Andrés Villalba
Cinosargo, Chile-México, 2016
Con este libro Villalba alcanza un hito crucial en su obra pues tiene poemas originales y recupera textos de Cuaderno Zero (2010) y Soterramiento (2014). Este quiteño es un poeta fuerte, corrosivo, polémico, complejo, creativo y autodestructivo a la vez, heredero de poetas andinos como Dávila Andrade y César Vallejo, así como del argentino Osvaldo Lamborgini.
En el poema “Imán de bergantes” escribe: “Si Lamborghini supiera el terrible daño que me hizo ‘my only psiquiatra punk’”. También —lo comentó en una entrevista— recibió un impacto enorme cuando escuchó en su adolescencia a The Doors y conoció a Jim Morrison, gracias a un disco que le obsequió su madre.

Poema y prosa poética que coquetean con aforismos a través de los cuales se filtra Ciorán. Entre un lenguaje, en apariencia caótico, irrumpe la impresión de una derrota inevitable del poeta frente al lenguaje y ante la vida.
Villalba lucha con las palabras y su sentido y sentencia que “la escritura es un acto de dignidad ante la tiranía del lenguaje”. Retuerce las palabras, las lleva al límite de su sentido, las agota. Tal vez la clave de su poesía resida en una frase de “la poesía es la tumba de todo”, donde afirma que “solo hay que dejarse arrasar por el delirio de las palabras: olvídate de su significado, olvídate si está bien o está mal”.
El poema “Hurto” es singularmente intenso y relata el viaje de dos hombres. Uno se embarca en España y otro en Líbano; el azar los conduce hasta estas tierras. Son los ancestros del poeta. Una épica de trashumantes sin la condición de héroes, son hombres, simplemente. Y cierra el libro con un texto incendiario: “Escribe Mendoza”.
(Carlos Arcos)
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