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Haciendo todo para este mundo: literatura latinoamericana y rock

El rock y la literatura latinoamericana conversan como dos viejos amigos que no se imaginan la vida sin el otro. Este es un recorrido por novelas rítmicas y canciones que son poesía.

La literatura ha dialogado siempre con los tiempos que corren. El rock, desmedido y est ridente, no es personaje ajeno en esta conversación. Así llegaron los Stones y Eric Clapton a incendiar los barrios de una Cali desbocada en ¡Qué viva la música! (1977). Lo propio hicieron The Doors, AC/DC y The Cure cuando sacudieron las páginas de Opio en las nubes (1992) de Rafael Chaparro, ganador del Premio Nacional de Literatura en Colombia.

Rock

“En Latinoamérica el rock y la literatura se entrelazaron desde sus inicios. El movimiento contracultural mexicano La Onda tiene en La Tumba (1964) de José Agustín una novela pionera que combina rock’n’roll, transgresión de normas burguesas, submundo y el romanticismo de Rimbaud” dice Javier A. Rodríguez-Camacho, autor de “Testigos del fin del mundo” (2023).

El mexicano Juan Villoro lo tiene claro. Ya había prologado “La poesía en el rock” (1976) y creó los guiones de “El lado oscuro de la luna”, un programa sobre rock de los años 60 y 70 emitido por Radio Educación entre 1977 y 1981. En “Tiempo transcurrido” (1986) abrió espacio a la música de la contracultura y el movimiento estudiantil de 1968 hasta llegar a los megaconciertos Live-Aid de 1985. La reedición de 2015 incluye el disco compacto “Mientras nos dure el veinte” con composiciones de Diego Herrera, integrante de Caifanes.

Décadas después su coterránea Brenda Navarro, finalista del Premio de Novela Vargas Llosa 2023, hace protagonista de Ceniza en la boca (2022) a la banda neoyorquina Vampire Weekend. Aunque es “un grupo americano blanco que hace una música increíblemente feliz” le permitió establecer una contradicción con Diego (el personaje suicida de esta novela) “pues él es todo lo opuesto, un chico pesimista. Me parecía una buena autocrítica para Diego y para mí decir: tú también necesitas un placebo, escuchar música feliz porque, si no, la vida sería horrorosa”.

Rock: que los riffs aviven la escritura.

Para Antonio Ortuño la música ha sido estímulo e influencia a través de numerosas claves estéticas. El finalista del Premio Herralde de Novela en 2007 es autor de “La Armada Invencible”, novela donde el heavy y el thrash son protagonistas a través de una hermandad de músicos. Cada libro que escribe tiene su propio soundtrack y un conjunto de acordes que, en sus palabras, lo ponen en la tesitura necesaria para crear. Pescado Rabioso y Sui Generis, Nick Cave, The Misfits y Ramones son algunas de sus referencias, compañías o devociones.

La uruguaya Carolina Bello hace un contrapunto con su análisis novelado del disco Oktubre de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El libro hace parte de la colección “Discos” (Estuario Editora), iniciativa del académico Gustavo Verdesio. El trabajo de Bello es una ficción anclada en hechos verídicos que le permitió recrear una época “y establecer metarreflexiones sobre la música y su lugar de enunciación en cada momento histórico”.

Argentina, país que algunos consideran la cuna del rock en español, nos regala las letras de Leila Guerriero y su perfil de Fito Páez, “No me verás arrodillado”. A ella se suma la crónica de Mariana Enriquez “Cuando ya me empiece a quedar solo” sobre un Charly García que “desborda talento y furia”, y hace aparecer a David Bowie, The Velvet Underground y Leonard Cohen en Nuestra parte de noche. La triada se complementa con “El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones” (2022) con espacio para Morrisey, Suede y Manic Street Preachers.

Camila Fabbri revela su amor descomunal por Charly en El día que apagaron la luz (2019), novela atravesada por la cultura rolinga.

La conciencia de la rítmica, de los silencios, del tempo de una canción tiene que ver mucho con la estructura de un texto: dónde poner la puntuación, dónde va el punto aparte. La relación es enorme y profunda”.

Camila Fabbri

Entonces comprendemos fenómenos como que “el principal impulsor del sello independiente Mandioca, donde grabaron por primera vez Manal, Vox Dei y Tanguito -el origen mismo del rock argentino- haya sido Jorge Álvarez, conocido también por ser el editor que publicó a Puig, Walsh y Saer”, como lo recuerda Rodríguez-Camacho.

Los ejemplos son infinitos y se extienden en un ritmo perpetuo: los aires nadaístas de Los Yetis. La hibridación perfecta de música, ilustración y escritura del ecuatoriano Roger Ycaza. Mick Jagger leyendo el cuento “El Sur” de Borges en la película “Performance” (1970), como lo cuenta el investigador Daniel Mecca. Joselo Rangel y sus Crócknicas Marcianas (2014).

El músico y escritor Diego Londoño lo resume bien: “La literatura debe tener un ritmo, un tono y una forma de llevarte por un oleaje que tiene la misma intención del rock. Entre más musicalidad tenga una historia, más se conecta con el sentir de quien lee”.

Mientras Jagger hable de Orbis Tertius, habrá vida, libros y rock.

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