En ‘Loca fuerte, Retrato de Pedro Lemebel’, el escritor y periodista chileno Óscar Contardo traza un perfil completo y revelador del querido y rabioso cronista. Mundo Diners conversó con él acerca de los retos y los hallazgos de escribir esta biografía.
En el barrio de su niñez lo llamaban ‘Pepo’. También “el maricón Pedro”. No le gustaba engordar ni verse calvo y por eso, alguna vez, se hizo un transplante de pelo y usó un peluquín. Para el escritor y artista visual chileno Pedro Lemebel (1952-2015), tener una melena caudalosa fue importante hasta que murió Violeta, su madre, el amor de su vida, la mujer con cuyo apellido firmó su coronación en el panorama macho de la literatura latinoamericana.
El día de la muerte de su madre, cuenta el escritor y periodista chileno Óscar Contardo en Loca fuerte, Retrato de Pedro Lemebel (Universidad Diego Portales, 2022), Lemebel se encerró en el baño y, después de escuchar un alarido, sus amigos lo vieron salir con la cabeza ensangrentada. “Desde ahí no me importó nunca más el pelo”, dijo en su momento la loca agitadora, incendiaria, apocalíptica. “Y si quiero tener una esponjosa cabellera negra y larga, como en la Araucanía, me la compro en el barrio chino”.
Hilvanando pasajes de sus crónicas espinosas, entrevistas a excompañeros de universidad, colegas, amigos, amores que no lo fueron (o que lo fueron a su manera), entrevistas en prensa, radio, televisión, opiniones de críticos y sus propios recuerdos de cuando lo entrevistó en 2007 para la revista mexicana Gatopardo, Contardo arma un perfil completo del corazón, la vida y la figura de un autor admirado, relampagueante, vivo y vital.
¿Por qué lo definiste como retrato y no como biografía?
Es solo una diferencia estratégica, porque el retrato me permitía usar esa primera persona del periodista. El libro está en distintos tiempos. Un tiempo es el del periodista, que está viviendo determinadas cosas, durante su trabajo de investigación, y otro tiempo es el de la historia del personaje retratado y sus testigos. Usar el artilugio del retrato me permitió aludir a esos tiempos, esas formas y a los distintos recursos que usé como autor.
¿Te fue más fácil escribir el retrato ahora que Lemebel está muerto?
Totalmente, y hay distintas razones. Primero, yo necesitaba que la historia tuviera un punto final para contarla. Y creo que eso pasó cuando fue su funeral, en (enero) 2015. Cuando fui al funeral, ya tenía la idea de hacer el libro, y eso la afianzó. La muerte del artista era el punto final. Por otro lado, con Pedro vivo, no hubiera habido ninguna posibilidad de publicar un libro sobre él sin que él hubiera querido tener el control. Un rasgo de Pedro era el control sobre su imagen, sobre lo que se escribía de él. Contar con su consentimiento hubiera implicado cederle mucho, cosa que hubiera sido perjudicial para el objetivo de escribir un retrato. Muchas fuentes, además, habrían temido hablar, porque Lemebel tenía su carácter.
¿Qué crees que hubiera dicho después de leerlo?
(Se queda pensativo). Yo no podría ponerme en el lugar de Pedro Lemebel, porque era una persona bastante compleja. Pero no me cabe duda que le habría cargado que alguien hubiera escrito un libro sobre él sin que él hubiera tenido control. Me hubiera querido matar, obvio. Aunque el libro le gustara, me habría querido matar igual.
Sobre todo porque cuentas un período que él quería mantener oculto: sus años universitarios…
Sí. Esa fue una parte difícil de la investigación, sobre todo por encontrar a los testigos de ese tiempo. La explicación que me doy, porque Lemebel finalmente solía aludir a ese momento, es que durante un periodo largo de tiempo, de manera sostenida y cotidiana, Lemebel padeció la soledad, padeció el sentir de que él era un artista, pero de que no podía llegar o no alcanzaba a expresar su capacidad artística y su talento por el lugar en el que le había tocado nacer. También porque cuando era niño y estudiante padeció mucho acoso homofóbico. Pero a él no le gustaba representar lo personal poniéndose en el lugar de la víctima. Él hacía un ejercicio que era hablar de las locas y del acoso, pero en otros. No le gustaba hablar desde el lamento. Creo que el Manifiesto. Hablo por mi diferencia –uno de sus textos insignes– fue el máximo gesto de lamento que se permitió en primera persona.
Esa conciencia plena que tenía de ser artista fue como un fuego en él, ¿no?
Sí, desde el principio. Él tenía la conciencia de que era artista, y unas ganas de vivir que se las envidio infinitamente. Aunque Lemebel tenía su lado autodestructivo, esa pasión por vivir, esa vitalidad suya a pesar de todo, era un motor para el artista, que a mí me sorprendía.
Ahora que mencionas esto de lo autodestructivo, me llamó la atención los episodios de violencia cuando tomaba en exceso. Aún así, sus amigos siempre lo perdonaban…
Pedro, hasta el final, tuvo un problema serio con el alcohol. Era alcohólico. Pero en un período particular eso se combinó con el consumo de drogas. Entonces, de tanto en tanto, aparecía un demonio. Un demonio que, a momentos, se asomaba de un modo muy violento. Para sus amigos era doloroso verlo así, porque lo querían muchísimo. Le aguantaban mucho, porque el cariño era mucho mayor. Muchos soportaron eso, y muchos otros no.
Era muy entrañable para sus amigos….
Totalmente. Para muchos, la pérdida de Pedro fue una pérdida vital en sus biografías. Y era por la compañía que significaba él, por los gestos cariñosos que tenía. Lemebel, sin embargo, era muy celoso de que ese lado más cariñoso de él no apareciera públicamente y se lo reservaba para determinadas personas. Esa es la impresión con la que me quedé yo.
Igual que eso de conocer a su madre, que era el mayor honor que él te podía conceder…
Claro, porque era presentarles a la persona que lo mantenía vivo, que lo había salvado. La madre, Lemebel lo decía, era el amor de su vida, entonces no todos accedían a la señora Violeta Lemebel. Solo algunos tenían ese privilegio de que los llevara a la casa de ella.
¿Contigo tuvo algún gesto cariñoso?
Cariñoso… tal vez. (Se detiene y pide, al otro lado de la llamada por Zoom, que lo espere un momento). Me regaló esto (muestra una réplica de la famosa foto de Las dos Fridas, una obra icónica de Las Yeguas del Apocalipsis, el dúo artístico que formó con Francisco Casas). Es que Pedro era súper caprichoso: en un momento podía ser dulce y, en otro, no. Yo creo que él me miraba a mí como alguien que era muy distinto. Yo era más joven que Pedro. Tampoco era del círculo de la poesía o de la literatura, que era más cercano a él. Creo que me consideraba un poco aburrido.
¿Eres fan de Lemebel?
No, no. Valoro, naturalmente, su literatura. Y, más que su literatura, su historia de vida. En el fondo, lo que me interesaba contar en el libro era la vida de alguien que había logrado sobreponerse al destino que le esperaba en este país. Y que era un destino opuesto al que tuvo Lemebel. Por eso creo que la mayor obra de arte de Lemebel, sin menospreciar ninguna otra, fue su vida. Pero nunca quise escribir como Pedro Lemebel. No lo seguí acuciosamente en su literatura. Nunca fui fan, aunque siempre entendí la importancia que tenía. En Chile, Lemebel significa más que su obra literaria, más que su participación en las disidencias.
¿Qué es lo que más te enterneció de su vida?
¿Ternura? Difícil con Pedro. Hay algo: gestos con amigos. Gestos de lealtad, de cuidado con ciertas amigas. (Se queda pensando). Siempre trataba de zafar de la tristeza, o de todo ese repertorio emocional incómodo, con la rabia. Por eso es muy difícil encontrarle el lado tierno a una persona que tuvo que lidiar con la exposición, porque exponerse significaba daño, y él lo reemplazaba con rabia. La rabia por el rechazo de los otros. La rabia que le provocó la muerte de su madre. En eso era tierno: cuando iba a ver a la madre hospitalizada. La visitaba con una bolsa plástica en la que llevaba todo para arreglarla, para peinarla.
¿Cuál crees que fue su mayor contradicción?
Pedro, creo, estaba lleno de contradicciones. Y sospecho que él se daba cuenta de eso. Me parece contradictorio ese amor que buscaba en sujetos que eran ese (estereotipo) masculino que, a su vez, rechazaban a alguien como él. Le gustaba mucho la imagen del guerrillero, del delincuente juvenil. Era muy romántica, o romantizada, su visión sobre esos personajes.
Entre los defensores y los críticos de ‘Tengo miedo torero’ (su única novela), ¿dónde te posicionas?
Entre los defensores. Pedro quiso escribir una historia que él mismo definió como un folletín, y eso fue lo que hizo. Fue un éxito de lectura, de ventas, de popularidad. Aunque muchos digan que no es exactamente una novela, ese folletín ha perdurado. Es un registro de época. Lemebel, de alguna forma, padeció haberse transformado en un best-seller, pero también le gustaba. Su única novela, además, fue un acierto, una linda venganza. Lemebel dejó de ser cuentista porque no tuvo la acogida dentro de su circuito de pares y de la crítica. Haber dado el batacazo con ‘Tengo miedo torero’ fue una bonita venganza, y me gusta mucho esa historia.