Esa sentencia del artista plástico ecuatoriano Ilowasky Ganchala Cáceres (Guaranda, 22 febrero 1978) resonó en el cuarto más grande de su taller. “Mi hábito y mi urgencia es pintar”. Lo dijo de forma tiernamente desesperada. Aunque con actitud serena. De hecho, se le escapan sonrisas de vez en cuando.
La letra ‘w’ en su nombre se pronuncia como una v. Su padre le puso ese nombre particular, influencia tal vez por la literatura rusa, dice. Por un período de su vida se sintió apenado. Alguna vez sufrió bullying. Sin embargo, eso pasó hace muchos años y todos le conocen cariñosamente hoy como Ilowasky. Más que por su primer nombre, Andrés.
Un amante de la pintura y la escultura. De forma honesta. Se declara apasionado. Describe sus paisajes o retratos como “actos de fe”.
En entrevista para Revista Mundo Diners, Ilowasky Ganchala abre las puertas de su íntimo espacio de trabajo, ubicado en el barrio San Marcos del centro histórico de Quito.
Algunas velas encendidas, caballetes enormes, libros sobre Paul Gauguin, bocetos por doquier y su perra de nombre ‘tinta’ habitan todo el lugar, dividido en dos cuartos; abarrotados con sus obras.
En el siguiente video, define su proceso exploratorio y ofrece detalles de su próxima gran exposición individual en Cuenca, a realizarse en agosto de 2022.
El artista guarandeño nunca tuvo un acercamiento claro al arte de niño. A pesar de ello, recuerda que siempre dibujaba un curioso personaje en un cuaderno que conservó muchos años.
Iba mucho al cine también, en la ciudad donde pasó muchos años de pequeño en Portoviejo. Allí, su padre era docente del colegio Olmedo. “En ese tiempo Portoviejo era un pueblo aislado, precario también, yo estuve incluso en una escuela unidocente”.
Cuando tenía13 años Ilowasky Ganchala y su familia se mudaron a Quito. Esa transición se sintió agresiva, dice.
Ingresó al Colegio Mejía. Fue un cambio radical. De una ciudad chica a una grande, otro paisaje urbano muy distinto y responsabilizarse de muchos deberes escolares más. Sus dos hermanas menores fueron siempre un soporte. En todo este tiempo, el arte aún era esquivo.
Al graduarse de bachiller, decide estudiar medicina. Quería de alguna manera ser aceptado en su familia. Una carrera académica que le diera seguridad financiera de alguna manera. “Me jalé el primer año”, cuenta. Por distraído en las clases de anatomía, ¡aunque le fascinaban! Durante el tercer año, decide abandonar ese superficial sueño.
Coqueteó algún rato con el diseño gráfico y la fotografía. Un taller de dibujo de anatomía natural le dejó inquieto. Para él, significó un punto de quiebre.
Una amiga cercana le recomendó visitar la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador. Ilowasky Ganchala tenía 25 años. Entre dientes confiesa que “fue una edad muy tardía”. Casualmente, a principios de siglo XXI iniciaba una fuerte ola de arte contemporáneo en Ecuador. Y él, fue parte de esa fuerte transición, de lo moderno a lo actual, lo experimental.
“Pude experimentar bastante como estudiante. Forzando hasta dónde puedo llegar. Fue complicada mi estadía. Siempre digo que me formé como escultor y grabador, donde aprendí lo básico. Estuve cinco años allí pero no me gradué. Pero ahí conocí el arte. Desde 2007 me enfrento solo al mundo con mi arte”.






El dibujo, las instalaciones escultóricas y el realismo se convirtieron en sus primeras armas contra el mundo, como cuenta. Uno de sus más grandes maestros es Jaime Zapata. Con él, estableció una estrecha amistad. Y también, una relación definitiva con el óleo.
Desde 2015, la pintura es su prioridad. Por una época, trabajó como jefe de museografía del Centro de Arte Contemporáneo. Aunque eso no duró mucho.
Durante un viaje a París conoció de cerca una gran colección del pintor español Diego Velázquez (1599-1660) en el Grand Palais. El impacto fue brutal. Esa cercanía con el genio del arte barroco le puso en orden muchas ideas en la cabeza.
El óleo, el carboncillo y la tinta son sus recursos favoritos. “El óleo es un compromiso con el tiempo”.
Donde vive tiene su taller. Se ha radicado cerca del parque La Carolina, Pifo, La Floresta y en Pomasqui. Su amor por el centro comenzó al vivir por El Ejido y actualmente en el barrio San Marcos. Una vecindad que describe como muy acogedora.
A partir de 2019, se inspira en una frase del escritor lojano Pablo Palacios: “las pequeñas realidades”. Ahora, se fija en ellas. La pulsión por pintar se convirtió en un hábito. No puede dejar de pintar. Sea lo que pase en el mundo. Incluso, una pandemia por covid-19.
“Durante la pandemia, yo estaba en mi día a día (…) trato de no tener pretextos para empezar. Para mi la necesidad es pintar. Me dejo de pretextos para ponerme a hacer mis cosas. Mi hábito y urgencia es pintar. Y por eso tengo siempre muestras de cariño del público. Siempre me sobrepongo a la pereza. Así me sobrepongo a vivir”, dice.
Para Ilowasky Ganchala, Quito es un paisaje amontonado, que “dice mucho de nosotros”. A pesar de ello, se refiere a la capital como un lugar ideal para aprender a ser un buen vecino, sobre todo, para aquellos que vienen de pueblos pequeños.
Lamenta tener deudas con la escultura y el grabado.

Guaranda queda lejos en sus recuerdos. Tiene años sin visitarla, por la falta de conexiones familiares allí. Pero en su retina, quedan marcadas las imágenes de la naturaleza.
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