Anagrama, Barcelona, 2018
La apachería abarcó, en su mejor época, 660 mil kilómetros; o sea, al momento de la llegada de los conquistadores a América. Luego esos territorios pasaron a pertenecer a Nueva España, México y Estados Unidos y los apaches se volverían invasores y los cazarían y perseguirían, porque nunca los vencieron.
Solo pararon los ataques cuando llegaron a un acuerdo con los norteamericanos y Gerónimo, su líder, se rindió en 1886.
Álvaro Enrigue no solo cuenta la historia de esa rendición en Ahora me rindo y eso es todo, sino que le da cuerpo, espíritu y alma a ese grupo no solo maltratado por el cine sino convertido en asesino por el popular género del wéstern.
Enrigue logra algo impensable, nos pone de su lado: “Los apaches fueron, sobre todo, un pueblo digno, y la dignidad es la más esotérica de las virtudes humanas”.

Divide la novela en tres: Janos, 1836; Álbum y Aria. En la primera parte ingresamos a la apachería, los conocemos en su marcha por territorios desérticos y en su habilidad casi fantasmal para desaparecer en el paisaje.
Esa primera parte toma la forma de un spaghetti wéstern por sus personajes y aventuras; la segunda sección explora el destino de los apaches en la historia y, la tercera, cierra el relato con el que arranca la novela.
Enrigue y su propia familia se inscriben dentro de la trama al ir tras las huellas de Gerónimo por el centro-sur de Estados Unidos. En este tiempo de retórica sobre muros y razas una novela como esta, con una prosa brillante, que habla de la frontera móvil que separa Estados Unidos de México y mira, desde la historia, a sus habitantes, logra resignificar a la literatura.
(Gabriela Alemán)