‘Trainspotting’, estrenada en 1996, cumple la edad de un clásico y se ubica entre las grandes películas de la historia. Acá un recordatorio sobre su importancia en la vida diaria.
No pensé que la vida me diera la oportunidad de hablar/escribir sobre ‘Trainspotting’ como lo que es ahora: un clásico.
Sólo pensar en ella me conduce a ciertas realidades de la edad adulta: es verdad que el tiempo pasa volando; es verdad que la vida puede acabar en cualquier momento; es verdad que la vida puede cambiar radicalmente de un segundo al otro; es verdad que es mejor tener que no tener estos tres accesorios: salud, dinero y amor.

La cinta, escocesa de nacimiento, se estrenó en 1996, hizo ruido primero en circuitos de cine independiente y luego pasó a los grandes salones y a la sección VIP.
La vi, primero, en un VHS que circulaba entre los amigos. La usábamos para traficar o traficábamos con ella, como si fuera mercancía de contrabando.
Lo tenía todo: los personajes eran/son jóvenes adictos a la heroína (un poco mayores que nosotros, pero muy cercanos igual); tenían una vida miserable pero atractiva, andaban en la suya aunque eso les costara no saber dónde dormir o cómo despertar; tenían sentido del humor y eso mostraba inteligencia y ternura; también eran unos completos salvajes a los que uno aplaudía por temerarios.
Y, esto merece un párrafo aparte, capaz lo realmente irresistible era la música, la banda sonora, las canciones como postes de luz a lo largo de la película, alumbrando esos momentos de vereda oscura y explicando la gravedad de las cosas y su verdadero significado.
‘Trainspotting’ nos tocó a nosotros, es nuestra por derecho generacional. Nos desvirgó. Nos hicimos mayores de edad viéndola y nos robamos harto de la película para ponerlo en nuestras vidas: diálogos, el soundtrack entero, las malas y peores decisiones, cierta inclinación hacia la aventura.
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‘Trainspotting’, la tentación
Como pasa con las grandes películas sobre sustancias, uno ve ‘Trainspotting’ y cae en tentación: en su momento, cuando éramos jóvenes y bellos y estos personajes eran nuestros influencers, brindamos mucho en su nombre y nos pasamos de la línea en honor a lo que nos enseñaron.
La lección, la moraleja de la película, no era anti-drogas sino y más bien pro-cine. Un tipo de cine más y mejor apegado a la verdad, de rigor estético y moral clara.
Uno veía ‘Trainspotting’ y no corría a buscar heroína pero sí a ver más películas, en tu casa, en las salas, con tus amigos, con tus novias. Fue, sigue siendo, una de esas cintas que justifican y apoyan las horas que llenado viendo cine.
Pasados los años, y de esto hay que sentirnos orgullosos, una de nuestras películas fundacionales se incluye por edad y sobra de méritos entre las indiscutibles de la historia. Camina hombro a hombro y a veces muy de la mano con clásicos como ‘Taxi Driver’ o ‘La naranja mecánica’, en el sentido de plantearle una alternativa al mundo.
Quiero decir que la gente que vino después y detrás de nosotros tendrá que verla como parte de su formación cinéfila y humanista, que entre sus obligaciones estará verla y estudiarla y saber que la película sobre drogas es también la película sobre la amistad y la película sobre salvarse a tiempo (aunque sólo se salve uno, cuánto mejor si ese uno que se salva es uno mismo).
Qué suerte, también, ya no estar en ese momento ni en ese lugar en el que se le pedía a ‘Trainspotting’ que nos resuelva los problemas.
Qué alivio, sobre todo, ya no querer ser como uno de esos personajes.
Y qué tranquilidad saber que aún muchos/tantos pasarán por ella y perderán la cabeza y se darán duro tratando de superarla. Ese día hablaremos, queridos hermanos, sobre la tierra de la que vinimos.