ‘La tía Julia y el escribidor’, así como de ‘La ciudad y los perros’ o ‘Historia de Mayta’.
Sin embargo ‘La guerra del fin del mundo’ es arriesgada, no solo por su ambiciosa extensión, sino por el modo en que el novelista peruano atrapa un suceso histórico de Brasil y lo convierte en un viaje hacia la tragedia de los desposeídos y las formas en que las fuerzas políticas y cierto misticismo (o noción de salvación, dentro de lo que cabe) actúa en nuestras sociedades.
A la hora de escribir, de hacer literatura de un suceso histórico real, siempre existirán riesgos que pocos novelistas están dispuestos a correr. Por un lado, cómo escribir sin caer en absolutos. Sin ponerse de algún lado específico. Y por otro, cómo lograr plasmar esos tonos grises y esas debilidades en los personajes que son tan necesarios para la literatura.
Esta obra es realmente estupenda por el modo en que termina, provocando un diálogo entre la novela histórica y la novela de aventuras, mientras un sentido oscuro, mortalmente humano y apocalíptico, va arrasando con todas sus páginas”.