@pescadoandrade
“NO”, la película chilena estrenada originalmente en 2012, está en Netflix. Si no la vio, ya no tiene excusas. Si la vio, vuélvala a ver. Es necesario
Me gusta cuando cambiamos la pregunta.
Cuando pasamos del qué has visto al qué has vuelto a ver.
Volver, regresar, andar sobre los pasos para recogerlos y guardarlos, o volverlos a tirar, es el pecado mejor castigado de la actualidad.
Así las cosas, ¿por qué no hacerlo?
Lo dicen los escritores: releer es más importante que leer.
Lo dicen los cineastas: volver a ver es más importante que ver por primera vez.
¿Qué se puede pensar de una película que no se deja volver a ver? Muy poco y muy rápido, de pasada (en el sentido de pasemos a otro tema lo antes posible).
“NO”, la cinta chilena estrenada originalmente en 2012, está en Netflix.
Pasa en 1988, cuando, luego de 15 años de régimen/dictadura militar, el gobierno de Augusto Pinochet se vio obligado a convocar un plebiscito que, finalmente, cortaría su mandato.
Pasa, además, en formato cuadrado, con líneas verticales a los lados, parece hecha en VHS o vista en Betamax y la estética tiene todo que ver: esas luces que saturan y brillan como sombras, los bordes desenfocados de nuestros recuerdos.
La ironía de “NO”
Uno quisiera pensar y creer que esta es una historia política y comprometida, sobre lo que se tuvo que hacer para sacar a los militares del poder. Pero no. Es más publicitaria e irónica de lo que alcanzamos a percibir en un primer momento.
Se cuenta, y muy bien, el desarrollo de una campaña a favor del NO, basada a su vez en la alegría (eso que hoy llaman amor). El tema de fondo, un
Al comienzo, comprensiblemente, los familiares de desaparecidos, los que no pueden enfrentar el pasado reciente con una sonrisa y una canción, se oponen a la ligereza pop de la campaña, les parece que no hace justicia ni señala ni condena.
Todo cambia, claro, cuando empiezan a ganar. Por decirlo de alguna manera: si no puedo ganar a mi manera, igual prefiero ganar.
La película también cambia desde ahí y uno se pregunta dónde me paro.
Por un lado, no se le puede decir que NO a una campaña que quiere acabar con la dictadura; por otro, las formas profundas y superficiales de la misma prologan un futuro neoliberal y desigual que, en el caso chileno, inventó un país gringo-europeizado que (lo vimos en el estallido social del 2019) terminó reventado y aún así por encima de la media entre los de la región.
Están los cantos que evocan la interrumpida presidencia de Salvador Allende; están los taxistas que dicen que extrañan a Pinochet, que ojalá venga otro Pinochet, y pronto.
La película va por ahí, por esta sensación horrible y desastrosa de pensar que estamos haciendo lo correcto sabiendo, de antemano, que igual tendrá consecuencias terribles.
La victoria de hoy será la derrota de mañana. Y nos tocará volver a pelear.
Hay que tomar una decisión y hacerse cargo.
Así crece la gente, así crecen los países, así crece el cine.
Uno estira el brazo, entrega la mano abierta, y al tomar la mano del otro suelta las manos de todos los demás.
Uno, mal que mal, elige a quien aprieta.