Hasta el próximo martes 21 de febrero, vamos a usar esta columna como sala de cine. Luego de este texto, podrán ver el cortometraje que presentamos en exclusiva acá, en Mundo Diners. Se llama “El invento de la soledad”, escrito y dirigido por Ana Cristina Franco. Se trata de una mujer que convive, en el mismo plano de realidad, con su novio actual y su novio pasado pero no pisado.
Una mujer postea la portada del último libro de otra mujer.
La primera mujer dice, sobre la segunda, que es una persona maravillosa, llena de talento, de generosidad, de amor.
Usa palabras que parecen obligatorias: la obra es poderosa y valiente.
Le dice queridísima, se refiere a ella como mi amada, mi adorada, le dice (seguramente no por primera vez) lo mucho que la admira, le dice qué honor o qué alegría haber coincidido, en este plano, contigo; le agradece al cosmos el haber podido compartir con su amiga este camino, o mejor, mucho mejor, este viaje; y que la magia que sale de tus páginas llegue al corazón de muchos, sobre todo de quienes más la necesitan.
Eres la mejor, bastante mejor que la mejor de las mejores.
Todo bien con eso, quiéranse, quiéranse mucho, aprovechen para quererse cada vez que puedan, pero no me estás vendiendo el libro.
No dudo que, si tu amiga amada, que te parece maravillosa y a la que le sobran el talento y el discurso, acaba de publicar un libro, tú lo encuentres también maravilloso, incluso tan maravilloso como maravillosa es tu amiga del alma a la que no dudas en llamar hermana, pero no me estás vendiendo el libro.
El invento
Un hombre postea la portada del último disco de otro hombre.
El primer hombre dice que el segundo, el dueño o autor del disco (como tú prefieras), es su hermano, que lo conoce de toda la vida, que lo admira y que lo quiere y que es un monstruo.
Éste, su más reciente lanzamiento, sólo demuestra que la búsqueda es brutal, que la ejecución es brutal, que el tamaño de la ambición es brutal y podrá dimensionarse en justas proporciones no ahora, sino cuando el mundo alcance a su amigo, que está muy pero muy adelantado.
Afectivamente (prohibido olvidar los afectos o perder la oportunidad de mencionarlos) se nota que la obra ha sido atravesada por la cercanía a otros músicos, que a su vez han complementado el diálogo con sabiduría y, de nuevo, otra vez, generosidad.
Agradecido, claro, por haber compartido el viaje, porque hayamos coincidido en el camino, por esas noches llenas de música. Agradecido, claro, por tu talento, ojalá la mejor de mis canciones fuera como la peor de las tuyas. Agradecido, claro, porque tu música me rompió la cabeza desde la primera vez que la escuché y me ayudó a crecer.
Todo bien. Todo perfecto. Marido es marido.
Pero no me estás vendiendo el disco.
¿Qué tal está la música que hace tu amigo del alma al que no dudas en llamar hermano? ¿Está buena?
Ah, ya, es que a ti te gusta todo lo que él hace porque su música es una extensión de su personalidad. Es un criterio. Se vale. Pero no me estás vendiendo el disco.
La soledad
Hay gente que vino a decir un discurso, yo vine a vender un corto. Se llama El invento de la soledad y fue escrito y dirigido por Ana Cristina Franco.
Ana Cristina publica columnas mensuales en esta revista y yo he sido, más que su editor, el encargado de recibirla, muchas veces de apurarla y decirle espero tu columna, ya sobre la marcha, decirle estaba muy larga y tuve que peinar y vamos con esta versión y nada, colega, que Dios se apiade de nosotros.
Vea el cortometraje “El invento de la soledad”:
También le digo, se lo digo a muchas personas: guarda la versión original, la versión larga, la columna que me entregas ahora es la que mejor funciona para la revista, pero eso no quiere decir que sea la versión final. Todo lo contrario: sigue, sigue, sigue.
Lo he hecho porque la opinión de Ana Cristina siempre me ha interesado, siempre quiero saber qué piensa, cómo está, sobre qué escribió este mes.
Digamos que he decido escucharla. Y no me arrepiento.
Quiero que lo suyo sea mío porque esto suyo me hace reír.
“El invento de la soledad” es uno/otro testimonio sobre la pandemia del 2020 y el encierro. Arranca cuando la protagonista, lentes y cerquillo y afiches de escritores en la sala, le dice a su novio, que es un novio nuevo, que lava los platos y hace yoga y siempre está zen, que se quede a vivir con ella, ¿acaso no le parece estúpido pagar dos arriendos? El novio se queda y, mientras coloca sus libros de Feng Shui entre títulos como “Amor enfermo”, reactiva la presencia del ex, que es un gordo de lentes que fuma y cuya mayor virtud parece ser la conversación. Así terminan conviviendo los tres. Al final quedarán dos: una y la sospecha o la posibilidad de otro.
De eso va. De eso se trata.
De ahí en adelante, como en los cuentos en que no se nota el esfuerzo, es decir, cuando queda claro que la autora no ha querido ser dueña de la historia sino servir a sus propósitos, ser como mucho una herramienta, los personajes crecen hombro a hombro con la trama que pretende y consigue contarlos, se abren y eso da espacio para que entre nosotros, ahora, amigos de ellos, preocupados por ellos, convencidos de llegar hasta el final para poder dormir tranquilos.