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Mujeres que escriben la historia de la música

La abadesa benedictina Hildegarda de Bingen, “la sibila del Rin”, compuso 159 obras, entre poemas musicales y melodías litúrgicas, el mayor compendio de un autor en el siglo XII, no igualado por ningún compositor en Europa hasta dos siglos más tarde.       

Entre finales del siglo XVI y principios del XVII, cortes, academias y conventos, sobretodo en Italia, fueron accesibles a la creación musical femenina.

En el siglo XVIII proliferaron cantantes de ópera, pianistas, clavecinistas, violinistas, compositoras, profesoras, editoras y empresarias teatrales en varios países europeos.

Isabella Leonarda, de la orden de las ursulinas, incursionó desde 1670 en la música sacra con más de 200 composiciones, mientras la laudista, organista y cantante Maddalena Casulana fue pionera en publicar sus composiciones a finales del siglo XVI. 

La florentina Francesca Caccini se destacó en el escenario musical de su tiempo y se le atribuye el mérito de ser la primera fémina que escribió una ópera en 1607. 

Exclusión en el ejercicio profesional 

En familias nobles, la educación musical era rigurosa para ambos géneros, pero el aporte de las mujeres no siempre alcanzó notas tan altas como en el caso de los hombres, no por falta de talento sino por desvalorización social o por omisión en el ejercicio profesional. 

Clara Wieck Schumann, niña prodigio, compositora y concertista del romanticismo, dedicó buena parte de su vida a la edición y difusión de la música de su esposo, el también compositor y pianista alemán Robert Schumann. Se sentía desmerecedora de los elogios a su virtuosismo, aunque vinieran de músicos de la talla de Chopin y Liszt.

Fanny Mendelssohn recibió una educación privilegiada, pero su padre le impidió desarrollarse profesionalmente en la música e incluso una parte de sus más de 400 composiciones se conocieron bajo la autoría de su hermano, el compositor y pianista Felix Mendelssohn.

Batuta en mano

Solo los hombres subían al podio. Ethel Leginska en la Filarmónica de Nueva York, en 1925, y Antonia Brico en la Filarmónica de Berlín, en 1930, fueron ejemplos tempranos de la valía de las mujeres como directoras de orquesta. 

Entre la constelación de directoras que rompieron con el estereotipo masculino en su profesión están la estadounidense Marin Alsop (sinfónicas de Baltimore y de Sao Paulo), la australiana Simone Young (Ópera de Sydney y Filarmónica de Hamburgo), la española Inma Shara (primera mujer en dirigir un concierto en el Vaticano), la lituana Mirga Grazinyte-Tyla (Sinfónica de Birmingham), la mexicana Alondra de la Parra.

(Sinfónica de Queensland) y la china Zhang Xian (Orquesta Nacional de la BBC de Gales). 

En el Ecuador, Andrea Vela ha estado al frente de la sinfónica Nacional y de Loja, y de orquestas de México, Estados Unidos, Perú, Cuba, Hungría, Polonia, Rusia, El Salvador, China, entre otros países.

Es raro que en un escenario de Teherán una mujer tome las riendas sinfónicas; allí solo lo ha hecho la iraní Nezhat Amiri. Un caso inédito fue la formación de Zohra, en 2014, la primera orquesta afgana íntegramente de mujeres. 

Nuevos ritmos explosionaron en el siglo XX

Ella Fitzgerald, “la primera dama del jazz”, no solo fue una extraordinaria cantante, también estuvo al frente de una big-band. Tras la muerte de su mentor Chick Webb, en 1939, la agrupación pasó a llamarse Ella Fitzgerald and Her Famous Orchestra. 

Se recuerda a la cantante y compositora Nina Simone por su virtuosismo en el piano, increíbles interpretaciones de soul, blues y jazz, y también por su eterno compromiso contra la discriminación racial.

Aretha Franklin, diva indiscutible del siglo XX, inspiró con sus canciones a los movimientos por los derechos civiles. Fue la primera mujer en ingresar en el Salón de la Fama del Rock and Roll.

Esenciales en los cambios culturales y sociales fueron Janis Joplin, símbolo de la contracultura en los años sesenta, y la multifacética Patti Smith, legendaria en la poesía y en el punk rock de los setenta.

Pese al predominio masculino en el rock, bandas femeninas como The Runaways se abrieron paso con guitarras, bajos y baterías. Si hay un grupo con una mujer como icono, ese es Blondie con la cantante Debbie Harry, sex symbol del punk neoyorquino.

Las Supremas (Florence Ballard, Mary Wilson y Diana Ross) hicieron historia en los años sesenta, y treinta años después las Spice Girls arrasaron con frescor juvenil en las listas mundiales de éxitos.

Madonna no necesita presentación. La indiscutible reina del pop rompió los moldes con su estilo rebelde, transgresor y provocador. Nunca ha tenido pelos en la lengua y denunció el sexismo, la misoginia y los abusos en el medio artístico.

Si de experimentación y creatividad se trata, siempre a su manera, la islandesa Björk es un mito como cantante, compositora, productora y actriz. 

Hacia la igualdad

En el siglo XXI, la influencia de las mujeres no solo se mide en ventas discográficas, sino también en los mensajes que desde diferentes géneros y estilos musicales claman por la inclusión y la diversidad. 

Beyoncé es “la mujer más poderosa de la música”, de acuerdo al programa Woman’s Hour 2018 de BBC Radio 4.

La artista estadounidense encabezó la lista de las 40 mujeres más influyentes de la industria por “defender el feminismo, hacer activismo y dar mensajes de empoderamiento”. 

Hay avances, pero es notoria la marginación femenina en el proceso creativo. Según un estudio de la Universidad del Sur de California, entre 2012 y 2017 solo el 22% de éxitos entre 600 temas populares eran de mujeres, mientras en la producción la proporción fue de 49 hombres por una mujer.

Crecen los referentes por la igualdad de género, ya sea desde el mercado anglosajón con superestrellas como Lady Gaga, Rihanna, Alicia Keys y Nicki Minaj, con voces latinas como Ana Tijoux, Natalia Lafourcade, Julieta Venegas, Lila Downs y Mon Laferte, o la irrupción en el terreno urbano y reguetonero, hasta hace poco estrictamente masculino, de Karol G, Natti Natasha, Leslie Grace, Cardi B y Anitta.

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