En ‘Moonage Daydream’, el documental que vendría siendo la biografía gorda y detallada de David Bowie, se habla muchísimo de la búsqueda perpetua.
@pescadoandrade
Una persona que lleva puesta una camiseta de David Bowie puede ser cualquier cosa.
Un fan apasionado, un académico de la materia en cuestión, un recién iniciado.
Puede ser lo mismo credo que pose; lo mismo militancia que propaganda.
A Bowie se lo asocia con todo lo que, dentro de lo que aguanta el paradigma de lo cool, es moderno y políticamente correcto: lo andrógino, lo progresista/futurista, lo inclasificable.
La camiseta habla mejor de quien la lleva puesta que del mismo Bowie, digamos.
Se ha vuelto un asunto de señalética, como un letrero al lado de la carretera, que anuncia la muy próxima presencia de una persona a la que deberías conocer.
A Bowie no se le puede decir que no y eso siempre será sospechoso.
Entre 1967 y 2016, el año en que murió, Bowie grabó 26 álbumes de estudio.
Quien haga la peregrinación completa, disco por disco y en orden cronológico, sabrá que no se ofende a nadie cuando se dice que, basándonos en la cantidad de material registrado, el músico quedó debiendo: hizo muchas más canciones que canciones buenas.
Las canciones y discos geniales son nada menos que eso, geniales, y son hartos; pero puestos en fila se verá que no todos alcanzan la misma altura.
Esa búsqueda puede iluminar tanto al que se ha propuesto crear belleza como a quien prefiere contemplarla y colocar con su mirada, con sus gritos, los acabados de la obra.
En ‘Moonage Daydream’, el documental que vendría siendo la biografía gorda y detallada de David Bowie, se habla muchísimo de la búsqueda perpetua.
Ahora se entiende, mejor que nunca, por qué tuvo tantos trajes, tantos cortes de pelo, tantos hits; por qué sentía que el mundo y el tiempo le quedaban cortos.
En la película no hay testimonios ni entrevistas actuales, el cuento está armado con declaraciones de archivo que juntas parecen un discurso: no se trata de un artista que no sabía quién era y nos obligó a acompañarlo en su investigación; se trata de una persona que puso en práctica la duda y, sobre esa misma duda dispuesta cual pasarela, dio espacio y vida a las miles de ideas que lo sofocaban.
Ese es el efecto Bowie, atreverse a ponerle el cuerpo a las ideas.
‘Moonage Daydream’ dejaría contento al mismo Bowie, sobre todo por el final, que es común y corriente, pero en sus carnes luce como un traje que no se ha inventado todavía.
El hombre del espacio, el que lo ha vivido todo, ese al que tanto quieres parecerte, se enamora de una mujer y decide que de ahí en adelante trabajará más en su vida privada que en sus discos.
Esto no es del todo cierto, siguió grabando y creando y fue mucho más Bowie de lo que ya era.
La película emociona por eso, da valor y ganas de apostar por uno mismo.
Pero aquí lo importante es que esa criatura hecha con polvo de estrellas finalmente aterrizó.