La escritora Kim Thúy ha sido traducida a veinticinco idiomas y premiada con numerosos reconocimientos en todo el mundo. Ella edifica una narrativa sobre las marcas de la guerra, basada en la realidad que se le impuso.
Kim Thúy recuerda los días que pasó en un barco huyendo de su Vietnam natal con su familia y otros cientos de personas. Esa niña de diez años llegó a un campo de refugiados en Malasia y luego a Canadá, donde tuvo que reinventar su mundo.
Leí que usted no sabe cómo poner por escrito todo lo que hay en su cabeza, y entonces salen oraciones cortas. ¿Cómo logra reducir las palabras y aun así transmitir ideas tan poderosas?
Amamos las palabras; por eso siempre ponemos demasiadas. Creo que eso de “reducir” es toda una disciplina. En mi último libro eliminé un tercio del contenido veinticuatro horas antes de que se fuera a la imprenta. Mi editor y todos los demás querían matarme. Estamos en un mundo donde vivimos tan ocupados y al mismo tiempo todo es muy efímero, pero también prestamos demasiada atención a los detalles.
Creo que las oraciones cortas se deben a que no domino el francés lo suficientemente bien. Lo entiendo, pero no soy dueña de tantas palabras y, al mismo tiempo, siempre tengo en mente que no quiero hacerle perder el tiempo al lector.
Kim Thúy
Una de las voces de la literatura asiática con más que decir en los últimos tiempos.
Nació en 1968, en un hogar acomodado de Saigón.
Dejó Vietnam en un bote de emergencia a los 10 años.
A finales de los 70 se instaló en Canadá.
Fue traductora, costurera y cronista gastronómica.
Al escribir de comida se apropió de los elementos constitutivos de su narrativa.
‘Mãn’ es una de las novelas más icónicas de Kim Thúy.
Como la historia de la bebé rescatada de la masacre…
Así es. Me tomó veinticuatro horas encontrar la palabra correcta porque mi primer reflejo fue decir: “Su blusa estaba manchada de sangre. Y finalmente, mientras la levantaban, vio a su familia”. Ese es el resumen de un párrafo completo que luego me pareció demasiado largo. ¿Cómo podía acortarlo? Si es obvio que su blusa está manchada de sangre, ¿para qué lo digo? Entonces quité la blusa y todo el párrafo se convirtió en una oración: “Y su blusa estaba manchada de imágenes”.
Cuando escribo no busco que el lector entienda; solo necesito que sienta. Si alguien pregunta: ¿dónde está My Lai? Pues no hice un mapa para que lo sepan, pero el lector puede sentir el dolor de esta chica viendo toda la escena. El lector no necesita más, no necesita saber qué hora era o cuántos cadáveres había debajo. Es una masacre, así que sabes que son muchos muertos; entiendes la dimensión. Tampoco quise describir las imágenes de su abuela, de su hermanito, del pueblo entero, porque en mi mente esas imágenes son obvias.
En mi mente hay más, pero no se lo digo al lector porque él o ella lo sabrá por otras cosas. Siempre trato de aprovechar la ventaja de escoger una palabra que pueda traer más a la mesa. Cada palabra carga en sí toda la cultura, ¡tantas referencias! Cuando escoges una palabra no necesitas tanta explicación.
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Usted dice que la verdad en sus libros está fragmentada e incompleta. ¿Cómo se relaciona con la verdad en su literatura?
Realmente me doy la libertad. Tengo que agradecerle a Quebec porque me crie en un país tan libre, que nos anima y nos enseña a ser libres… porque no es fácil abrazar la libertad. Especialmente me ocurrió con Em y el marco temporal de los diferentes hechos históricos que suceden en el libro. Mi editor dijo: estos tiempos no son acordes a la historia. Le dije: es que no soy historiadora, así que me doy todo el derecho. El punto aquí no es decir cuándo sucedió, sino decir cómo se sintió la gente. Las emociones de la guerra no están en lo que realmente sucedió; están en las marcas.
Tengo la libertad de una novelista pero no tengo la imaginación de una verdadera novelista. No me imagino cosas; me baso en cosas que han sucedido y de ahí viene mi libertad.