Anagrama, Barcelona, 2012
El enigmático suicidio de Adrian Finn a los veintidós años es el foco de la novela narrada por su amigo Tony Webster.
La trama evidencia el carácter de los personajes, desarrollado desde los años colegiales hasta la soledad de la vejez. Reflexiona sobre el recuerdo, el olvido y el remordimiento frente a lo implacable del tiempo que destroza la vida, los proyectos, las ilusiones.
La primera parte se enfoca en las vivencias juveniles de Tony, Colin, Alex y Adrián, sus escasos amoríos, sus pensamientos y promesas no cumplidas.
Pero el narrador sería poco fiable; narra el autoengaño de quien cuenta la historia con matices falsos que a lo largo de la vida se vuelven “verdaderos”. Barnes pone en duda la historia, contrastada desde el punto de vista de la historia personal, sus versiones, la falta de documentación, la memoria, el solipsismo y la verdad revelada.

Tony es un tipo ordinario, un gris que ocupa 186 páginas y toma matices por personajes como Adrián y Verónica. El diario de su difunto amigo —del cual no tenemos más testimonio que una carilla— enfrenta al narrador contra su memoria y el remordimiento de los errores terribles, irreparables, revividos en un Londres que tampoco es el mismo.
El sentido de un final está lleno de reflexiones filosóficas, sociales y psicológicas. Barnes es consciente de su escritura, intuye lo que el lector piensa y lo conduce como títere de las emociones a través de sus páginas. Al final, Tony entiende que su vida no ha sido como un libro.
Sabe que darse por vencido es entender la realidad. Busca el sentido de la vida entre recuerdos insulsos y banales. Un rompecabezas en el cual la pieza más importante la completa el lector.
(Santiago Peña B.)