Internet se consolidó con fuerza en las últimas décadas del siglo XX, fue-es uno de los acontecimientos más notables de la historia de la humanidad, sin embargo, no se ha dicho todo.
El escritor, catedrático y ensayista israelí Yuval Noah Harari estudió profundamente todo el fenómeno informático, incluso a él se atribuye un vocablo que es vital: dataísmo o datoísmo, palabras que ni siquiera están registradas en el diccionario español.
En su libro de ensayo Homo Deus, Penguin Random House, 2016, que ya tiene 20 reediciones y reimpresiones, aborda con abundantes argumentos académicos la evolución de internet y queda muy claro que todavía falta bastante por descubrir.
En el capítulo La religión de los datos Harari anota que el dataísmo sostiene que el universo consiste en flujos de datos, y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos.
Nació, dice, de la confluencia explosiva de dos grandes olas científicas. Una es la del naturalista inglés Chrales Darwin (1809-1882) con El origen de las especies. Las ciencias de la vida han acabado por ver a los organismos como algoritmos bioquímicos.
La otra ola, la del matemático, filósofo y biólogo británico Alan Turing (1912-1954). A partir de sus ideas los científicos informáticos aprendieron a desarrollar algoritmos electrónicos cada vez más sofisticados.
El dataísmo, concluye Harari, unió a estos dos conceptos y señala que las mismas leyes matemáticas se aplican tanto a los algoritmos bioquímicos como a los electrónicos.
El dataísmo para los intelectuales promete “el santo grial científico que ha estado eludiéndonos durante siglos”, es decir, una única teoría global que unifique todas las disciplinas científicas, desde la musicología hasta la biología.
Entonces, según lo explica, la Sinfonía 5 de Beethoven, la burbuja de la bolsa de valores, y el virus de la gripe no son sino tres pautas de flujo de datos que se pueden analizar utilizando los mismos conceptos y herramientas básicos.
Ensaya que, por fin, gracias al dataísmo, musicólogos, economistas y biólogos celulares “pueden comprenderse mutuamente”. Para entenderlo mejor, el dataísmo está atrincherado en sus dos disciplinas madre: la informática y la biología.
La política rezagada
El estudio de Yuval Noah Harari anota que el capitalismo de libre mercado y el comunismo controlado por el Estado no son ideologías en competencia, credos éticos o instituciones políticas; en el fondo son sistemas de procesamiento de datos que compiten.
El volumen y la velocidad de los datos aumentan vertiginosamente, sostiene el estudio, por eso, instituciones venerables como la función electoral, los partidos políticos y los parlamentos “podrían quedar obsoletas”.
Y no porque sean poco éticas, manifiesta Harari, sino porque no procesan los datos con suficiente eficiencia. Esas instituciones, argumenta, evolucionaron en una época en la que la política se movía más de prisa que la tecnología.
Recuerda que en los siglos XIX y XX la revolución industrial se desarrolló con la suficiente lentitud para que políticos y votantes se mantuvieran un paso adelante y regulen y manipulen su trayectoria.
Mientras que el ritmo de la política no ha cambiado mucho desde los tiempos del vapor, “la tecnología ha pasado de la primera marcha a la cuarta”; las revoluciones tecnológicas dejan ahora rezagados a los procesos políticos, remarca Harari.
Internet ¿del futuro?
El ciberespacio en la actualidad es crucial para nuestra vida cotidiana, la economía y la seguridad. La selección crítica de diseños alternativos de las webs “no se llevó a cabo mediante un proceso político democrático, aunque implicase cuestiones políticas tradicionales como soberanía, fronteras, privacidad y seguridad”.
Harari pregunta a los lectores si alguna vez votaron para decidir la forma del ciberespacio. Y se responde que las decisiones fueron tomadas por los diseñadores de web situados lejos del foco de atención del público.
Esas decisiones suponen que hoy en día internet es una zona libre y sin ley que erosiona la soberanía del Estado, ignora las fronteras, deroga la privacidad y podría ser quizá “el más formidable riesgo global de la seguridad”.
Y advierte que para cuando la engorrosa burocracia gubernamental se decida a actuar en la ciber regulación “internet habrá mutado diez veces; la tortuga gubernamental no puede seguir el ritmo de la liebre tecnológica”, dice a tono con la fábula de la carrera entre la liebre y la tortuga.
Es probable que en las siguientes décadas veamos más revoluciones como las de internet en las que la tecnología “gane la mano” a los políticos, pronostica el ensayista.
La inteligencia artificial (las dos palabras más usadas en nuestro idioma en 2022 según la Academia Española) y la biotecnología podrían adelantar pronto a nuestras sociedades y a nuestra economía, se dice en Homo Deus.
Nuestra estructura democrática no puede recopilar y procesar todos los datos relevantes con la suficiente rapidez y “la mayoría de votantes no conocen bien la biología y la cibernética para formarse una opinión pertinente”.
También advierte que es peligroso confiar nuestro futuro a las fuerzas del mercado porque el mercado hace lo que es bueno para el mercado y no lo que es bueno para la humanidad.
Libertad de información
¿Hacia dónde vamos? Hacia un sistema de procesamiento de datos nuevo y más eficiente, el llamado Internet de Todas las Cosas (las mayúsculas son del autor) y cuando eso ocurra el homo sapiens desaparecerá.
Desde 1789 (el autor se refiere a la Revolución Francesa) los humanos no han conseguido dar con ningún valor nuevo. “El dataísmo es el primer movimiento desde 1789 que ha creado un valor realmente nuevo: la libertad de información”.
No se debe confundir, advierte, esta libertad con la libertad de expresión concedida a los humanos para proteger su derecho a pensar y decir lo que quisieran, “incluido el derecho de mantener la boca cerrada”.
Una aclaración final, Harari expresa que la libertad de información no se concede a los humanos, sino a la información.