‘Hotaru no Hikari’ (La luz de la luciérnaga) del artista Roberto Noboa se exhibe en el Museo de Antropología y de Arte Contemporáneo de Guayaquil (MAAC). La muestra se puede visitar hasta el 3 de diciembre.
Entre el dormir y el despertar
En ‘La luz de la luciérnaga’ Noboa cuenta un sueño, pero también habla de imágenes que ve cuando está despierto. Y comparte su propia duda frente a lo que es real o inventado. Dejamos de ser espectadores para incluirnos en un viaje que hace a través de un monedero vacío (esto es crucial en su sueño).
Parecido a la experiencia de’ Alicia en el país de las maravillas’, entramos junto al artista dentro de ese monedero y descubrimos un sinfín de libertades posibilitadas por la voz del inconsciente. Luego, ya parados en la realidad frente a las obras vemos conejos: figuras familiares dentro del repertorio de imágenes del arte de Noboa.
Descubrimos también tocadiscos, un teléfono antiguo o llaves que habrían sido útiles en tiempos lejanos. Son objetos relacionados a la infancia del artista. Son también actores, ahora con tintes psicológicos.
¿Dónde aparece la luciérnaga? Casi en todos lados. Su presencia es una metáfora de lo nuevo que ocurre en la paleta y en el mundo del artista. Describe su sueño, y da paso al “espacio libre” que él necesita para descubrir nuevas imágenes cargadas de válidos significados.
El espacio libre al que alude se potencia en sus obras recientes. La conquista de lo abstracto lo empodera. De repente, una serie de claves cobran sentido. Revisemos: es un monedero vacío el que le permite un viaje imaginario que a la vez dialoga con su propia realidad. Tras ese viaje inventa, descubre, pinta.
La huella
Sus cuadros recientes crean un entorno poético, incluso melancólico. Las historias no se cuentan completas sino en fragmentos, y las capas, que trabaja con óleo, dejan ver huellas de lo que ha borrado. Sus cuadros guardan registros previos. Entre capas salen a la luz figuras humanas con poses clásicas, etéreas, románticas.
En la exposición hay lápices, tintas, acrílicos y carboncillo sobre papel, y carboncillo sobre cartón: trabajos que recogen el uso del color negro y que en su mayoría se colocaron en una sola pared de la sala. Se creó ahí un territorio teatral donde aparece el conejo. A veces está claramente dibujado, otras veces solo está su sombra bosquejada.
No hay duda de que en esa pared el conejo tiene un rol protagónico. Es el único personaje que nos visualiza e interpela. Crea contrastes y tensiones, pero a la vez suma al diálogo onírico y lúdico que se ha generado en la sala entera.
En ‘La luz de la luciérnaga’, Noboa muestra cambios en su obra. Las escenas de sus cuadros ahora tienen colores pasteles, tonalidades que conectan con un ambiente parecido al del rococó y evocan el espíritu de la inocencia, el de la época infantil.




Roberto Noboa
En los años noventa, Roberto Noboa (Guayaquil, 1970) , exhibía en Ecuador cuadros como ‘Gallina’, piezas que lo convirtieron en un artista algo irreverente, incomprendido y distanciado del discurso estético local. Esos años fueron también los de su formación: estudió arte en Clark University (Massachussetts) de 1989 a 1993, y luego hizo una maestría con especialización en pintura en Nueva York, en NYU, de 1996 a 1998.
Sus intereses comprendían desde el ‘bad painting’ de Jean Michael Basquiat hasta acercamientos más psicológicos y subjetivos a la pintura como los expresados en la figuración de Francesco Clemente. Estudió también a los artistas abstractos de la Escuela de Nueva York y desde ese momento investiga en su trabajo las posibilidades del ‘all over painting’.
Hay un aspecto que ha permanecido esencial en su lenguaje estético. Se trata de cómo sus cuadros fusionan lo figurativo y lo abstracto. Esto le ha permitido crear escenas aparentemente irresueltas e inacabadas, sugiriendo historias cuyos sentidos podrían seguir siendo difíciles de comprender.
Pero, el paso del tiempo, que ha permitido mirar su obra en sus continuas exposiciones o en el libro que lleva su nombre (publicado por sus 25 años de trabajo artístico), transforma la lectura de su arte. Sus cuadros van desde la ironía y el sarcasmo hasta comentarios profundamente poéticos y sensibles sobre la existencia del ser humano en el mundo.