La colombiana Laura Restrepo, ganadora de los premios Sor Juana Inés de la Cruz y Alfaguara de Novela, regresa a las librerías con la reedición de su novela ‘Hot sur’. Conversamos con ella sobre una producción literaria que mantiene su vigencia en un mundo lleno de migrantes.

“… la historia de una vida es esa vida, que a la larga sólo existe en la medida en que hay alguien que la cuenta y otro alguien que la escucha” dice uno de los personajes de ‘Hot sur’ (publicada originalmente en 2012 y reeditada por Alfaguara en 2023). La escritora y periodista colombiana Laura Restrepo es ese alguien que cuenta las vidas de “los verdaderos protagonistas del mundo contemporáneo” que son los migrantes.
En este ‘thriller’ con asomos de diario y reportaje, Restrepo cuenta la vida de tres mujeres que habían creído encontrar en el sueño americano su propio sueño. Prestando su voz a Cleve (profesor de escritura creativa en la cárcel de Mannipox), Ian Rose (padre de aquel) y María Paz (una migrante indocumentada que termina confinada en esa prisión), narra un camino de muertes, fronteras, encierros, solidaridad y la condena del afuera.
¿Dónde nace la idea de volver a publicar ‘Hot sur’?
Este lo publicó Planeta y es el único de mis libros que no tenía Alfaguara. Ocurre que lo escribí hace once años y cayó en una coyuntura no tan propicia como esta. Creo que, aunque tenga forma de thriller, este es un libro muy político que habla del fin del sueño americano, de la decadencia de un tipo de civilización, y cómo la cultura norteamericana, que fue el faro durante tanto tiempo, ha ido perdiendo el eje. Los restos republicanos de esa nación se fueron perdiendo y fue quedando esa ofensiva guerrera, las invasiones en tantos países donde no dejaban piedra sobre piedra, pero tampoco ganaban las guerras. Cuando la novela salió todavía estábamos en los tiempos del influjo de Fukuyama, el apogeo de la democracia liberal, el capitalismo como forma sublime de la humanidad, el progreso imparable como logro. En ese entonces no era tan claro que la sociedad norteamericana hubiera entrado ya en declive, así que creo que fue un libro difícil de leer porque parecía fuera de lugar.
¿Quiénes inspiraron a esas mujeres extraordinarias de ‘Hot Sur’?
La verdad es que entrevisté a mucha gente. La prisión de Mannipox no existe realmente pero yo daba clases en Cornell y recorría el norte del estado de Nueva York cuando no tenía clases. Entrevisté a muchas latinas que me contaron cosas geniales, y muchos de los cuentos y de los personajes están armados sobre eso. Conocí a una colombiana que creía en brujas y magas; me contó que se fue a pedir la famosa green card con su escote, perfumada y arregladísima, se le sentó al tipo y dice que lo miraba entre las cejas, le clavaba los ojos y pensaba: “Dame la green card, hijo de puta, dame la green card” toda seductora por fuera, y por dentro pensando. Por ejemplo, de ahí tomé cosas para crear a Bolivia, la madre de María Paz. Esas son historias con las que me ayuda la gente cuando me las cuenta, así que fue fácil armar a los personajes.
¿Cuál es el mejor personaje de Laura Restrepo?
Disfruté mucho con el monstruo de Sleepy Joe. Me parecía terrorífico ese asesino en serie que oficia como una especie de sacerdote en una misa negra, además guapérrimo y seductor de mujeres; ese me gustaba. Y María Paz me inspiraba porque tenía sentido del humor; eso es maravilloso. Esa mezcla entre un gran drama histórico y al mismo tiempo el desparpajo con el que se depilan las axilas, que también es muy femenino. No hay jerarquización en una conversación entre mujeres. Es de lo más cotidiano.
Pasando al grueso de su obra, ¿cómo ve a sus personajes migrantes a la luz de los años recientes?
Yo le he venido siguiendo la pista a lo largo de varias etapas a esa gran migración masiva. La primera, con ‘La multitud errante’, una novela que hice sobre un desplazamiento interno colombiano que ya era enorme, los desplazados de la violencia que venían a engrosar las barriadas paupérrimas de Barrancabermeja. Después vino ‘Hot sur’. Más recientemente está ‘Canción de antiguos amantes’, sobre el desplazamiento masivo en las zonas desérticas de Yemen, Somalia y Etiopía. He tratado el tema en distintos momentos porque me apasiona y porque creo que ese es el futuro: la migración, el calentamiento global, una guerra mundial que a cada rato asoma la cabeza, y la conciencia de que toda guerra mundial a partir de este momento será atómica.
¿Cómo retrata su literatura estos fenómenos?
Poniendo en tela de juicio los hitos culturales. Por ejemplo, uno de los hitos que está siendo cuestionado es el de la gran ciudad. Leía en el ‘Washington Post’ que con el calentamiento global y el ascenso de las temperaturas estamos esperando una serie de bacterias y de virus para los cuales el ser humano no está preparado, que se cultivan en otro tipo de climas, en otras temperaturas… Entonces, que siga llegando la migración a hacinarse en las barriadas de las ciudades no trae sino ampliación de la miseria para los locales y para los que llegan. Va a ser tan abundante la migración que es difícil pensar en soluciones posibles, pero al menos podemos menos avanzar en una cultura solidaria del camino, opciones de albergue momentáneo o de trabajo temporal en cosechas o en maquilas como las hay en México. Hoy uno de los grandes problemas es que ya no hay dónde llegar; los puntos de partida están por todos lados pero no hay puntos de llegada. Es una especie de humanidad en el camino, como seguramente fue en los inicios antes de que se produjeran los grandes asentamientos urbanos.
Cuando uno entra en su literatura siempre está eso que usted llama el motivo detrás del motivo. ¿Cuál es ese motivo en sus novelas?
Yo siento pasión por detectar los grandes cambios culturales. ‘Delirio’ tuvo gran significación para el país pues reveló algo y estaba reflejando los grandes cambios que el narcotráfico había traído. Creo que ‘Hot sur’ marca el momento en que EE. UU. deja de ser el sueño dorado de la humanidad para convertirse en una cultura decadente; es la caída de ese mito. ‘Y Canción de antiguos amantes’… sin ser catastrofista, yo creo que, a menos de que se produzca un cambio muy sustancial, estamos avanzando hacia lo que puede ser el fin de los tiempos, y creo que es una sensación que tenemos todos. Este puede ser el último trecho del camino y las señales están ahí. Explorando ese lugar límite que es toda esa zona desértica, con una crisis humanitaria y bélica tan tremenda, ¿qué clase de prosa, qué clase de técnicas narrativas se acuñan para narrar lo que puede ser el principio del fin?
En ‘Hot sur’ Ian Rose dice que lo que no se narra es igual a lo que no ocurre. ¿Qué representa para usted narrar desde la literatura hoy?
En ‘Canción de antiguos amantes’ cuento algo que me impresiona mucho, y es que la mayoría de las mujeres llevaban unas bolsitas de plástico con papelitos adentro para entregárselas a cualquiera que pareciera venido de afuera; eran unas minibiografías: me llamo tal, vengo de tal lado, dejé a mi mamá enferma en tal pueblo, no encuentro a mi marido, si alguien sabe de él, dígale que lo estoy buscando. Y yo decía: es como un mensaje tirado al mar en una botella porque ¿uno qué podía hacer por esas personas? Son como las letras que graba con la uña un desaparecido en el muro de la celda clandestina: yo estuve aquí, yo pasé por aquí, ¡que alguien lo sepa!, quizá de la misma manera como el hombre primitivo ponía la mano en el muro para que se supiera que él había estado ahí. Para mí la literatura es un intento de registrar la huella de tanta gente…