Con dos temporadas, la segunda se estrenó en julio pasado, ‘The Bear’ se ha convertido en una de las series favoritas de la crítica en Estados Unidos, gracias a las historias que se tejen dentro y fuera de la pequeña cocina de un restaurante de Chicago.
La cocina del restaurante The Original Beef of Chicagoland es un caos. Hay restos de comida en el piso, paredes llenas de grasa y un teléfono que suena sin parar. Allí todos hablan a gritos, insultan y maldicen. Lo hacen mientras fríen carnes, saltean verduras, preparan caldos, hornean panes y sirven sánduches a una velocidad endemoniada.
Esta cocina es el escenario principal de ‘The Bear’ (‘El Oso’), una serie de televisión que tiene como personaje principal a Carmen Berzatto, un galardonado chef de alta cocina de Nueva York, que regresa a Chicago, su ciudad natal, para dirigir el restaurante en quiebra que le heredó el recién fallecido Michael, su hermano mayor.
Carmen no solo tiene que lidiar con el caos de esta cocina y con las tensiones que hay con su equipo de trabajo sino con su ansiedad y el duelo por la muerte de su hermano. Como si esto no fuera suficiente, están los líos por los permisos de funcionamiento del negocio, la falta de dinero y los conflictos callejeros que se arman afuera del restaurante.
La primera temporada tiene ocho capítulos, que duran entre 30 y 45 minutos. Siete horas y media de una mezcla de comedia y drama que rompe con ese mundo idílico alrededor de la gastronomía, con la que nos ha empachado la televisión durante la última década. En esta historia, las estrellas Michelin y los emplatados perfectos son solo material para la ironía.
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Desde el primer capítulo queda claro que para Christopher Storer, el creador de la serie, lo importante en esta serie es el mundo interior de los personajes. Hurga en las profundidades de cada uno para mostrar sus claroscuros, sus carencias y sus miedos. Lo mismo hace con la ciudad, que aparece despojada de sus típicas imágenes de postal.
‘The Bear’, primera temporada
En la primera temporada, el peso dramático de la historia recae sobre tres personajes: Carmen, el Ferran Adriá de la cocina gringa; Sydney; una joven chef que intenta pagar su crédito universitario, con buenas ideas pero poca experiencia; y Richard; el primo de Carmen, un cuarentón convencido de que el pasado siempre fue mejor.
Ellos y un puñado de memorables personajes secundarios son los encargados de mostrar al espectador que una cocina puede ser un buen ejemplo del caos urbano actual, pero también un lugar en el que no solo se cocinan carnes y salchichas, sino también uno en el que se sazonan los miedos y las heridas y se cuecen los sueños y los proyectos familiares.
Estos personajes se convierten en seres cercanos al espectador, gracias a actuaciones memorables como la de Jeremy Allen White (Carmen) y al guion escrito por Storer, que tiene entre sus muchos aciertos abordar temas coyunturales. La adicción a los analgésicos y el elevado nivel de angustia con el que vive mucha gente de la sociedad contemporánea son parte de sus tópicos.
La trama viene acompañada de mucho ruido de calle, sonido ambiental y de una banda sonora llena de canciones del rock convencional y alternativo de las décadas de 1980, 1990 y 2000. Entre esos temas están ‘Let down’, de Radiohead, ‘Animal’ de Pearl Jam y ‘Saint Dominic’s Preview’’, de Van Morrison.
La temporada cierra con la misma velocidad visual y narrativa con la que empezó. Tanto en la cocina como en la vida de los personajes parece que el orden va ganándole espacio al caos. Una aparente calma que se pone a prueba desde el primer capítulo de la segunda entrega, que arranca con un cambio radical de imagen y concepto del viejo restaurante familiar.