Candaya, España, 2018
Hace cuatro años, cuando la guayaquileña Mónica Ojeda tenía veintiséis, ganó un premio latinoamericano con su primera novela, La desfiguración Silva. Le siguieron Nefando y, ahora, Mandíbula, publicados en España por una editorial dispuesta a presentar solo lo que de verdad le gusta y a difundir autores latinoamericanos.
Conformada por 32 capítulos en los que se alternan la narración en tercera persona y los diálogos entre el personaje principal y su psicoanalista, Mandíbula se desarrolla en espacios como el Colegio Bilingüe Delta, High-School-for-Girls regentado por el Opus Dei, y en escenarios anónimos donde ocurren hechos violentos: la casa de una profesora de lengua, una cabaña en medio del bosque y un edificio abandonado.
El discurso narrativo, como suele suceder con Ojeda, reboza referentes literarios, cinematográficos y filosóficos y no da tregua al lector, quien, al mismo tiempo, se siente intrigado por el thriller que tiene entre manos, y por descubrir qué es eso tan oscuro que ocurre entre las avezadas muchachas que tanto obran como piensan y que están colocándose en riesgo extremo.

Sin miedo ni censura de ninguna índole, atreviéndose con el terror metafísico, Mónica Ojeda narra la atormentada historia de personajes femeninos de distinta edad, marcados por la figura de la madre, la infancia, las lecturas, la religión.
Las preguntas sobre Dios, el cuerpo, el amor, el dolor, el abismo de la adolescencia, son abordadas desde un lenguaje intenso y exigente, que anega una estructura literaria abierta y nos deja ateridos y maltrechos.
(Cecilia Velasco)